El dolor que Búho sintió fue incluso peor que el que sintieron Nadia y Número. Fue un golpe brusco, intenso, lleno de una malicia y un pesar sin parangón. Gritó como hacía tiempo que no gritaba, a pesar de que sabía que allí, en aquel rincón oscuro y sombrío, no había nadie que pudiera escucharle.
Aun así lo hizo una y otra vez, hasta que la voz se tornó en un gemido, y ese gemido, en llanto.
Lloró en soledad durante un tiempo que se le antojó infinito e imperecedero. Lloró hasta quedarse sin lágrimas, hasta que el tiempo apaciguó el sordo dolor que le taladraba el pecho. Y aun así este no desapareció del todo, ya que una pérdida así era imposible de olvidar... o de hacer desaparecer. Había perdido a Norma y Victoria. Las había perdido a ambas, cuando pensó que quizá ellas podrían convertirse en sus adalides... en sus mensajeras cuando él ya no estuviera.
Pero la vida tenía otros planes, otros caminos secretos y recónditos que ni siquiera él, con su poder, podía trastocar.
Ahora solo le quedaba ella.
Ella...
Búho levantó la mirada y contempló las piedras grisáceas y negras que tenía alrededor, sin llegar realmente a verlas. Su atormentada mente dibujó a Nadia en las sombras, en el polvo, en el fondo de sus ojos bicolores. En cualquier objeto que existiera ante él.
Recordó las visitas de esos siete días y sonrió a pesar de la desdicha que aún aguijoneaba su cuerpo. Nadia era un pequeño sol en mitad de la negrura que consumía al mundo, aunque ella desconociera por completo esa realidad.
De hecho, pensó, mientras se levantaba penosamente del suelo, él era uno de los pocos que sabía que Nadia podía ayudar a que el mundo se recompusiera. La revelación había sido brusca y para nada esperada, pero agradecía que sus amistades siguieran vivas... y que se preocuparan por él, pues sin ellas su existencia se habría marchitado días antes.
A pesar del agotamiento que Búho cargaba sobre los hombros, se movió en dirección a la llanura que se extendía frente a las columnas del templo. La niebla, desecha y blanca, lamió sus pies descalzos y le hizo temblar de frío. Pero para él esos detalles se habían transformado en nimiedades, pues por encima de las banalidades y de los deseos, había algo más importante. Algo que lo mantenía cuerdo. Que lo mantenía vivo.
Algo indestructible... y que Nadia albergaba bajo capas y capas de miedo.
Un secreto que debía ser compartido... o el mundo moriría.
***
A Nadia le costó volver al trabajo y hacer como si nada hubiera pasado. Número sí lo hizo, con relativa facilidad, así que ella lo imitó cuando las últimas migajas de sus lágrimas se secaron sobre el suelo. Después se levantó, se frotó los brazos para entrar en calor y regresó al almacén, donde atisbó por el rabillo del ojo la inconfundible figura de la que otrora había sido Victoria. Ahora ésta vagaba de un lado a otro, cumpliendo la rutina esclava que había condicionado sus últimos meses de existencia. Y seguiría siendo así durante un tiempo... hasta que la carcasa en la que se había convertido se secara.
Entonces sería pasto de los <<rapiñadores>> y poco después, cuando la llevaran a la ciudad, pasaría a ser cargo de los <<cremadores>>. A veces, pensó, asqueada, ni siquiera hacía falta que los <<consumidos>> estuvieran secos del todo, pues ellos no tenían ningún tipo de escrúpulo.
La joven se estremeció con fuerza al pensar en ese último destino, cuya mención le resultaba desagradable y vomitiva. Era cierto que los tiempos habían cambiado, y que con el paso de los años la energía se había vuelto difícil de obtener. La electricidad era un lujo que muy pocos podían conseguir, el petróleo ya no existía... la energía solar era prácticamente imposible de conseguir. Ahora el mundo se regía, una vez más, por el vapor y la hulla, aunque en los últimos años la energía química que desprendían los <<consumidos>> al ser quemados era la opción más rentable. Incluso había campos de reclusos donde impulsaban a los seres humanos a abandonarse a la locura... para ser quemados en cuanto los primeros síntomas del proceso de consumición aparecieran.
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El último soñador
FantasíaLa Hecatombe cambió el mundo. El virus liberado durante la última guerra mundial ha hecho que el ser humano sucumba a una nueva e incontrolable enfermedad: los sentimientos nocivos se han vuelto en contra de sus dueños y ahora los consumen con vorac...