L. Confiar

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Las puertas de aquella comunidad se abrieron de par en par, dando paso a Anna y a un hombre, quienes cargaban de un Jozafat moribundo. Inmediatamente otros dos hombres corrieron a socorrerlos pues notaron que su líder estaba inconsciente, al cual llevaron hasta una habitación designada como enfermería. En el transcurso del camino los más de veinte habitantes clavaban sus miradas en la chica nueva y Anna no podía evitar sentirse incómoda.

— ¿Qué le sucedió? —preguntó una joven de cabellos largos y marrones. A juzgar por su larga bata blanca y la manera cómo examinaba las heridas del hombre, era la enfermera del sitio.

—Se desmayó —respondió de inmediato Anna entre tartamudeos.

— ¿Sólo así? —Preguntó la chica enarcando una ceja mientras continuaba revisando al hombre—. ¿Cómo?

—Comentó que estaba enfermo porque recibió altas dosis de radiación —respondió Díaz tragando saliva ya que se sentía incómoda en aquella comunidad.

La joven revisaba al hombre mientras ponía cara afligida y torcía los labios en modo de preocupación. Dejó escapar un suspiro para volverse hacia un estante a rebuscar algo.

— ¿Estará bien? —inquirió Anna tratando de parecer lo más natural posible.

—Sí —se limitó a responder la chica mientras le inyectaba un líquido púrpura a Jozafat.

—Soy Ree —se presentó el hombre que encontró en la cabaña, con el fin de bajar un poco la tensión del momento—, y ella es Mary —continuó—... nuestra enfermera y cantante.

—María López—compuso la chica—. Recién me gradué de la escuela y me mandaron en Pripyat porque necesitaban enfermeros. No fue mi decisión venir hasta este podrido lugar.

Anna les regaló una breve sonrisa y justo cuando se decidió hablar un par de voces, en coro, resonaron en el pórtico:

— ¿¡Anna Díaz!? —la chica se sobresaltó al escuchar su nombre pues no lo había mencionado. María y Ree alzaron las cejas, desconcertados.

—Cuando comentaron que Jozafat llegó acompañado de una mujer bella, nunca nos imaginamos que sería la misma chica que nos abandonó. —Agregó una de las voces—. ¿Cómo llegaste aquí?

Díaz volvió la vista y descubrió a ese par de hombres: los gemelos Nathan y Ethan, cruzados de brazos en el pórtico de la enfermería. A juzgar por lo dicho antes por uno de ellos, no parecían contentos con la llegada de la chica.

—Me alegra verlos —dijo Anna, no tan convencida, pero otorgándoles una sonrisa de todos modos, se apresuró para saludarles con un abrazo, pero ninguno de los jóvenes le correspondió. Anna se encogió de hombros y apenada se alejó de ellos.

—No podemos afirmar lo mismo —confesó Ethan con seriedad—. No después de lo que nos hicieron.

—Charles... —enarcó una ceja—... él dijo que murieron —titubeó—... yo intenté ir por ustedes, pero...

—Pero ¿qué? —masculló Nathan enfurecido—. Él nos abandonó. Y por lo visto ustedes igual. Ninguno se molestó en volver por nosotros.

—Chicos, yo intenté, pero... —titubeaba apenada, bajó la mirada—. Lo siento —finiquitó.

Jozafat lanzó una tos involuntaria que sobresaltó a los presentes. Para bien o para mal bajó la tensión del momento. Los gemelos se encaminaron hacia él, no sin antes lanzarle una tajante mirada a la recién llegada.

— ¿Qué le sucedió? —preguntó Ethan con el tono de voz más suave que hace unos segundos.

—Recibió altas dosis de radiación, gracias a Anna que lo trajo a tiempo, estará vivo —comentó Ree—. Johan estará feliz y agradecido —se dirigió a la chica.

Radioactivos III: Radiación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora