You're beautiful│Yoonmin.

XII

— Eso quiere decir, que Jenna es ¿A?... — susurró JiMin, envolviéndose entre la manta, con el pasar de las horas, su cuerpo había ido aproximándose más al extremo en el que se encontraba YoonGi, apoyó tímidamente su cabeza sobre el hombro del pelinegro. —¿Jenna mató a Alison? ¿No es un poco complicado para alguien... ciega?

Habían iniciado con películas románticas y después de un par de ellas, cuando caía el atardecer, decidieron ver una serie.

— No lo sé...  — murmuró YoonGi. — En primer lugar, no creo que Alison este muerta... y puede que Jenna no sea ciega.

— ¡Pero apenas puede caminar sola! Además encontraron el cuerpo de Alison... — exclamó el castaño acurrucándose.

— ¿Cómo sabes que es su cuerpo? — cuestionó YoonGi girándose levemente con una ceja enarcada — puede ser el de otra persona, otra chica rubia quizá.

— No lo sé... parece demasiado complejo... yo creo que sí está muerta y le contó todos los secretos de sus amigas a alguien más y esa persona las extorsiona. — Habló JiMin demasiado seguro de su teoría. YoonGi puchereó mientras indagaba en la guía de capítulos.

— Son muchas temporadas — rió — supongo que es más elaborado de lo que pensamos... ¿Quieres cenar ahora? ¿Quizá-

— Para ser sincero hyung, no tengo demasiada hambre. — murmuró el castaño.

— Tampoco yo...  — YoonGi mordió su labio inferior. Lo que no tenía era ganas de levantarse de ese lugar. Se estaba bastante bien ahí, en ese pequeño espació entre el extremo del sofá y el cálido cuerpo reclinado sobre él.

— Oh... ¿Café? — preguntó JiMin de repente, haciendo que YoonGi se girase por completo. El menor le miraba sonriendo.

— Está bien. — Asintió.

JiMin se levantó del sofá y de un tirón quitó la gruesa manta afelpada de color crema que estaba cubriendo a ambos.

— ¡Hey! — se quejó YoonGi.

— Yo haré el café, así que me llevo la manta. — Canturreó.

— ¡Pero hace frio! — puchereó el pelinegro.

— Puedes venir conmigo si quieres calentarte. — Habló mientras se dirigía a la cocina.

Un suave rubor comenzó a cubrir su pálido rostro antes de que sus pies se introdujeran con lentitud en las pantuflas y siguiera al castaño a la cocina.