CAPÍTULO NUEVE

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CAPÍTULO NUEVE.
LÁGRIMAS EN EL LAGO HELADO


La conversación con Dumbledore trajo pensamientos fríos, suicidas y muchas inseguridades. No supo cuándo llegó a orillas tenebrosas del Gran Lago. Era un sitio horrible. No debía estar paseando por ahí o recibiría un castigo. Debería estar comiendo como todos los demás estudiantes. Pero estaba cansada de oír inútilmente a Amelia pidiéndole disculpas.

Mañana sería el gran día: el día en que Draco Malfoy ingresaría a los mortífagos al colegio Hogwarts y la vida de Dumbledore se acabaría en tan solo horas. El anciano estaba consciente de eso. Cordelia casi podría alegrarse.

No obstante, realmente se preguntó si era correcto. Draco sería incapaz de asesinar a Dumbledore porque, pese a todo, él seguía siendo un niño como ella y tenía miedo. Ambos tenían miedo. Cordelia tendría que apreciar, dolorida y exhausta, al adorado amor de su vida desgarrando su alma por la maldición imperdonable, entonces se inquirió si estaba dispuesta a sufrir de esa manera. Saldría herida.

— ¿En qué momento escogí unirme a esta mierda?

Cansada, echó la cabeza hacia atrás.

— Mi vida sería más sencilla sin la maldita marca...

Quería desaparecer.

Quería ahogarse en el lago.

Un presentimiento carcomía su cabeza bramándole de una u otra manera: ella saldría lastimada. Entonces unos pasos precisos y pausados inundaron el lugar en un santiamén, indicando la presencia de un segundo en las orillas del lago.

Cordelia carraspeó y se metió las manos en los bolsillos de la túnica para protegerse del frío. Después se giró a mirarlo.

Severus le dedicó una mirada inquisitiva mientras que mantenía su rostro cargado de la misma indiferencia de siempre. Nunca sonreía. Jamás parecía contento por verla.

— Lockhart.

— Snape.

El ambiente quedó silencioso. Solo se miraron, sin querer decir ni alegar nada. Ahora que Cordelia lo pensaba bien, ese lago le recordaba muchísimo a Snape: sus ojos eran cual piscinas muy profundas, demasiado oscuras, y fríos cual hielo.

Porque Severus sabía amar, a su manera, pero sabía amar.

Cordelia era consciente que su amor nunca sería, por más fantasías que tuviese, correspondido por él. Snape jamás podría enamorarse de alguien tan inestable como ella. Era un desastre, nadie podría amarla ni en mil años; no cuando probaba ser la imperfección hecha persona. Entonces, en un momento oscuro, apareció ofreciéndole luz. Y vio salvación.

Esos ojos podrían poner a sus demonios de rodillas.

— ¿Por qué sigo amándote? —Cordelia preguntó en voz alta, genuinamente confusa y dolorida—. ¿Por qué sigo queriéndote a mi lado sabiendo que saldré herida?

La voz se le rompió y Severus supo que estaba a punto de llorar. Pero no dijo nada, solo se quedó en su sitio escuchándola atentamente. Nunca decía nada.

— Te amo como nunca he amado a nadie. Yo...

Limpió sus lágrimas bruscamente, temiendo demostrarse imperfecta y patética. Como esperaba, no recibió una respuesta inmediata, sino un ronco suspiro frustrado.

— Deja a un lado la inmadurez, Lockhart. No le veo caso a que llores por algo tan estúpido. Eres joven.

— Tienes razón —añadió entre lágrimas—, tengo la mala costumbre de sentir que pierdo lo que realmente no es mío.

The Queen & The Prince | Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora