XXXV. La Arboleda

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Huyendo de la masacre que ocurría en la ciudad de Pripyat, corrían a zancadas pese a sus heridas, habían luchado contra un par de hombres y un mutante durante su trayecto, se dirigían al norte de la ciudad sin saberlo, escondiéndose entre los deshabitados edificios, tratando de hallar una salida de esa masacre.

—Aguarda, aguarda —insistió Dmytro entre jadeos. Apoyando las manos en las paredes logró ubicar un buen sitio para sentarse a descansar, en medio de un callejón perdido en el centro de la ciudad, rumbo a la estación de trenes—. ¿Tienes alguna idea de adónde ir? —Roberth respondió en una mueca—. Conozco un sitio. ¿Vienes conmigo?

El chico asintió. ¿Tenía otra opción? Pensó en regresar a por Anna dejando a Mendelevio a su suerte, pero simplemente no podía. Además, no tenía ni la menor idea de dónde estaría la chica, sería un suicidio escabullirse solo por la ciudad llena de mutantes asesinos. Lo más sensato por el momento era permanecer junto a Dmytro, puede que él tuviera contactos y confió en que en algún momento le ayudaría a encontrar a Anna.

*****

Tenían los pies ya entumecidos, las fuerzas se les agotaban y el cansancio los derrotaba, aun así, continuaban huyendo a través del bosque simplemente para sobrevivir. Habrían recorrido ya varios kilómetros.

— ¿Somos los únicos sobrevivientes? —preguntó Roberth por cuarta vez, al parecer quería convencerse de que eran los únicos que lograron permanecer con vida. Miraba los alrededores con nerviosismo, esperando a que alguno de sus amigos se apareciese en medio del bosque.

—Quizá —replicó Dmytro con su último aliento.

Ambos continuaron solos merodeando el bosque frondoso del norte de Ucrania, la radiación comenzaba a decolorar las hojas de los árboles tornándolos a un rojo naranja y únicamente lograban escuchar la salvaje brisa de esa tarde.

— ¡Espera! —Detuvo el chico, exhausto por la caminata—. ¿No crees que deberíamos volver? Puede que las cosas estén más calmadas ahora —se rascó la cabeza y formó una sonrisa inverosímil.

Dmytro lo observó detenidamente a los ojos algo cabreado por su intolerante actitud. Sin embargo, se tomó la libertad de meditarlo por un momento. Miró entones al chico, le pareció tierna y radiante su cara inocente. Debía admitirlo, el joven era guapo. Retrocedió para apoyar la espalda en el tronco de un árbol.

—No podemos regresar —resopló al cruzar los brazos mirando al horizonte bosque—, tal vez es nuestro fin —comentó con tono abrumador y, obviamente en descontento.

De pronto, las ramas crujieron y tuvo la sensación de que alguien se hallaba tras él, en un milisegundo desenfundó su arma y con un giro de noventa grados hacia su izquierda, colocó la boquilla del arma justo en el entrecejo del hombre que se escondía tras el árbol.

—¡Vaya! ¡Calmaos hombre! —soltó el sujeto frente a él, con las manos arriba y los ojos como platos del susto—. No les haré daño. Tranquilo.

Dmytro apretaba los labios todavía y movía el arma nerviosamente. El viento silbó. El hombre, de reojo, miró a Roberth, quien se mantenía alejado y a la espera de la siguiente acción.

—¡Pero chico! —se dirigió a Roberth—. ¿Acaso no me recuerdas? —Roberth arrugó la frente, desconcertado. Dmytro volvió la mirada a su compañero—. ¡Soy Marcus! ¡Y ella Winnie!

Roberth hizo un esfuerzo por recordar, pero debido a todos los sucesos que ocurrieron últimamente y en principal, la súbita muerte de su hermano, no logró identificar al sujeto.

—Venga chico que te conocimos a ti y a tus amigos en la ciudad radioactiva —expresó con nerviosismo la mujer, todavía vestía aquellos shorts de mezclilla y la camiseta manchada de sangre y mugre.

Radioactivos III: Radiación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora