Capítulo V, parte III

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El angustioso sonido de un segundo disparo provocó que Bruce, el podenco de Xava, gruñera con rabia en dirección a la puerta. Los tres individuos que estaban dentro se estremecieron con fuerza, sobre todo al darse cuenta de que tenían muy pocas posibilidades de salir de allí con vida.

Xava tragó saliva ruidosamente, se giró para contemplar a Búho y a Nadia, y tras un segundo de honda reflexión, señaló hacia la puerta.

—Yo saldré primero —dijo, mientras empuñaba el arma que ella misma había fabricado hacía ya tanto tiempo—. Vosotros iréis por la puerta de atrás, la que está atrancada... y os marcharéis. Soñador, por favor... guíala bien. Tienes que conseguir ponerla a salvo. Ella... —Miró a Nadia, que tenía los ojos desencajados de terror—, sé que es especial. Puedo sentirlo en el fondo del alma.

El joven de cabellos plateados asintió con solemnidad, mientras cogía a la joven de la mano. Su tacto fue extraño, frío y cálido a la vez, y fuerte, mucho más fuerte de lo había pretendido. Pero Nadia no se quejó, porque sus sentidos estaban pendientes de la mujer que iba a jugarse la vida en unos minutos.

—No puedes quedarte aquí —susurró ella—. No podemos permitir que...

—Yo ha he vivido demasiado, y he cumplido mi deber como he podido. Ahora tú tienes que cumplir el tuyo... por el bien de la humanidad.

—No... no te entiendo. Y no sé si quiero hacerlo.

—Pero lo entenderás, Nadia. —Búho apretó su mano y captó su atención—. Yo te lo explicaré en cuanto estemos a salvo. Pero ahora tenemos que marcharnos... o no tendremos esa posibilidad.

—¡No voy a dejar a Xava aquí!

La anciana sonrió apaciblemente y puso los ojos en blanco antes de acariciar a Bruce con ternura y salir, rápidamente, al exterior. Escuchó los gritos aterrados de su joven protegida, pero los ignoró en la medida de lo posible y echó a andar, a grandes zancadas, hacia uno de los edificios vacíos que había frente a la caravana. Sabía que desde allí, desde la tranquilidad y el silencio de una habitación vacía, tendría más oportunidades de salvarles, incluso quizá de salvarse a sí misma.

Recorrió los escasos metros que la separaban del portal y tras sortear los cristales rotos de la puerta, subió rápidamente los tres primeros pisos. Al llegar al descansillo, jadeante y con el corazón temblando, se detuvo y cogió aire. Después sacó los alambres que siempre llevaba encima y abrió la puerta de uno de los pisos que daba directamente al exterior.

Lo que se encontró supuso una violenta vuelta al pasado: aunque el olor a cerrado y a podredumbre era intenso, no podía esconder que aquel lugar había pasado tiempos mejores. La casa estaba exactamente igual que sus dueños la habían dejado y se apreciaban en ellas detalles minúsculos y dulces que solo una vieja como ella podría saborear: las camas desarregladas, un viejo ordenador, los posters de los héroes musicales caídos y abandonados en el suelo... todo eso era, para ella, vida, su vida y la de aquellos a los que una vez había amado.

Se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas de un brusco aspaviento y se dirigió, con el corazón en un puño, a la terraza. Abrió la puerta oxidada de un empellón y tras rezar a la suerte y a la fortuna, se acomodó en la barandilla y esperó.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora