Capítulo XI, parte I

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Bastian admiró el preciso momento en el que el día se transformó en noche cerrada. Los colores oro y violeta se desdibujaron y cambiaron, mudando su brillo intenso por una caricia mate y fría que mudó en suaves tonos azules. Y después, el añil profundo tachonado de esquejes de estrellas.

Siempre le había gustado observar ese instante. Tenía la sensación de que el tiempo se detenía por completo y le otorgaba un instante de paz.

Quizá por eso estaba allí ahora; porque necesitaba quietud y sosiego. Algo imposible, por otra parte, porque el campamento entero bullía de actividad e indignación.

La noticia de que iba a ver una votación para decidir el futuro de los componentes había levantado un gran revuelo, especialmente entre los más jóvenes. De golpe, toda la disciplina que había impartido durante el tiempo que les había liderado se había desvanecido y había sido sustituida por la enajenación que otorgaba la pérdida de la confianza.

Se encontraban en una situación peliaguda, y él lo sabía pues ya lo había vivido en ocasiones anteriores. La falta de un líder siempre comprometía al grupo, porque llenaba a este de dudas y delirios de grandeza. Él lo había vivido cuando era un crío, y dado lo que ocurrió por aquel entonces, prefería no tener que volver a vivirlo.

Pero no podía hacer nada para evitar lo que tendría lugar esa misma noche. El enfrentamiento que había tenido con Jaume ya era de dominio público, y como tal, todos tenían derecho a opinar sobre qué hacer a continuación.

Bastian había pensado mucho sobre lo que les diría cuando estuvieran juntos. Les hablaría con sencillez, porque él era un hombre sencillo, pero no trataría de esconder su ignorancia. A fin de cuentas, pensó, a la hora de la verdad no serviría de nada mentirles. Si querían seguirle, tendrían que confiar en siempre tomaría la opción más correcta, fueran las que fueran las circunstancias. Exactamente como haría con el tema de Miriam y de aquellas criaturas desconocidas.

Finalmente, cuando el aire silbó y arrastró a las nubes por todo el firmamento, Bastian decidió acudir a su obligada cita. Se levantó con lentitud, lamentando no ser tan joven como antes, y se sacudió la ropa. Tras él, en la lejanía, escuchó los exacerbados gritos de su grupo, que discutían acaloradamente sobre lo que iba a ocurrir a continuación. No todos estaban de acuerdo en cambiar el método de vida que habían llevado hasta ahora, pero otros, afortunadamente para él, sí que creían en el cambio, en la absolución, en esa nueva oportunidad que él tanto quería brindarles.

Un nuevo grito, más alto que otros, llenó sus oídos y le robó un gemido de miedo que no abogaba por su propia vida. Tenía miedo por lo que ocurriría en un rato, por las consecuencias que sus palabras y la de Jaume tendrían en la vida de aquellos muchachos. Temía, también, por Lucía. Y por su hijo. ¿Qué clase de vida les depararía si Jaume decidía equivocadamente? ¿Y si su egoísmo aletargaba su empatía? Si ocurría algo así, ninguno de ellos tendría oportunidad alguna.

Sabía que no podía permitirse perder.

Bastian tomó aire profundamente, se apartó el pelo de la cara y lo recogió en una coleta baja. Después se frotó los ojos, rodeados de sombras negras, y trató de serenarse, de pensar con lógica. Se avecinaba una batalla, una pelea, una pequeña guerra de la que esperaba solo palabras. Pero, a veces, la intención de esperar no concuerda con la verdadera situación, y bien sabía él las tendencias violentas de Jaume.

Un cosquilleo de excitación recorrió todo su cuerpo. Era una sensación extraña, pensó, mientras cerraba los ojos y trataba de relajar el cuerpo, pero cuanto más pensaba en que tenía posibilidades de morir, más sentía la vida aferrarse a su cuerpo.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora