Capítulo VI, parte II

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El ambiente que rodeaba al silencio era frío y triste. Ni siquiera la ausencia de viento o de lluvia suponía un consuelo para las dos almas que deambulaban por aquella ciudad abandonada.

La pérdida de Xava había supuesto un golpe terrible para el ánimo de Nadia, que era incapaz de entender qué había pasado. ¿Por qué todo lo que la rodeaba terminaba por mancharse de alguna u otra manera? Primero había sido su padre, después su madre... y más tarde todos los amigos que habían pasado por su vida, para dejarla poco después. Recordó amargamente a Victoria y a Norma antes de detenerse a pensar en Xava... y en el propio Búho, que ahora caminaba tras ella, meditabundo.

No habían vuelto a hablar desde el beso, aunque al parecer, ninguno de los dos lo necesitaba. De hecho parecía que ambos esquivaban cuidadosamente el momento, porque ni siquiera se habían vuelto a mirar. Por el contrario ahora parecían dos seres completamente ajenos que, por azares del destino, seguían el mismo camino.

Hacía rato que habían abandonado la amplia avenida principal. Ahora estaban vagando por los pequeños callejones oscuros y húmedos, en un vano intento de regresar a la caravana. Ahora que los rapiñadores no estaban no había motivo alguno para abandonar a Xava... aunque ambos sabían que la posibilidad de encontrarla con vida era remota. Ellos mismos habían escuchado los disparos, y aunque confiaban ciegamente en la vieja militar, desconocían hasta dónde la habrían llevado sus fuerzas.

Poco a poco encontraron el recodo que se abría al viejo parque infantil, donde se veía perfilada la caravana. Desde donde estaban no se veía absolutamente ningún tipo de movimiento, ni siquiera uno nimio y esperanzador. Aun así, tras una mirada conciliadora y llena de esperanza, ambos se dirigieron a buen paso a las proximidades del vehículo.

Lo primero que percibieron fue el desagradable olor de la sangre mezclado con la pólvora de las balas. Después contemplaron, en silencio, la inequívoca silueta de un cadáver situado a pocos metros de allí. Dada la oscuridad que reinaba no podían discernir si era Xava o no, así que haciendo de tripas corazón, Nadia se acercó al cuerpo, titubeante.

—Que no sea ella, por favor... dime que no es ella —murmuró para sí misma como un mantra mientras Búho se quedaba rezagado y la miraba con desasosiego.

—Nadia, espera.

La joven se detuvo bruscamente y se giró hacia él, con los ojos llenos de lágrimas. El corazón le dolía con intensidad a pesar de no saber nada con certeza, a pesar de que aún había esperanza para todos ellos, pues nada era verdad hasta que no se demostraba.

Pero, lamentablemente, el miedo se había posicionado muy alto en su alma, y ya no sentía ningún tipo de seguridad. Ni siquiera él se la proporcionaba... cuando se suponía que sería el único que cuidaría de ella.

Búho la alcanzó de un par de zancadas y con delicadeza le apartó un mechón de pelo de la cara. Su contacto pareció tranquilizarla un tanto, pero él sabía que nada podría curar sus heridas si el cuerpo resultaba ser el de su vieja amiga.

—Nadia... tienes que entender que, a veces...

—No sigas por ahí —musitó ella, con el labio tembloroso y la mirada llena de decepción—. A mí me has salvado, lo mismo podrías haber hecho con ella. ¡¿Por qué no lo has hecho?! ¡¿Por qué, joder?! ¡¿Por qué?!

El gesto de Búho se contrajo dolorosamente y sus ojos bicolores acusaron el golpe. Sin embargo mantuvo su mirada clavada en la de ella y se obligó a serle sincero, porque ella ya había visto lo que podía o no hacer... y se merecía una explicación.

—Porque no quise —susurró.

El poco color que quedaba en las mejillas de Nadia desapareció por completo. Sus ojos se agrandaron debido a la impresión, y tras unos segundos, se tiñeron de rabia, de la más pura y siniestra.

El último soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora