Untitled Part 13

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Perturbadoramente, es incluso más fácil conseguir entrar al

Palacio de Elfhame en mi atuendo de sirvienta de lo que fue

entrar en la finca de Balekin. Todos, desde los duendes hasta

la Aristocracia hasta el mortal Poeta de la Corte y Senescal del Rey Supremo,

apenas me lanzan una mirada fugaz mientras me abro paso torpemente por

los pasillos laberínticos. No soy nada, nadie, una mensajera no más digna

de atención que una mujer rama animada o un búho. Mi expresión

complacida y plácida, combinada con mi avance impulsivo, me lleva hasta

los aposentos del príncipe Dain prácticamente sin que me miren dos veces,

aunque pierdo el camino dos veces y tengo que retroceder sobre mis pasos.

Golpeteo en su puerta y me siento aliviada cuando el príncipe en

persona la abre.

Eleva ambas cejas, contemplando la visión de mí en el vestido casero.

Hago una reverencia formal, como podría hacerlo cualquier sirviente. No

altero mi expresión, por miedo a que no esté solo.

—¿Sí? —pregunta.

—Estoy aquí con un mensaje para usted, Su Alteza —digo, esperando

que suene correcto—. Le ruego un momento de su tiempo.

—Te sale natural —me dice, sonriendo—. Entra.

Es un alivio relajar la cara. Dejo caer la sonrisa sonsa y lo sigo a su

saloncito.

Amueblado en elaborados terciopelos, sedas y brocados, es un

derroche de escarlata, azules y verdes oscuros, todo rico y oscuro, como

fruta sobre madurada. Los patrones del material son de la clase de cosas

que he llegado a acostumbrarme: intrincadas trenzas de zarzas, hojas que

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también podrían ser arañas cuando las miras desde otro ángulo y una

representación de una cacería donde no está claro cuál de las criaturas está

cazando a la otra.

Suspiro y me siento en la silla que me está señalando, rebuscando en

mi bolsillo.

—Tome —digo, sacando la nota doblada y alisándola contra la parte

superior de una preciosa mesita con piernas talladas como patas de pájaro—

. Él entró mientras yo lo estaba copiando, así que es un desastre. —Había

dejado el libro robado con el sapo; lo último que deseo es que el príncipe

Dain sepa que tomé algo para mí.

Dain fuerza los ojos para ver las formas de las letras más allá de mis

manchones.

—¿Y no te vio?

—Estaba distraído —digo honestamente—. Me oculté.

Asiente y suena una campanita, probablemente para convocar a un

sirviente. Me alegraría con cualquiera que no esté subyugado.

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