El frio, la tristeza, los barrotes, el llanto, los recuerdos, las pesadillas, todo se lo recordaba. Recordaba, las maldiciones, en su cuerpo, en el cuerpo de los demás, contra él y el lanzándolas sin remordimiento, dañando. Recordaba el odio, el que había sentido y el que veía reflejado en los ojos del resto de los seguidores, en los ojos del líder. Recordaba el miedo, el miedo de su padre, el de su madre, el de él mismo, porque no podía retractarse. El llanto, de todas las vidas perdidas en la batalla. La muerte, había visto la muerte, la había olido, su antiguo colegio olía a muerte, se veía muerto. Las pesadillas regresaban cada noche a visitarlo junto con los dementores, siempre despertaba llorando, gritando. Su madre, desde la celda contigua lo consolaba, gritaba su nombre, trataba de despertarlo, de tranquilizarlo.
Despertaba cada noche, cada día, cada que intentaba dormir. Cada día que pasaba, el notaba que cambiaba, su cabello bajaba hasta sus ojos, pronto los cubrió, la humedad y el frio, habían hecho que su voz se hiciera ronca, sus ojos, habían perdido el brillo, cada vez notaba que sus huesos salían de su piel. No entendía, como si, los vencedores habían sido ellos, por que Azcaban estaba tan deshumanizado.
A pesar de la marca en su brazo, no se consideraba distinto a los aurores, la guerra lo había hecho cambiar, madurar. Se preocupaba sobre todo por su madre, en la celda contigua, muchas veces, mientras fingía dormir, la oía sollozar, cantando lastimosamente aquella dulce canción que le oía cantar cuando era niño. El mundo había cambiado. Estaba seguro que después del juicio pasaría el resto de sus días ahí, lo único que suplicaba era que lograran sacar a su madre de ahí. Al final, prefería que ella saliera, ella necesitaba sol, necesitaba comer, estaba débil, enferma, necesitaba salir a como fuera de ahí.
Pronto llegó el auror de guardia, Oliver Wood, en ese momento, recordó los partidos en el colegio. Extrañaba mucho volar en su escoba, el viento frio quemando sus mejillas, la libertad de salir y tomar su escoba y volar hasta parís si así quería, pero eso se acabó, estaba a punto de escuchar la sentencia, su vida, en un celda, pudriéndose como la basura que creían que era. Oliver lo ayudó a levantarse, a diferencia del resto de los aurores de Azcaban, lo miraba con lastima, no le gustaba que lo mirara así, pero prefería eso a el odio que el resto tenía en los ojos; sin embargo, Oliver, siempre parecía estar atento a él, a pesar de haber sido rivales de quidditch, muchas veces Oliver le compartía de su almuerzo, diciendo que cada vez se veía más esquelético, sin olvidar darle un poco también a su madre. Poco a poco habían formado una ligera amistad, que lo había ayudado a sobrellevar lo que ocurría.
-Arriba Draco, necesito te levantes.- suplicaba Oliver, mientras trataba de levantarlo de la cama. Oliver, levanto un brazo de Draco, y lo coloco en su cuello, trataba de tomarlo de la espalda, para ayudarlo a caminar. Pero Draco se negaba a cooperar.
-¿para qué? Regresaré y moriré aquí, igual que se lo han sentenciado a mi padre.- dijo el chico sin querer levantarse de la cama.
-No será así, estoy seguro de que te dejaran salir- dijo Oliver intentando levantar al rubio.
-Oliver- suplico Draco mirándolo a los ojos, bajo un poco más la voz- encárgate de que ella salga, no me importa quedarme aquí, no quiero que ella se quede aquí-dijo, señalando con la nariz hacia Narcisa, quien trataba de escuchar a su hijo, y cerca de los barrotes, lloraba silenciosamente al ver como su hijo se había apagado.
-Draco, la salida de ella es un hecho. Ahora, por favor… - dijo Oliver, más no tuvo que acabar la frase pues Draco se levantó sin objeción.
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Platicas Ajenas
FanfictionEl príncipe de Slytherin Draco Malfoy regresa de Azcaban al colegio, para cumplir con el trato de libertad. Casi todas las serpientes lo ignoran y no solo a él. Ser un premio anual lo hace llegar a nuevas amistades, sobretodo recuperar alguna de las...