La figura que estaba junto a Miriam se movió con lentitud. No se giró inmediatamente, pero tras el paso de unos largos e incómodos segundos, terminó por mirar a Omalíe.
—Has crecido desde la última vez que te vi —comentó la figura, cuya voz era miel y almendras, y era agua y viento—. Se te ve... fuerte.
Omalíe clavó los ojos en la mujer, tan incrédula y sorprendida que no atinaba a decir nada lógico ni coherente. Abrió la boca para decir algo y poner voz a sus desbocados pensamientos, pero tuvo que volver a cerrarla cuando se dio cuenta de que era incapaz de contestar.
—¿No vas a saludarme? —La mujer sonrió con ternura maternal y después cruzó las manos sobre su regazo, elegantemente—. Creí que me echabas tanto de menos como yo a ti. Porque aunque no lo creas... siempre te he llevado en mis pensamientos.
Finalmente, la joven guerrera permitió que las palabras inundaran su lengua y brotaran en un farfullo emocionado.
—Madre Graela... —susurró, con la voz temblorosa y casi escondida, como si aquel nombre fuera algo prohibido y secreto que no debía pronunciar—. No puede ser, tú... tú...
—Me marché, sí. Os dejé cuando me necesitabais... y lo siento muchísimo. No te imaginas, pequeña mía, lo mucho que he lamentado esa decisión —dijo y se acercó a ella, alzando los brazos morenos y tibios—. Pero hay veces en las que tengo que actuar de manera diferente para que todo vuelva a estar en orden. —Miró con dulzura a la mujer que se estremecía violentamente entre sus brazos y sonrió—. Pero estoy aquí, dispuesta a acompañarte si aún lo deseas.
—Pero... tú... —Omalíe gimió interiormente, sacudió la cabeza y levantó la mirada, mientras se separaba—. Tienes que ayudarnos —dijo, rápidamente, olvidándose de sí misma por completo—. Tienes que curarla, ¡sé que tú puedes hacerlo!
Omalíe rodeó a Graela y se arrodilló, rápidamente, junto a Miriam, que seguía inconsciente y respirando con dificultad. Sus heridas seguían siendo espantosas, pero ahora que habían dejado de sangrar parecían menos reales... aunque todos sabían que, desgraciadamente, lo eran.
—Ni siquiera sé quién es —explicó, recuperada en parte la compostura—, pero no podía dejar que muriera. —Alargó la mano y con esta temblando ligeramente, apartó un mechón de pelo del hombro derecho de Miriam, aún en carne viva y en donde se adivinaban con facilidad parte de los huesos—. ¡Cúrala!
Graela miró con curiosidad a la mujer que tenía a su lado y trató de adivinar qué motivos la movían a exigir con tanta fuerza. Recordaba a Omalíe de años atrás, de mucho antes de encontrar a Víctor, y sabía que no era así. Aunque también sabía que las circunstancias cambiaban mucho a los mortales, como ella misma había experimentado en su retiro.
—No puedo —informó, tras unos segundos en los que pareció perderse en la observación de la joven—. Ya no tengo tanto poder.
El silencio que llegó tras su contundente afirmación fue helador. Omalíe se giró hacia Graela y su rostro se contrajo en una mueca que era una mezcla entre dolor e ira. Y luego se transformó en una pena profunda y sincera que no pudo esconder, a pesar de que era experta en ello.
—¿Por qué? ¿Por qué no tienes poder?
—Porque la gente ya no cree en mí —contestó, con suavidad, mientras se retiraba el abrigo negro que la había protegido durante todo el viaje y que apartó desdeñosamente. Bajo la negrura de esa tela aparecieron sus brazos morenos y sus hombros cubiertos por una suave tela de colores que también envolvía el resto de su cuerpo: un sari—. O porque no hay gente suficiente para hacerlo —rectificó, mientras extendía los brazos y acariciaba con ternura a aquella destrozada desconocida—. No estoy segura de por qué, pero es tan cierto como que ahora estoy aquí. Lo siento muchísimo, hija mía.
ESTÁS LEYENDO
El último soñador
FantasyLa Hecatombe cambió el mundo. El virus liberado durante la última guerra mundial ha hecho que el ser humano sucumba a una nueva e incontrolable enfermedad: los sentimientos nocivos se han vuelto en contra de sus dueños y ahora los consumen con vorac...