XXXIV. Suburbios

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Estuvieron eludiendo árboles por horas –o tal vez días-. Ninguna sabía su ubicación mucho menos su destino. El miedo resaltaba en sus rostros pues desconocían cuánto tiempo más continuarían con vida ya que ninguna sabía utilizar un arma ni tampoco eran lo suficientemente fuertes para enfrentar a los mutantes.

Andrea Cartman junto con Priscile Fábregas llevaban la delantera del grupo, unos cuántos metros atrás iban Nelly e Irina a paso lento, cansadas por el recorrido.

—Descansemos, por favor —sugirió Nelly un poco exhausta, sin esperar alguna aprobación se dejó caer al lado de un inmenso olmo.

Nadie recriminó a la chica y en cambio tomaron asiento, agotadas de igual manera. Asustadas por el peligro del exterior y preocupadas por la pronta noche que se acercaba. El silencio del bosque era abrumador. Sin cantos de ruiseñores, ni grillos chillones. Solo el crujir de las ramas y el viento ulular siniestramente.

—¿Creen que estén vivos? —rompió el silencio Priscile, jugando sus cabellos con cierto nerviosismo ante una respuesta positiva.

—Cada que nos detenemos perdemos ventaja contra los radioactivos —comentó Andrea, quien fue la única que se mantuvo de pie—. Tenemos que buscar un lugar seguro para resguardarnos por unos días y así poder descansar con tranquilidad —sugirió mientras apartó varios mechones de su rostro.

—No existe lugar seguro dentro de la zona de alienación —afirmó Irina con sus últimas fuerzas sobrantes.

—Hemos caminado sin rumbo por horas, tal vez días —quejó Priscile sentada sobre una roca.

—Algún día llegaremos a un pueblo o ciudad —comentó Andrea intentando no perder la esperanza, mirando el horizonte—, no creo que solo exista bosque.

—Si encuentras alguno, nos avisas —espetó Irina cruzada de brazos.

—Deberíamos buscar a los demás —opinó Priscile enseguida—, necesito saber de Kevin y creo que Nelly quiere saber de Brad.

—Ahora el grupo somos nosotras —comentó Andrea con un trago amargo y haciendo énfasis en «Nosotras»—. No podemos afirmar que los demás siguen vivos.

—Salimos sin esperar a los chicos —reclamó Nelly compungida con la mirada hacia el suelo y jugando con una rama.

—Fue lo mejor, un segundo más ahí y estaríamos muertas. No deberían reclamarme, sino agradecerme. Gracias a mi están y estarán a salvo de morir.

Priscile enarcó una ceja, examinando las palabras de la doctora. «¿Por qué gracias a ella estarán a salvo? ¿Será que alguien vendrá a salvarla y de paso les ayudaría también a ellas tres?». Se preguntó. Luego prosiguió un mutismo por más de veinte minutos.

— ¡Escuchen! —interrumpió precavida Priscile levantándose del suelo—. Escuchen —susurró atenta.

— ¿Qué ocurre? —inquirieron las tres restantes en coro.

— ¡Hay algo ahí! —Anunció temerosa señalando un frondoso árbol a unos metros—. ¡Ahí!

Las féminas observaron detalladamente aquel árbol indicado, sin embargo, ninguna más que Priscile se percató de ese algo. De pronto la sensación de peligro obligó a Nelly volver la cara detrás suya para descubrir que tras Irina había una joven de tez blanca, simpática, con cabello largo y rubio, de estatura media y de complexión delgada, vestida con unos jeans y una blusa blanca manchada con sudor y tierra, cubriéndole la boca a Irina.

— ¿Quién eres? —preguntó Andrea con los ojos como platos.

— ¡Silencio! —ordenó en susurros la chica, aunque se notaba lo dulce que era su voz.

Radioactivos III: Radiación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora