Capítulo XXIII

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El resto del viaje de retorno de Kenna no fue fácil, parecía que el clima reflejaba su zozobra interior, una manta de agua caía sobre ellos, el cielo negro, solamente era iluminado ocasionalmente por los relámpagos que acompañaban a la tormenta. Kenna no era capaz de sentir nada, al salir tan apresuradamente no llevaba suficiente ropa de abrigo como para semejante tempestad. El ruido de un trueno cercano llenó el bosque, esperaba que no quedase mucho tiempo para llegar a su hogar, junto a su auténtica familia. Aunque no llevaba más de unos meses lejos de ellos le parecía una eternidad, ya se imaginaba lanzándose a brazos de sus hermanos y que ellos la apoyaran. 

Y pensar que si no hubiera decidido escaparse para ir al festival de los clanes nada de esto habría pasado, tal vez era algún tipo de castigo por parte del destino o algún dios no demasiado benevolente, por haberse escapado y desobedecido a su padre. ¿Qué pensaría su padre ahora de ella? Había sido repudiada por su marido, el cual la había acusado de adultera y había renegado de su futuro hijo delante de todo el mundo, seguro que a estas horas su desgracia era conocido en toda Escocia, ni la villa más recóndita se habría librado de su deshonor.

Ahora un temor asaltaba su cabeza, ¿y si su familia no la aceptaba?¿La repudiarían también? Ella quería confiar en el amor que se tenían, pero sabía que en su mundo que un marido te acusará de adulterio no era algo fácil de aceptar para su clan, normalmente les quitaban su apellido y eran expulsadas, obligadas a vagar por los caminos sin nadie que las ayudase, la mayoría acababa teniendo que vender su cuerpo para poder comer, ella no quería ese final para si misma, además de que era inocente de las terribles acusaciones, sólo esperaba que su padre le diese la oportunidad de explicarse, esa oportunidad que ya le fue negada por el hombre que ocupó su corazón.

Arropados por la oscuridad de la noche y cubiertos bajo sus capas empapadas hicieron su entrada en el patio de armas del castillo McDougall, Kenna estaba temblando, no tanto por el frío sino por la reacción que pudiera tener su familia, aunque no quedaba mucho para averiguarlo.

-¿Quién va?- Preguntó uno de los soldados que hacia la guardia esa noche- ¡Deteneos e identificaos!- había llegado el momento de dar la cara y ver la reacción de su gente, lentamente desciende de su caballo y descubre su rostro apartando la capa de montar.

-¡Soy Kenna McDougall! Hija del Laird Angus McDougall- todos los presentes se asombraron, aunque muchos ya habían oído los rumores, otros tantos no esperaban que la hija de su señor volviera, y con un hombre que no era su esposo.

Los murmullos fueron creciendo y no tardaron en llegar a oídos del Laird que al oír que su hija había vuelto a su hogar acudió corriendo a su encuentro, al ver la imagen de su padre correr como alma que lleva el diablo los hermanos de Kenna lo siguieron, jamás lo habían visto así, y es que cuando partió su niña una parte de él se apagó, sus hijos estaban preocupados por su salud, no quería comer, estaba siempre cabizbajo, encerrado en su despacho. Pero al oír nombrar a su hija la luz volvió a sus ojos, pero no duró mucho. Cuando vio el estado en el que había vuelta su pequeña niña, con moratones en el cuello y en la cara un ansía asesina se despertó en el viejo Laird, su niña, su delicada niña había sido maltratada, pensaba matar a su marido por atreverse a tratarla así.

-¡LO MATARÉ! ¡MATARÉ A TU ESPOSO POR ATREVERSE A PONERTE UNA MANO ENCIMA!- su padre cada vez estaba más alterado, lo que asustó sobremanera a Kenna, jamas lo había visto en semejante estado, estaba fuera de sí, pero ante los gritos de su padre Keitan, Kieran y Niall acudieron raudos al patio, y en cuanto vieron el motivo de la locura de su padre, la misma rabia corrió por sus venas. El hombre que ponía la mano encima a una mujer no tenía derecho a llamarse hombre, ellos eran highlanders, se debían a su honor, y ese maldito había estrangulado a su hermana.

Kenna cada vez estaba más asustada, ¿y si no había hecho bien al volver a su hogar? Ella que calló ante Rhys para evitar que este desatará una guerra y ahora sería la causante de que su familia se enfrentará con los Stuart, sus vecinos y amigos de toda la vida, o peor, que culparán a los Lennox quienes habían sido como su familia hasta hace unos días.

Ante el nerviosismo creciente de la situación, y con los gritos y maldiciones de los hombres de su familia Kenna se desplomó, en su estado y con tantas emociones no pudo aguantar más. Lo último que escuchó fue a Arthur diciéndole que el lo resolvería.

La rosa escocesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora