33. Collar

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Darren

Oígo un gemido. Bueno, es el mío. En momentos como este diría que eso es genial. Mi cuerpo gritando, pidiendo por más. Sentir el placer es glorioso. Siempre he dicho que los orgasmos femeninos son algo especial y bonito, sin embargo no en esta ocasión. No en este recuerdo, ni en este sueño.

Hay feromonas en todo el cuarto. Las utilizó porque no logró asesinarme. Su comida favorita son las mujeres vírgenes. Luego de comerse toda su energía vital, terminan muertas, así acaba con su platillo favorito. Sin embargo no contaba con que yo no era un humano, aunque yo tampoco sabía que él era un íncubo.

Un restaurador crea energía, no puedes matarlo quitándosela. Por eso me mantuvo una semana con él, porque no entendía la razón de que no moría. Pasé siete días con ese demonio, mayormente teniendo sexo con Leik, muy pocas veces no, pero pasaba el tiempo en su compañía porque estuve confundido por culpa de sus feromonas. No fue mi culpa, todavía era un restaurador inexperto, ni siquiera sabía cómo se llamaba mi raza en ese tiempo.

Conclusión, no sé la razón de estar soñando este maldito recuerdo. De hecho las cosas feas que no me quiero acordar no son algo de lo que me quisiera preocupar. No son nada productivas. Preferiría estar soñando con Seyn, pero no, me encuentro en una "pesadilla" con Leik Misteik.

Y se siente tan real.

Mis piernas abiertas, mis manos agarrándose fuerte de las sábanas, la cama moviéndose, mis gritos de excitación y mis pensamientos confusos por la situación, sobre todo por culpa de las feromonas, las cuales me hacen sentir atracción por él, aunque al principio la tenía luego me pareció irreal.

Mis decisiones se volvieron suyas, a pesar que en un principio, fui yo quién fue a buscarlo.

—Darlene... —susurra en mi oído —eres deliciosa.

Abro mis ojos despertando y respirando agitado, estoy transpirando, me siento abruptamente en mi cama.

—¿Mariposa? —Seyn también se despierta y se sienta —¿Qué ocurre? —Apoya la mano en mi hombro.

Yo intento tocar el collar de mariposa para traerme tranquilidad, pero al tantear descubro que solo tengo puesto el que me regaló Arien.

—¿Has visto mi cadenita? —expreso confundido.

—¿Eh? No —Levanta la manta fijándose si la ve —¿Se te cayó?

—No recuerdo dónde la puse.

Me agarra la mano.

—Estás temblando.

—Ah, no me di cuenta —Reacciono —. Debe hacer frío —Me agarro de él —abrázame.

—Claro —Nos volvemos a recostar —. Seguro mañana encuentras tu cadena —Me sonríe.

—Sí —respondo pensativo, sintiendo la sensación entre mis piernas, como si recién hubiera tenido sexo.

Ellas están aquí #7Donde viven las historias. Descúbrelo ahora