Capítulo X, parte I

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Capítulo X: Lo pasado, pasado está

Cuando David abrió los ojos el sol ya había atravesado el firmamento y estaba a punto de escurrirse tras las alejadas montañas. El lugar en el que se encontraba estaba lleno de largas sombras y olía desagradablemente a sangre y a un producto químico que no le resultaba familiar.

Apenas unos segundos después de que la primera luz impactara en su retina, sintió la llegada del dolor: un tirón brusco e inmediato, que lo instó a mirar hacia su brazo —ahora muñón— herido.

No le sorprendió que ya no hubiera brazo, y aunque suponía que aquello pasaría, sintió su pérdida en el fondo del corazón, aunque la aguantó con estoicismo.

—¿No había otra solución? —preguntó, en voz baja. Las palabras surgieron de sus labios resecos, con una gravedad mucho más notoria que en otras ocasiones. Se incorporó mientras esperaba una respuesta, aunque ese acto le costó un esfuerzo mayúsculo. La oleada de dolor fue intensa, pero lo que más le preocupó fue, precisamente, la debilidad de su propio cuerpo. Se sentía enfermo e incompleto, pero no de la misma manera a la que él estaba acostumbrado. Era mucho menor y, a la par, infinitamente peor.

—Ender dijo que si no lo hacía la infección terminaría por matarte. —Fabla se acercó al joven y le sonrió suavemente, mientras se apoyaba en una improvisada muleta que el propio Ender le había regalado, a regañadientes—. Es lo mejor que pudimos hacer.

—¿Tú también...?

—Sí, le ayudé —le interrumpió ella, mientras alargaba la mano y comprobaba su temperatura, que seguía siendo anormalmente alta.

—No quiero que te acerques a él.

Por primera vez desde que llegaran ambos a aquel lugar apartado de todo, se miraron a los ojos. Era cierto que nunca habían sido buenos amigos, ni siquiera compañeros, pero todo lo ocurrido en aquellos días había forjado un camino que, por fuerza, habían tenido que recorrer juntos.

David sabía que su manera de actuar desde que llegaron no había sido la más idónea. Se había dejado llevar por la ira, por el miedo, por todos aquellos sentimientos que tanto daño le hacían día a día y que siempre parecían cohabitar con él. Pero ahora, a pesar de todo, no era capaz de encontrarlos merodeando a su alrededor... lo que era, ciertamente, una novedad. Un último regalo de Víctor, pensó.

—¿Por qué no? Ender es raro, ya lo he visto, pero no es mal tío —mintió y desvió la mirada de sus ojos—. ¿Vas a volver con él a Campamento?

—No.

—¿No? —Fabla enarcó una ceja y escudriñó su rostro cansado y manchado de sangre—. ¿Por qué no? Él dijo que lo harías.

—No hagas caso de lo que te dice, nunca. —David alargó rápidamente su mano sana y cogió la de la joven. La apretó con fuerza y después obligó a su dueña a mirarlo—. Ender no es como los demás tíos que conozcas. Pase lo que pase, ignórale, ¿de acuerdo? No trama nada bueno.

Fabla hizo una mueca de disgusto y se apartó de la camilla. El suelo seguía estando sucio, pero la sangre ya estaba seca y resultaba una imagen mucho menos grotesca.

—Fuiste tú el que me trajiste aquí, acuérdate. No me vengas ahora con monsergas... él nos ha ayudado, a fin de cuentas. Lo menos que podemos hacer es ayudarlo a él.

—¿Te ha dicho él eso?

La joven desvió la mirada y se separó un par de pasos más. Se dejó caer en una silla y suspiró, largamente.

—¿Qué más te da? Solo quiere el libro ese, dáselo y ya está.

—No pienso dárselo, Fabla —masculló él y parpadeó varias veces para deshacer el velo de dolor que le cubría los ojos—. Nos vamos. ¿Estás lo suficientemente bien como para andar? Será un viaje largo.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora