Capítulo VI, parte I

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Cuando Fabla despertó hacía tiempo que el sol se había puesto. Las sombras frías de invierno se habían extendido sobre las cabañas de madera y habían ahogado el leve calor de los rayos del sol. Aún se apreciaba un poco de claridad, pero ni de lejos era suficiente como para aventurarse fuera de allí.

Tras parpadear un par de veces y enfocar la vista atinó a percibir dos figuras encorvadas junto a una chimenea encendida. Uno de ellos era indudablemente David y el otro... supuso, agriamente, era el hombre que la había arrastrado hasta allí.

Ninguno de los dos decía nada y se limitaban a absorber el calor que desprendían las anaranjadas llamas. Aun así supo de inmediato que ya habían aclarado muchas cosas, cosas que a ella le afectaban directamente pero en las que no había tomado partido de ninguna manera.

Bufó sonoramente y trató de incorporarse con lentitud. Sintió un agudo dolor en el vientre y en la pierna que tenía rota, pero ni de lejos era tan abrasador como en las horas anteriores.

—¿Ya te has despertado?

La voz que interrumpió el silencio no era la de David, pues era mucho más madura y oscura, mucho más firme y llena de conocimiento. Y al oírla, aunque ya lo había hecho una vez, se estremeció de pavor.

—¿Fabla? —David se giró hacia la joven desde donde estaba. Las enormes ojeras que tenía bajo los ojos le reveló el hondo cansancio que pesaba sobre sus hombros, al igual que hizo el temblor que aún le recorría.

—Estoy bien —susurró en contestación y se levantó haciendo un enorme esfuerzo. En cuanto su cabeza estuvo en posición vertical su cuerpo acusó el golpe y todo se nubló durante un incómodo momento—. Un poco... mareada. ¿Qué ha pasado?

—Te desmayaste. —Ender miró a la mujer con una sonrisa llena de sarcasmo, desde la oscuridad del rincón en el que estaba sentado—. Y has tenido pesadillas.

Fabla miró al hombre con desagrado y después desvió la mirada para fijarla en David. Quiso levantarse y sentarse a su lado pero pronto notó que estaba demasiado cansada y dolorida como para hacer nada más que respirar.

—¿Tienes hambre?

Una vez más fue Ender quien le habló. David parecía absorto en la contemplación del fuego y no dijo nada, así que, desgraciadamente, Fabla tuvo que interactuar con aquel hombre que, todo sea dicho, no le inspiraba ningún tipo de confianza.

—Sí... y tengo mucha sed.

—Lo suponía —murmuró él y se levantó sin hacer ruido. Regresó apenas unos minutos después, cargado con algo que parecía pescado y un trozo de pan. También trajo, cuando dejó lo demás en un lado de la mesa, una enorme garrafa de agua aparentemente limpia—. Vamos, apóyate en mi —pidió en voz baja y extendió la mano para que ella se impulsara hacia delante.

La joven obedeció a regañadientes y tras ahogar un lastimero gemido de dolor, se arrastró hasta la mesa y se sentó en el pequeño taburete. Después inhaló con voracidad el aroma que desprendía la comida fría, antes de empezar a comer con desesperación.

—Y bien, David... ahora que está tu amiga despierta ¿confías en mí y en lo que te he dicho?

—Aún no entiendo para qué quieres eso. Ni cómo sabes que lo tengo yo —masculló David y giró la cabeza para taladrar a Ender con la mirada.

—Tengo mis maneras de averiguar las cosas. Sea como sea, sé que tienes ese libro... y sé lo que contiene. Para los míos es... digamos que una pieza importante para su desarrollo en este lugar.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora