CAPÍTULO UNO

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CAPÍTULO UNO.
LA INTRÉPIDA SERPIENTE


— Colagusano, haz algo útil por tu patética existencia y tráenos algo de beber.

Esa noche fría y solitaria, como todas, los mechones rojos le caían por aquel precioso rostro con suavidad; y sus rellenos belfos pintados de un intenso escarlata se encorvaron en una sonrisa casi burlesca. Cordelia creía dominar el mundo. O, al menos, dominar a Severus Snape, quien siempre le prestaba atención.

Peter Pettigrew le lanzó una mirada cargada de desprecio al profesor Snape antes de desaparecer por las escaleras detrás del pasadizo secreto, arrastrando los pies. Estaba claro que no le agradaba en lo absoluto su presencia en aquella casa.

Sin embargo, Cordelia bufó en clara señal de descontento y se echó hacia adelante sin dejar de sostener la mirada irónica.

— No deberías estar aquí, Lockhart. —Severus indicó sin expresión alguna—. Te dije claramente que te quedaras en tu casa, sin levantar sospechas. Eres incorregible.

— Estar contigo es mucho más divertido, Sev. —Cordelia se encogió de hombros; una nueva sonrisita apareció en su pálido rostro—. Me he aburrido en casa como no tienes idea, así que pensé que podría venir y hacerte una visita. ¿Me extrañabas?

Snape suspiró audiblemente, pero no se molestó en reñirle por una tontería. Se preguntaba cómo el Sombrero Seleccionador había cometido semejante falla de enviarla a Slytherin cuando, según él, debió haber parado en Gryffindor. De cualquier manera, él por supuesto no hacía las reglas ni tampoco pretendía hacerlo. Ya tenía demasiado trabajo. Quejarse o reñirla no resolvería nada.

Colagusano regresó con cara de pocos amigos, depositó la copa en una pequeña mesa ante la joven y bufó. Cordelia sonrió casi gustosa, aunque era evidente su desprecio, antes de tomar el vino de elfo con suspicacia. Su expresión y movimientos eran dignos de esas películas muggles donde la villana tramaba planes siniestros contra sus enemigos, aunque claro que estaba bastante alejada de poseer esa inteligencia. O eso creía Snape.

— ¿Te han visto?

Negó con la cabeza y los bucles anduvieron de lado a otro por un par de segundos. Después volvió a sonreír de forma astuta. Severus mantuvo la mirada fija sobre ella, apacible.

— Creo que eso no te importa demasiado, Severus. —musitó sintiéndose ofendida—. Después de todo, he estado aquí en múltiples ocasiones. Muchos saben sobre nosotros.

— No hay «nosotros».

Él le observó con detenimiento antes de volver su mirada al diario El Profeta que yacía en sus manos. La sintió levantarse del sillón, pero no se molestó en preguntarle su paradero; momentos después unas delicadas manos le peinaron los largos cabellos azabaches y Cordelia, tan predecible y pícara como de costumbre, depositó un tenue beso en su cuello desprotegido.

De nuevo, esa sensación golpeando su buen juicio.

— Te extrañé.

Cordelia declaró susurrante. Sus ágiles manos comenzaron a pasearse por los tensos hombros del profesor hasta su trabajado abdomen en un vaivén considerable. Entonces, se inclinó sobre su oído mientras continuaba acariciando su cuerpo.

— No tienes idea de lo tedioso que es andar de lado a lado en San Mungo.

Lentamente, Severus desvió toda atención del texto en sus manos y la centró en ella frunciendo el entrecejo. Ojalá pudiese hacerla desaparecer sin más. Conectó su oscura mirada con ella, sin objetar nada. La conocía bastante bien como para saber sus intenciones: iba a pedirle algo o deseaba pasión carnal en aquel preciso instante. No quería.

The Queen & The Prince | Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora