El sol se encontraba en su punto más alto, sobre el cielo se movían muy lentamente, casi con delicadeza, escasas y dispersas nubes blancas de algodón y el viento soplaba sutilmente hacia el norte. Una tarde cálida. En la batea de aquella camioneta que merodeaba sin rumbo desde hace ya varias horas por las zonas surestes de Bielorrusia se hallaban los gemelos Nathan y Ethan observando las hojas de los árboles moverse por la suave brisa. Una marea roja pálida, color característico de aquellos bosques. A su lado, se hallaba Anna Díaz con cara afligida y absorta en sus pensamientos. Raphael Johnson, otro de sus compañeros que se hallaba con ellos, rompió el silencio cuando soltó un ligero quejido de dolor.
— ¿Te sigue doliendo? —preguntó entonces su hermano Charles, con cara de preocupación, mirándole la pierna herida. Raphael asintió luego de sollozar un poco más. El hombre, de apenas treinta años recibió un disparo en la pierna la noche pasada, el cinturón que le sujetaba la pierna y la herida ya perdía su efecto.
—No por mucho tiempo más —confesó luego de un momento, con una mueca en el rostro mientras acomodaba su pierna con precaución, todavía entre gemidos.
—Necesitamos lavarla —agregó la chica al mirar la sangre brotando de la herida.
—Pronto llegaremos a algún pueblo, ¿Puedes resistir un poco más? —preguntó su hermano arrugando la frente. Sabía que era una pregunta tonta, pero no sabía cómo más ayudarle. Fue de suerte que se hayan topado con los gemelos y que el dueño del auto haya accedido a llevarles consigo.
—Intentaré —respondió entre gemidos.
De pronto se escuchó un pequeño raspón proveniente del motor, el chasis vibró y después un humo denso salió del tubo de escape, el auto comenzó a perder velocidad conforme los segundos hasta detenerse por completo cuando el motor lanzó su último rugido de aliento. Charles tragó saliva. Estaba asustado como los demás.
Charles y Nathan se levantaron de lo que fue su asiento durante horas para determinar la posible causa. Hasta que un golpe ocasionado por el choque entre los metales del auto calmó a los jóvenes.
— ¿Qué sucede? —inquirió el menor de los Jonhson al conductor anónimo, un hombre calvo y ancho que los salvó del exterminio que vivieron hace apenas unas horas en Pripyat. Con su camioneta modelo 2000 tomó rumbo hacia el norte con toda velocidad que el motor desgastado pudo ofrecerles, para entonces merodeaban por las zonas abandonadas del sur de Bielorrusia, todavía dentro de la zona de exclusión, territorio radioactivo.
—El combustible se agotó —respondió con voz ronca saliendo del auto. Sin intercambiar miradas. Se notaba nervioso. Comenzó a rebuscar por la batea del auto y tomó unos galones para verificar si tenían líquido. Cuando comprobó que estaban vacíos, torció el labio y bajó la cabeza. Los jóvenes le miraban también nerviosos esperando una explicación. La puerta del copiloto se abrió con un chirrido agudo por la falta de aceite y el metal oxidado de la camioneta resonó tras el golpe.
—Estaremos varados por unos minutos —avisó Billy Blake con desánimo.
—Será por más tiempo —interrumpió el señor caminando hacia Charles—. Creí tener un contenedor con gasolina —anunció decepcionado—, pero utilicé el último hace unos kilómetros.
— ¡Genial! —bufó Billy.
Anna dejó escapar un gran suspiro, sabía que tendrían que continuar a pie sin siquiera saber dónde estaban en esos momentos. Además, el clima no les favorecía pues a pesar de que en la noche anterior hubo frío el día estaba bastante caluroso.
—Existe un pequeño pueblo a unos kilómetros de aquí, podemos buscar gasolina —sugirió el hombre colocando la palma de su mano sobre sus ojos mirando hacia el horizonte de la carretera vacía.
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Radioactivos III: Radiación.
Misterio / SuspensoLa era radioactiva se extiende y los sobrevivientes deben resistir a la Pripyat postapocalíptica enfrentándose a cualquier adversidad y a los radioactivos que han ido ganando terreno, se han fortalecido y han formado un ejército con el fin de proteg...