Miriam levantó la cabeza a tiempo de ver como una de las criaturas surgía de entre los árboles, dispuesto a cargar contra ella. Fue tan solo un momento de terror, un breve segundo que usó para asimilar que aquella criatura compuesta por trozos de hierro y escombros, y por la carne descompuesta de decenas de cadáveres, iba a por ellos.
—¡¡Nos atacan!! —gritó con fuerza, proyectando su voz hábilmente para que llegara a todos los oídos posibles.
Después corrió hacia el improvisado campamento y cogió uno de los rifles que habían traído consigo desde Refugio. Junto a ella llegaron también Bastian y Diego que, en silencio, hicieron lo mismo que ella.
El caos se apropió de la tranquilidad de la noche, bruscamente. De golpe el silencio se vio interrumpido por una extraña sinfonía de órdenes, gritos de terror y otros mucho más agudos y que no procedían de gargantas humanas.
Miriam se adelantó rápidamente y centró su mirada en la primera de las criaturas que se acercaban. Clavó la rodilla en tierra, colocó el rifle y disparó: la monstruosidad emitió un grito agudo y se llevó dos de las extremidades a la herida, de la que surgía un líquido parecido al agua de las cloacas. Pero no se detuvo. Por el contrario; se giró y cargó contra la joven, que retrocedió nuevamente y buscó un punto más alto desde el que disparar.
Otro disparo resonó cerca de ella, tan cerca, que durante un momento solo fue capaz de escuchar un agudo pitido que envolvía todo lo demás y que convertía el terror que tenía delante en una irrealidad constante.
—¡Muévete!
Una voz desconocida, de mujer, taladró su cabeza y la devolvió a la realidad: giró la cabeza a tiempo para esquivar un golpe de otra criatura, pero cayó al suelo con un gemido dolorido y clavó la mirada directamente en los ojos velados de la monstruosidad que tenía delante.
Y justo cuando pensaba que iba a morir, una lanza de hierro atravesó la cabeza del ser de lado a lado. Un violento chorro de sangre sucia cayó sobre su pecho, que de inmediato empezó a humear y a deshacer el tejido y la carne que había bajo el.
Miriam gritó con el corazón, con el alma, con cada fibra de todo su ser. El dolor que la recorría y que estaba matándola rápidamente era el peor sufrimiento al que había sido sometida.
Gritó de nuevo, desgañitándose y tratando, desesperadamente, de deshacerse del devastador ácido que la estaba destrozando.
Pero no podía.
No podía.
La desesperación más absoluta se hizo con ella en segundos, mientras el ácido atravesaba la piel y alcanzaba los músculos del hombro, el brazo y parte de las costillas. Movida por la angustia, se llevó las manos al pecho y, violentamente, tiró de la piel que aún tenía ácido, hasta arrancársela con brutalidad. Sus manos se llenaron de enormes llagas, de heridas sangrantes y de su propia piel quemada.
—¡Estate quieta!
La voz desconocida llegó a sus oídos como si proviniera de muy lejos. Fue como un eco perdido, un susurro en mitad de una tormenta. Un cántico que prometía el alivio final, lo único que podía tranquilizarla en ese momento.
Miriam sonrió...Y después cerró los ojos, abandonándose a esa dulce y placentera oscuridad que parecía llamarla.
—¡No te duermas, tonta!
Omalíe sacudió la cabeza y rápidamente tiró de ella para alejarla de la bestia muerta. Después comprobó que tenía pulso y que seguía respirando, aunque la gravedad de sus heridas era tal que no sabía si sobreviviría.
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El último soñador
FantasyLa Hecatombe cambió el mundo. El virus liberado durante la última guerra mundial ha hecho que el ser humano sucumba a una nueva e incontrolable enfermedad: los sentimientos nocivos se han vuelto en contra de sus dueños y ahora los consumen con vorac...