Capítulo III, parte III

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La falta de noticias de Fabla y David pesaba en el pensamiento de Bastian como una pesada losa, fría e inamovible. Hiciera lo que hiciera para menguar la presión de las ideas funestas que se le pasaban por la cabeza, no era suficiente. Siempre terminaba pensando en lo que podría haberles pasado, y en lo diferente que, quizá, hubiera sido todo si él hubiera tomado otras decisiones.

La idea de asaltar los convoyes de suministros de Campamento no había sido exactamente suya, ni de Jaume, por cierto. La sugerencia había procedido de David que, a pesar de su juventud, sabía mucho de cómo funcionaba la gran ciudad... y de cómo causarle problemas.

Bastian suspiró pesadamente y se pasó la mano por la cara. Su rostro expedía en grandes oleadas lo cansado y frustrado que estaba, pero nada aparte de eso decía lo afectado que estaba por la situación que todos estaban viviendo.

—¿Cuánto más vamos a esperar?

La voz de una mujer, firme y grave, le trajo de nuevo a la tarea que tenía entre manos: la evacuación temporal de toda la aldea. Sabía que tarde o temprano los militares vendrían a por ellos, sobre todo tras el desastre de la última incursión, así que habían dejado atado un buen plan de huida. Y ahora había llegado el momento de ponerlo en marcha.

Se giró hacia Lucía con un gesto resignado, mientras guardaba en uno de sus bolsillos una bolsita llena de tabaco.

—Aún no han regresado, Lucía. Ten un poco de paciencia.

El gesto de la mujer pelirroja se crispó un momento, antes de volver a convertirse en un rictus amargo y desolado. Casi se podían ver las lágrimas en el fondo de sus ojos negros, pero no dejó que ninguna de ellas se deslizara por sus mejillas. Por el contrario, todo en ella pareció endurecerse, ennegrecerse.

—Llevan desaparecidos más horas de las que puedo contar, Bastian. —Remarcó su nombre con énfasis, como si esa palabra pudiera arrancar en él algo de su férrea indiferencia. Qué poco sabía de él—. Y nosotros no podemos permitirnos el lujo de que vengan a masacrarnos. ¡Piensa un poco en nosotros!

La palabra <<nosotros>> caló profundamente en él, que no pudo evitar mirar hacia el prominente vientre de la mujer. Lucía se había quedado embarazada en una noche de debilidad, en una noche oscura y solitaria, en la que los pocos habitantes de Refugio se habían dispersado gracias a un cargamento de whisky que habían interceptado a unos kilómetros de Campamento. El júbilo había sido intenso, y la necesidad de arrojar un poco de luz a su vida había incrementado el placer de cometer actos tan sucios y placenteros como un polvo bien echado. Lucía había ido a buscarle, pues lo hacía desde mucho atrás... prácticamente desde que él la había recogido y amparado. Y aunque sabía que el tipo de relación que ellos tendrían nunca sería propiamente sana, había decidido darse un capricho... y dárselo a ella. ¿Y por qué no? Pensó, equivocadamente.

Lo cierto es que lo habían pasado bien. La ocasión parecía perfecta para ellos, pues nadie les detuvo, ni les dijo que follar por follar, en su situación, no era buena idea. Pero había pasado, y después se repitió varias veces más, hasta que casi se convirtió en una costumbre.

Pero no había nada más entre ellos, salvo el sexo y el consuelo que este les proporcionaba cada madrugada.

Como era de esperar, aunque no lo hicieran ni pensaran en ello, Lucía quedó encinta. Fue una sorpresa para todos, una agradable y extraña sorpresa, que pareció encender la vida que se apagaba en aquella minúscula aldea de muertos de hambre.

A Bastian la noticia no le fue tan grata, la verdad. Y no porque no quisiera hijos, que los quería, sino porque ignoraba cómo iba a mantenerlos a salvo. Ya le costaba hacerlo en condiciones normales, así que no quería imaginarse qué ocurriría cuando su corazón se viera involucrado en ello. Aún así, había aceptado el embarazo con una queda sonrisa, y había procurado que Lucía estuviera todo lo bien que él mismo podía permitirse. No se habían mudado juntos... y lo cierto es que no tenía intención de que pasara. Si bien el sexo con ella era plácido y agradable, no ocurría igual con la convivencia. Ambos eran demasiado diferentes, demasiado suyos como para que una vida juntos, por leve que fuera, saliera bien.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora