1. Son ventanas pequeñas

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No pude creer que de verdad estaba mudándome a Nueva York hasta que vi los gigantescos edificios desde la ventana del avión. Estaba sucediendo, iba a estudiar periodismo y a vivir en la mejor ciudad del mundo por lo menos durante los tres años que durara mi carrera universitaria. No fue fácil, mi familia no era rica y nunca en un millón de años mis padres hubieran podido pagar mi universidad y el alquiler de mi apartamento en una ciudad como ésta, no mientras mis dos hermanos pequeños siguieran formando parte de la familia.

Reí internamente, estaba sola, lejos de todo lo que conocía, mi madre no podría regañarme por insultar amistosamente a mis hermanos pequeños, podía permitirme ser un poco egoísta. Me lo había ganado. Si, literalmente me había ganado este viaje. El alcalde de mi ciudad abrió una convocatoria en la que dos estudiantes de preparatoria tendrían sus estudios universitarios pagados si proponían un programa que hiciera un bien a la comunidad.

Me quebré la cabeza por semanas, estuve a punto de rendirme hasta que se me ocurrió que las cárceles de la ciudad necesitaban un club de lectura y ¡BAM! El resto es historia. Ir a las cárceles como método de experimentación fue un poco tenebroso, pero ver a todos esos hombres rudos leyendo novelas fue toda una experiencia.

El programa funcionó, cada mes elegía un libro para los que quisieran participar en el club (que para mi sorpresa fueron más de treinta personas), el gobierno financiaba los libros y volvía al final del mes para comentar el libro en una agradable mesa redonda llena de opiniones y análisis de personajes. Para algunos reclusos realmente funcionaba todo el asunto de los libros, solo necesitaban perderse en otra realidad, era como un respiro de aire fresco...

Excepto por la vez que estúpidamente seleccioné "El Conde de Montecristo" como lectura mensual. Olvidaba como el personaje principal escapaba de la cárcel en un punto de la historia. Fue un poco incómodo hablar sobre el escape estando rodeados de guardias de seguridad en una prisión.

Dejando eso de lado, el alcalde selecciono mi programa de readaptación social y me premió en una ceremonia en la que mis padres no dejaban de tomarme fotos y saludarme desde lejos mientras intentaban controlar a mis inquietos hermanos de 12 y 6 años. Era lo que más iba a extrañar. Mi familia era maravillosa: Iba a extrañar los waffles de mi papá, los abrazos de oso de mamá, las burlas de Shane y la voz chillona de Carl. Pero era hora de seguir mi propio camino...

- Dime que no estás llorando de nuevo - se burló Caleb sin despegar la mirada del libro que estaba leyendo e interrumpiendo mi magnifico recuento de memorias.

Dejé de mirar por la ventana y me giré hacia él fastidiada. Se había burlado de mi por lo menos tres veces durante el viaje de seis horas de Philadelphia a Nueva York. La primera fue cuando el avión despegó y sentí que mi alma se quedaba en la tierra, no pude evitar apretar su antebrazo, nunca me había sentido tan asustada.

Después, alguna azafata tuvo la maravillosa idea de poner la película de "Orgullo y Prejuicio" durante el camino, lo cual fue perfecto y cruel al mismo tiempo. Orgullo y Prejuicio era mi libro favorito y la película siempre me hacía llorar. Y por supuesto, Caleb no perdió la oportunidad de burlarse de mis lágrimas cuando el Sr. Darcy le confiesa sus sentimientos a Elizabeth Bennet por segunda vez. Solo pude golpearlo débilmente con el codo.

Y se preguntarán... ¿Quién demonios es Caleb? Bien, conozco al sujeto desde la primaria. Nuestras madres eran grandes amigas, prácticamente había crecido con el idiota y naturalmente le tenía cierto cariño. No éramos los mejores amigos, fuimos novios en tercero de primaria durante tres días, terminó conmigo cuando una niña llamada Jessica lo conquistó con su nuevo conjunto de coloridos marcadores permanentes. Supongo que eso marcó el inicio de mi oscuro y turbulento historial amoroso.

Nos seguimos hablando a través de los años por la amistad que existía entre nuestras madres y porque ambos teníamos el mismo deprimente gusto musical. Pero gracias al cielo nunca rondábamos por los mismos círculos sociales, mis amigos eran muchísimo más cool que los suyos. A diferencia del grupo de raros con los que Caleb solía pasar el rato, mis amigos sabían la diferencia entre libro y revista. En conclusión, nuestra amistad siempre era una mezcla de agrado, indiferencia y en casos fastidio. Nada remarcable.

Y también se preguntaran ¿Qué hace él en el mismo vuelo que yo? Y la respuesta sería: En una extraña jugada del destino, Caleb había sido el otro estudiante en obtener la beca del alcalde, él había propuesto que hubiera perros de compañía en los hospitales y bla bla bla, fue conmovedor, el alcalde lo eligió y ahora estudiaría medicina en una de las mejores universidades del país. No pude evitar enojarme cuando supe que Caleb también había obtenido el premio...

Durante años, él siempre había sido el primero de la clase, seguido de cerca por mí: La niña con mirada recelosa que siempre había querido obtener el primer lugar. Tal vez por eso lo aborrecía un poco... los traumas infantiles eran difíciles de olvidar.

- No estoy llorando - le contesté con voz firme.

- ¿Y por qué ves por la ventana como si fueras Anne Hathaway?

- Pues discúlpame por sorprenderme ante la vista ¿Cómo puedes estar leyendo sobre Nueva York cuando puedes estar viendo Nueva York desde esta altura? Ni siquiera has echado un vistazo a la ventana.

- Tu enorme cabeza abarca toda la ventana...

- Son ventanas pequeñas - contrataqué fría y lentamente - Como tu cerebro.

Discutimos hasta que el capitán avisó que nos pusiéramos los cinturones porque estábamos a punto de aterrizar. Por supuesto que Caleb se burló de mi cuando el avión descendió y no pude evitar volver a apretar su brazo por el miedo. No podía esperar a pasar los siguientes años viviendo en el mismo edificio que este homo sapiens.

En el departamento de al lado...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora