Capítulo II, parte II

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El sonido de las armas al ser cargadas resonó por toda la habitación. El eco rebotó de una pared a otra y después impactó en los oídos de las cinco personas que había en la estancia. Todos eran diferentes: dos de ellos eran adultos, viejos mineros franceses que se habían asentado en las inmediaciones de Campamento y que habían ayudado a montar Refugio. A su lado más inmediato había dos chicas jóvenes, que apenas alcanzaban los catorce años y que se habían criado a las afueras de la ciudad y, justo después, se encontraba un adolescente que miraba a su alrededor con tranquilidad, a pesar de que lo peliagudo de la situación.

—Lo repetiré una vez más, señores. ¿Quién de todos ustedes fue el que encontró la brecha? No me obliguen a repetirlo o las consecuencias serán nefastas para todos.

El silencio fue la única respuesta que obtuvo el militar vestido de gris. Tras unos segundos en los que nadie dijo nada se oyó una carcajada repleta de sarcasmo, que hizo temblar a dos de las chicas que esperaban de rodillas en el suelo. Ellas sí lo conocían.

Habían conocido al capitán Lerom hacía apenas dos semanas, cuando se toparon con él de camino a los pozos de agua. Él desconocía que las dos jóvenes le habían visto, y quizá por eso era tan condescendiente en su trato para con ellas. Pero al margen de eso, lo cierto es que Fabla y Violeta habían visto la cruda violencia del que el militar hacía gala. Y no querían sentirla en sus propias pieles, ni verla plasmada en la piel de sus compañeros. Si por ello tenían que vender a David, el cabecilla de su grupo, lo harían. ¿No era mejor salvar a gran parte del grupo en vez de a uno solo?

El primer disparo tuvo lugar pocos segundos después, cuando la carcajada de Lerom se disolvió y se convirtió en un siniestro eco. El sonido fue abrumador e intenso, visceral y horrible, pero fue mucho menos doloroso que el brusco gemido de Violeta al caer bocabajo contra el suelo. La sangre que brotaba en oleadas de su cabeza empapó el suelo de cemento rápidamente, hasta que formó un charco bajo los pies vendados de Fabla.

—¿Y bien? ¿Quién va a ser el primero en decirme cómo atravesasteis las defensas del perímetro? ¿Quién es el cabecilla del grupo?

De nuevo hubo un hondo silencio que pareció cubrir toda la estancia, desde las paredes lisas de hormigón a la mesa de madera vieja que el militar usaba como apoyo. Nadie se atrevió a decir nada, aunque Fabla temblaba tanto que casi se podía oír el repiqueteo de sus huesos al mecerse.

—Tráeme a la chica —ordenó entonces Lerom, que hizo un vago gesto señalando a Fabla.

Ella gimió de pura congoja y cerró los ojos bruscamente para no verle, para no imaginarle. Para no sentirle a su alrededor. Recordó en ese instante lo que había visto en los pozos y vomitó bruscamente a los pies del militar que venía a por ella. Lo poco que había comido el día anterior se deshizo sobre la sangre de Violeta, que ya se había extendido hasta los demás miembros del grupo. Después levantó la cabeza y clavó su mirada ámbar en el rostro imperturbable del hombre rubio que había venido a por ella. Al principio trató de resistirse, pero después recordó la brutalidad de los golpes que Noah había recibido: la sangre, el pelo arrancado, los moratones y el crujido de los huesos al ser rotos. El muchacho que había crecido a pocos metros de ella había muerto debido a los golpes de ese hijo de puta, que no había contenido su saña ni con un niño.

Y ahora iba a por ella.

Un sollozo soterrado brotó de su garganta reseca cuando el hombre tiró de ella con brusquedad. Sus pies descalzos resbalaron en la sangre y el vómito, lo que hizo que su estómago se revolviera.

—Túmbala.

Fabla se vio tumbada bocabajo sobre la mesa. No quiso abrir los ojos para no ver a sus compañeros... ni para ver el cadáver estático y aún caliente de Violeta. Sin embargo con los ojos cerrados todo se magnificaba más: desde el áspero roce de la madera contra su mejilla al desagradable sonido del cinturón al ser abierto. Escuchó con terror el jadeo entrecortado del militar y sintió, al borde del desmayo, sus manos tirando violentamente del pantalón y de las bragas. Y luego sintió sus dedos, enormes para ella, hurgando entre sus piernas.

Y en ese momento quiso morir. Quiso ser Violeta, que ya no sufría. O incluso Noah, que estaría pudriéndose al sol. Quiso ser todos ellos y ninguno a la vez, porque el fin que la esperaba después de que Lerom terminara sería el mismo.

—¡Yo soy David!

La voz resonó potente como un trueno y sorprendió a todos los que estaban allí. El que había hablado era uno de los mineros franceses, un hombre rubio, de melena larga y enredada, de constitución fuerte y ruda. Su verdadero nombre era Bastian... y todos, menos los militares que les habían atrapado, lo sabían.

Pero ninguno dijo que mentía, ni siquiera el propio David, el último joven de la fila, que contemplaba todo el despliegue de mentiras y violencia en silencio.

—¿Tú eres el gilipollas al que se le ha ocurrido entrar en Campamento sin autorización? —Lerom sonrió al escucharse, y se alejó de Fabla, que ahora lloraba en silencio y sin ser capaz de apartar la mirada de Bastian—. Y yo que creí que el famoso <<David>> de Refugio era más listo. —Se arrodilló junto a él y observó su gesto tranquilo y sereno—. Incluso pensé que me darías más problemas cuando fuiste capaz de entrar en los archivos. Pero me equivoqué... solo eres un subnormal más con pretensiones. Y mírate, ahora estás hundido en la mierda hasta el cuello. —Levantó la mirada y la paseó por los que le acompañaban, con una sonrisa sardónica—. ¿No crees que deberías haber escogido a tu equipo mejor? Un grupito de niñas y un mocoso mudo. Manda cojones.

Lerom se incorporó lentamente y giró el cuello para eliminar la repentina tensión que soportaba en los hombros y en las cervicales. Después volvió a prestar atención a Fabla, que trataba desesperadamente de quitarse de encima a los dos hombres que la mantenían tumbada.

—Llevadla a mi habitación.

—¡Hijo de puta! —estalló entonces Bastian, mientras trataba de levantarse. Un empujón lo estrelló con fuerza contra el suelo, pero aún así volvió a levantarse—. ¡Es una niña, joder! ¡¡Una niña!!

—¿Y qué? ¿No se la puede abrir de piernas? ¿No tiene un agujero en el culo? —Sonrió levemente y cerró la puerta cuando los otros dos se llevaron a Fabla, que empezó a gritar como un animal herido en el mismo momento en el que la incorporaron—. Ya te contaré qué tal me la chupa cuando acabe con ella, ¿eh?—propuso mientras se aseguraba que los pequeños orificios de las paredes estuvieran cerrados.

Comprobó uno a uno los veinte obstructores de gas que había en la sala y después, se dirigió a la puerta.

Tras él, Bastian siguió gritando.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora