Capítulo 12

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Aitana

-¿Vas a cogerlo? -me pregunta mi mejor amiga al otro lado de la línea.

-Creo que si, tengo curiosidad aunque también cero ganas de hablar con él. Luego te llamo ¿vale?

Marta cuelga y la llamada de Vicente sigue iluminando mi móvil. Finalmente descuelgo.

-¿Que quieres Vicente? -no tengo ninguna intención de ir a buenas con él, al menos de primeras ya que no me he olvidado de nada de lo que me hizo.

Pero no obtengo respuesta al otro lado de la línea, solo oigo ligeramente su respiración. Debe estar tomándome el pelo y obviamente no me hace ninguna gracia.

-Vicente olvídame ya por favor, déjame vivir tranquila y vete a la mierda.

Cuelgo sin esperarme a obtener una respuesta porque se que no va a dármela. Llamo a Marta como le había dicho que haría y le cuento la extraña situación que acabo de vivir. Marta está de acuerdo conmigo en que seguramente tan solo quisiera amargarme lo que queda de día y además suelta unas cuantas lindezas sobre él. Por eso la quiero tanto. También le pregunto si lo ha visto desde que me fui pero la respuesta es negativa, desde que lo mandé a la mierda definitivamente no ha vuelto a saber de él.

-Si vuelve a llamarte dímelo Aiti -me hace prometer.

-Tranquila que te lo diré, mañana hablamos Martu, te quiero -me despido finalmente.

Se despide y cuelga. Miriam sale al balcón aún con cara de dormida y se preocupa al ver mi expresión un tanto cabreada.

-¿Te pasa algo? -se interesa.

-Me acaba de llamar mi ex -la chica se queda con la boca abierta.

-¿Que quería?

-No lo sé, porque no ha dicho una palabra así que he colgado.

Se acerca a la silla donde estoy sentada y se sienta a mi lado porque cabemos las dos, me pasa la mano por el hombro, me atrae hacia ella y me da un beso en la cabeza. Como los que da Luis, aunque los del gallego sean insuperables.

-No voy a dejar que acabes el día con esa carita, lo sabes ¿no? -vuelve a besar mi cabeza- hoy no, no después de todo lo bueno que te ha pasado.

-Aun no he hablado con mi madre -levantó la cabeza para mirarla.

Lo cierto es que cada vez que me acordaba de la conversación pendiente que tenía con mi madre se me hacía un nudo en el estómago.

-Pues hoy no va a ser el día, lo siento -me dice la rubia- ya la llamarás mañana.

Yo tan solo le mando una sonrisa no muy convencida y le doy las gracias.

Cenamos en el bar de siempre en vez de casa para celebrar mi cambio de rumbo. Me sorprende mucho que todos se alegren tanto por mi sin apenas conocerme, creo que no me había sentido tan querida nunca. Después de cenar, Mimi me obliga a salir a cantar al karaoke y ahora que me han cogido en el conservatorio ya no tengo excusa para negarme así que cojo el micrófono que ya es más habitual en mi de lo que nunca me habría imaginado. Al acabar mis amigos aplauden eufóricos y me gritan de todo, lo que hace que me ponga roja como un tomate.

Con la cerveza ya encima de la mesa vuelvo a mi sitio al lado de Luis, al que llegué por inercia cuando entramos al bar como un imán que me atrae hacia él. Después de unos minutos noto una mano rodeando mi cintura, se que es Luis y por eso no me giro a mirarlo hasta pasados tres o cuatro minutos. Cuando nuestros ojos se encuentran lo único que somos capaces de hacer es enviarnos una sonrisa y cuando aún no he apartado la mirada de sus ojos suena el móvil. Maldigo internamente a la persona que ha roto este momento y miro quien es. Mi sonrisa desaparece de golpe. Vicente, otra vez. Me disculpo y salgo corriendo fuera.

NUNCA PUDE REEMPLAZARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora