Capitulo 39: Maldición

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*Meliodas*

Mierda, no hay nada que podamos hacer ante nuestros padres, son demasiado poderosos. Alguien se ha chivado a estos dos de que Elizabeth y yo estábamos más que juntos. Como pille al culpable, le arranco la cabeza de cuajo. Elizabeth y yo estamos exhaustos, pero aún nos queda algo de poder mágico para seguir. Sin embargo, nos derriban sin piedad.
Elizabeth me coge de la mano y se pone a llorar. No, por favor, no llores, no puedo soportarlo mi dulce Diosa.

Yo: E...li...za...beth...te...amo...
Eli: Me...li...o...das...

Cierro los ojos y me sumo en la más profunda oscuridad.

*Elizabeth*

No, Meliodas, no. No puedes dejarme. No puedes morirte. Por favor, vuelve.
Lloro desconsoladamente puesto que mi dulce rubio se ha rendido y se ha dejado llevar por las manos de la muerte. La sensación que deja esto en mi corazón es como si me estuvieran clavando mil cuchillos en él...Oigo a mi madre reírse. La odio. No merece llamarse Diosa, de ninguna de las maneras. Con las pocas fuerzas que me quedan, la miró a los ojos cabreada, sin soltar la mano de Meliodas en ningún momento.

Mamá: Elizabeth, escucha esto. Meliodas volverá a la vida. El Rey Demonio y yo hemos decidido castigarlos y morir no es la mejor opción. Así que os maldecimos eternamente por osar siquiera el mirarle como si fuerais iguales.
Meliodas tiene la maldición de revivir después de morir. Tú morirás delante de sus ojos y reencarnaras para volver a encontrarte con él...y volver a morir delante de sus ojos.

¿Qué clase de broma es esta? ¿Una maldición? No me lo puedo creer...

Mamá: Y ahora, mi querida niña, muere. ¡Irá Divinaaa!

Me lanza su ataque final y mi cuerpo ya no resiste. Me dejo llevar para acabar con el sufrimiento...sabiendo que este último me acompañará toda la eternidad...

*Meliodas*

¿Qué... dónde...estoy...?
Parece que estoy en el campo de batalla. Qué irónico. Pensaba que había muerto. Todo parece tranquilo, como si la guerra hubiese acabado de sopetón. Entonces noto algo en mi mano. Es cierto, estaba cogido de la mano de Elizabeth...pero no se mueve. De hecho está fría como el hielo. Miro hacia atrás, sabiendo lo que me voy a encontrar.
Elizabeth está tumbada hacia abajo. Está ensangrentada y sus ropas están destrozadas. Sus alas están algo desplumadas y sus ojos están cerrados con una cara de sufrimiento, como si matarla hubiese sido una tortura. Me acerco hacia ella sin soltarla y la tomo en brazos y es en ese instante, en el que siento que ella está inerte, sin vida en mis brazos. Muerta.

Desgraciados...han matado a mi dulce Diosa, a mi delicada Princesa, que era la representación de mi luz interior, mi guía, mi compañera, mi amante. Mi todo. La oscuridad se cierne sobre mí. La aprieto contra mi pecho y saco toda la ira que se me ha acumulado hasta este momento.

Yo: AAAAAAAAAAAAAAAAAÁAAAAAAA!

Mi oscuridad destruye todo a su paso, pero no me importa nada, porque me han quitado a lo más preciado para mí :Elizabeth.

Juro que me voy a vengar de esos malditos creídos de mierda, que se creen superiores a todo el mundo. Voy a ir hasta el purgatorio y desmembrare a mi padre en pedazos y luego, iré a por la zorra esa de arriba y me quedaré con su cabeza. Antes de reunirme con Elizabeth, debo vengarme. Por eso estoy vivo.
Un momento...¿Por qué estoy vivo? Juraría que había muerto. Yo mismo sentí como dejaban de latir mis corazones uno a uno. Qué extraño.
Bueno, qué importa, voy a vengarme de esos cabrones, que son capaces de cargarse a sus hijos sólo por seguir un sentimiento natural. A la mierda, se van a enterar de quién es Meliodas.

Cojo el cuerpo de mi precioso ángel y decido enterrarla en un sitio bonito. Ojalá este descansando en paz, aunque sinceramente, lo dudo. Ella no puede ser feliz sin mí. Al menos, espero que me esté cuidando allá donde esté y me ayude en mi cometido de volver a verla, esta vez para siempre.

Una vez terminado el ritual de entierro y duelo, vago por la zona. No veo nada ni a nadie conocido. Es raro, porque debería haber cuerpos, muertos, heridos, qué sé yo. Pero no hay nada. El vacío.

Mientras paseo, pienso en Elizabeth de nuevo. No puedo quitármela de la cabeza, ella era el amor de mi vida. De hecho, iba a pedirle en matrimonio cuando todo esto acabara. Maldito iluso, ¿Cómo he podido ser tan imbécil?

Empiezo a llorar de tristeza, rabia y desesperación mientras sigo vagando sin rumbo...

* Continúa en el prólogo de Nanatsu no Taizai: Reencarnación*

*Nanatsu No Taizai : El preludio de una tragedia* (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora