Capítulo XII

10.9K 1.1K 30
                                    

- Arthur, ¿ donde se encuentra el Laird Lennox? Creo que debo hablar con él.

- Pues vera señora... Él... Estaba un tanto sorprendido con la noticia de su enlace y se encerró en la biblioteca, ha pedido que nadie le moleste- Kenna bufó, si claro, su marido estaba sólo en la biblioteca, ¿la tomaban por tonta? Seguro que estaba con aquella mujer, haciendo vete tú a saber que.

- ¿Arthur podrías pedir a alguna doncella que me indique cómo llegar a mi cuarto? Ha sido un día largo y quiero descansar.

- ¡Oh, claro! No veo porque no- indicó a una de las doncellas que se encontraban por el pasillo que acompañará a Kenna a su nuevo dormitorio.

En el trayecto pasaron por delante de lo que supuso debía de ser la biblioteca, no se oía ningún sonido proveniente del interior, y tampoco se apreciaba que hubiesen velas dentro. Ahora sí que no le quedaban dudas, su marido era un adúltero y ella poco podía hacer al respecto, salvo vengarse. Llegaron a la habitación, la cual la doncella le explicó que era el dormitorio del Laird.

- Debe haber un error, ¿no hay ninguna otra habitación?

- Señora usted es su esposa, deben de compartir lecho si quieren concebir al futuro laird- dijo la doncella mientras de sonrojaba de pies a cabeza, Kenna no pudo evitar reír, para hacer menos incómodo el momento entró y cerró tras ella.

La habitación era espartana, sin nada que la hiciera más acogedora, una piel cubriendo la ventana para evitar que pasase el frío, una enorme cama cubiertas de pieles, un armario y un baúl y un escritorio enorme, nada de jarrones con flores o algún tapiz, no cabía duda de que era el dormitorio de un hombre. Kenna se quedo observando la enorme cama, sabía que se esperaba que durmiera junto a su marido, pero sabiendo lo que estaba haciendo en estos momentos la sangre le hervía, no, no iba a dormir junto a él. Decidió coger unas cuantas pieles y una almohada y dormir junto a la chimenea, mejor el suelo que junto a ese adúltero. Al no saber dónde se encontraban sus cosas decidió dormir con el vestido que llevaba del viaje, tras unos minutos observando el fuego el sueño la fue venciendo. De pronto escuchó un fuerte golpe, debía de ser su marido llegando a su dormitorio, se hizo la dormida al oírlo abrir la puerta, Rhys hacía mucho ruido además no paraba de tropezar con cuánto mueble se encontraba en su camino, había bebido unos cuantos whiskies para tratar de asimilar su nuevo estado. Observó la cama y se encontraba vacía, ¿donde estaba su mujer? La encontró acostada junto al fuego, envuelta entre pieles y con su larga melena derramándose sobre la almohada como el cielo nocturno, tenía que reconocer que era muy hermosa y esos ojos transmitían una gran pasión.

- Mi hermosa esposa- le acarició el cabello- por está noche dejaré que huyas de mí, pero eso va a cambiar.

Al tenerlo tan cerca el corazón de Kenna empezó a palpitar, no entendía esa reacción, al poco tiempo escuchó a Rhys dormitando, cayó en un profundo sueño, Kenna tomó la decisión de acercarse a saciar su curiosidad, ver cómo era, pues en el salón no lo pudo apreciar. Sigilosamente se acerco a la cama donde yacía su marido medio inconsciente. Debía de reconocer que Rhys Lennox era sumamente atractivo, con unas facciones marcadas, unos labios sensuales, un cabello dorado como el sol y un cuerpo esculpido con largas jornadas de entrenamiento. Algo la obligaba a acariciar esa piel para comprobar que no estuviese soñando con algún tipo de ser celestial, al pasar los dedos por su mejilla el abrió los ojos de golpe, era los ojos más azules que hubiese visto en su vida y en este momento estaban completamente puestos sobre ella, con un brazo la atrapo y la pego a su cuerpo quedando encima de su hercúleo cuerpo.

- ¿Tanto deseabais a vuestro esposo que no habéis podido respetar mi descanso?- Kenna forcejeo por escapar de su agarre pero le fue inútil, solo conseguía sin saberlo encender más la llama del deseo dentro de Rhys - no hemos tenido la ocasión de ser presentados mi señora, soy Rhys Lennox, aunque dado que estamos casados podéis llamarme Rhys.

- Laird Lennox o me soltáis en este momento o os arrepentiréis- volvio a forcejear, con lo cual Rhys giro sobre sí mismo aprisionando en esta ocasión a Kenna bajo él.

- Os pido querida que me llaméis Rhys, no Laird Lennox, y menos cuando estemos los dos a solas y en nuestro dormitorio, me parece demasiado frío para estos momentos- dijo acercándose más a Kenna, la cual no pudo evitar sonrojarse, un tanto de rabia por encontrarse metida en esta situación y otra por tener tan cerca a su marido- seguís sin decirme vuestro nombre querida.

- Kenna... Me llamo Kenna- y no dijo nada más pues Rhys acortó la distancia entre ellos y la beso. Sus labios eran cálidos y exigentes, en un primer momento Kenna no reacciono recreándose en ese beso, pero a continuación y haciendo acopio de todas sus fuerzas lo aportó de encima y salió del cuarto sin mirar atrás. No pensaba volver a poner un pie en ese dormitorio o a quedarse a solas con ese cerdo, que hasta hace unas horas estaba en brazos de otra.

La rosa escocesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora