Capítulo 5

1.4K 42 8
                                    


Cepeda

Llegamos a mi casa y en el comedor estaba descansando el piano que Alfred me regaló el año pasado por mi cumpleaños. No me esperaba que la visita a casa de Miriam fuera a derivar en acabar teniendo a Aitana en casa dispuesta a cantar tocando mi piano para conseguir que le enseñe alguna de mis canciones.

Es una chica interesante y aunque me ha dado apuro contarle sobre mi música me ha costado muchísimo menos que cuando se lo dije a Roi o a Miriam. En parte ella lo había adivinado. Como si lo hubiera leído en mis ojos o algo, y eso me impactó mucho. Es como si tuviéramos una conexión especial que me gusta y a la vez me asusta.

La guío hasta el piano y ella lo enciende.

-¿Que quieres que cante? -dice mirándome.

Yo estoy de pie enfrente de ella y me encojo de hombros.

-Canta lo que quieras. ¿Tu artista favorito? -pregunto con intención de darle alguna idea y de paso saber más de ella.

-Favorita. Dua Lipa.

-Pues canta alguna suya.

Me mira y sonríe. Yo me derrito. No debería, pero no lo puedo evitar. Pone las manos en el piano y empieza a tocar. Escucho la melodía que está tocando y antes de que ni siquiera cante la primera nota ya se que canción voy a escuchar de su voz. Homesick empieza a sonar de su voz y cuando escucho las primeras notas me quedo embobado.

Sigo de pie frente a ella así que me siento en el sofá que hay a su lado por si en algún momento me caigo de culo de escucharla.

Cuando termina la canción yo sigo empanado mirando sus manos.

-¿Luis? -oigo que dice- eooo.

Salgo del trance y la miro a la cara.

-Lo siento, ha sido increíble -le digo riendo nervioso- tú voz es increíble. Después de esto no puedo ponerme yo a cantar, saldrías corriendo.

Se ríe y se levanta del taburete del piano para sentarse a mi lado en el sofá.

-Ala que tampoco es para tanto. Además, seguro que tú cantas mejor, y vas con ventaja, las canciones son tuyas.

-Eso no quiere decir nada

-¿Vas a dejar de infravalorarte? -me dice con la cara un poco más seria.

-Tú acabas de hacerlo también, cantas increíble y no lo quieres admitir -le digo en mi defensa.

-Suelen decirme que me infravaloro. Pero es que lo tuyo es exagerado. Tienes que quererte un poco más. Coge la guitarra anda -me dice de repente.

-¿Es una orden? -le digo sonriendo de lado.

-Sí, si no quieres que vaya yo a buscarla.

No digo nada más. Me giro y me dirijo a mi habitación. Cojo la guitarra y vuelvo al comedor donde la chica del flequillo sigue sentada en el sofá.

Me siento en el suelo y ella se quita los zapatos y cruza las piernas como un indio. Me gusta que se sienta tan cómoda como para quitarse los zapatos. La miro y no digo nada.

NUNCA PUDE REEMPLAZARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora