En la actualidad nadie mayor de seis años se llegaba a perder. Con tecnología GPS en cualquier dispositivo, además de los satélites tipo big brother que orbitaban alrededor de la tierra, se emprendían muy pocos viajes sin que las migajas digitales de los dispositivos de seguimiento le mostraran a la gente el camino a casa. Luego vino la era radioactiva, y en la zona de alienación la red eléctrica, las torres, los transmisores, los celulares y los proveedores de servicios, los ruteadores, las cámaras, los drones y los bugs dejaron de funcionar. Ya ni los satélites querían enfocar su vista en Pripyat, el simple nombre les aturdía la señal. Para empeorar las cosas, se presentó el deterioro gradual del ambiente. Como los efectos del envejecimiento en una cara humana, el paisaje empezó a encanecer, hundirse y parecer extrañamente homogéneo. Hierbas, follaje, maleza y enredaderas oportunistas invadieron campos agrícolas y pueblos. El clima convirtió a cada edificio en la misma pila ruinosa de madera del mismo color gris agusanado. Pripyat se convirtió de nuevo en un pueblo gigante con edificios desolados, tapiados, cubiertos por kuzu denso y hiedra rastrera café. Completamente deshabitada, las estructuras que sobrevivieron a la masacre estaban quemadas y había demasiadas cenizas esparcidas en todos los rincones.
Lucas McGregor se detuvo delante de sus compañeros, los miró con determinación y luego asintió con la cabeza como señal de fuerza hacia sus compañeros, para adentrarse a la zona boscosa de los límites de la ciudad. Antes de dar el primer paso, soltó un lánguido suspiro. Clarck Richardson y Kevin Fernández, le siguieron entonces sintiendo el intenso aroma a madera y caucho. Sara tomó de la mano a su novio, Sebastián, siguiendo los pasos de los hombres que llevaban la delantera. Tras ellos, a paso más lento, iban Arthur Kross y Bernardo Davis, quienes cuidaban del joven Brad.
La calle en la que transitaban era Ohnieva Street, que se unía con Kurchatova unos kilómetros al norte, la cual era una de las avenidas que dirigían al centro de la ciudad. Pese a estar al final de Ohnieva Street, el sitio estaba lleno de basura, las paredes llenas de musgo y kuzu denso, alta maleza entre el pavimento agrietado, autos colisionados y uno que otro cuerpo en descomposición. El cielo de esa tarde se hallaba tornado de un azul celeste con un par de nubes blancas como la nieve andando a gran distancia. Alrededor de ellos, se alzaba un par de edificios de veinte metros de altura sobre ambos lados de la calle que proporcionaban sombra en la autovía.
La fatiga, el temor y el hambre comenzaban a vencer al pequeño grupo, reconocían que tenían pocas posibilidades de permanecer con vida dentro de esa ciudad, pero, no tenían otro lugar mejor a dónde ir y mucho menos conocían la zona. Caminaron pues hacia el bosque dejando atrás una ciudad en ruinas y escalofriante.
No hubo mucha plática durante el trayecto de los próximos cinco kilómetros. No tenían un rumbo fijo, seguían sus instintos. Hasta donde el cuerpo les aguante. Una tarde calurosa, pero tolerable. Y un bosque que proporcionaba un silencio abrumador.
Pronto, observaron una cerca metálica de casi dos metros de altura, un poco oxidada y débil, que resguardaba una inmensa infraestructura de acero de más de diez hectáreas que se ubicaba después de un vasto terreno de tierra caliza. Dos de los reactores todavía se alzaban como campanarios de una iglesia. Otro de los reactores todavía ardía debido a la explosión de hace unos días. Sí, todavía ardían los escombros. El reactor 4 continuaba enterrado bajo esa inmensa estructura de acero: el sarcófago. La central nuclear, abandonada y siniestra, hechizaba con la mirada casi como encontrarse con un castillo medieval en pleno siglo XXI. Tan solo mirarle unos segundos se te cargaba la mente de miles de anécdotas, noticias y recuerdos que era imposible prestarle atención a uno solo. Su siniestralidad embelesaba.
Accedieron a las instalaciones saltando la valla metálica que casi cae cuando sintió el peso de los hombres. Recorrieron la extensa área con una que otra maleza alta que lograba crecer entre el agrietado terreno. En el camino el viento del anochecer les pegaba la cara y provocaba descender la temperatura súbitamente. Cruzaron el monumento a los liquidadores sin detenerse a mirar los nombres escritos en ucraniano de los héroes que salvaron el mundo.
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Radioactivos III: Radiación.
Mystery / ThrillerLa era radioactiva se extiende y los sobrevivientes deben resistir a la Pripyat postapocalíptica enfrentándose a cualquier adversidad y a los radioactivos que han ido ganando terreno, se han fortalecido y han formado un ejército con el fin de proteg...