Capítulo 3

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Micaela podía sentir el roce de su mano en la espalda mientras caminaba a su lado en dirección a su departamento. Su contacto era en extremo cálido. Quizás debido al contraste con su propio cuerpo helado y tembloroso. Su calor, perceptible aún a esa distancia, la atraía como un imán generándole un insólito y repentino deseo de pegarse a él. Por supuesto no lo haría. 

Todavía se sentía nerviosa, inquieta y si bien sabía que Daniel no podría encontrarla porque desconocía el nuevo domicilio de su amiga, el miedo persistía. Si tan solo estuviese Valeria... ella siempre sabía qué decirle para tranquilizarla. No obstante, esa noche estaba trabajando y por lo que acababa de decirle su vecino, no volvería hasta la mañana siguiente.

¡Con razón no había respondido ninguna de sus llamadas! Por un momento, había llegado a pensar que tal vez seguía enojada por la discusión que habían tenido esa tarde y por eso no deseaba hablarle. Pero ahora entendía la razón. Seguramente no tenía su teléfono encima. ¡Qué extraño era no conocer sus horarios cuando siempre habían sabido todo la una de la otra! Se preguntó qué otra cosa ignoraría de ella después de haber estado tanto tiempo distanciadas. ¿Acaso ese hombre que caminaba a su lado y estaba tan decidido a ayudarla era su nueva conquista? Sin saber la razón, de pronto ese pensamiento la incomodó.

Poco a poco, una sombra de desconfianza comenzó a cernirse sobre ella. Nunca antes lo había visto en su vida —a excepción claro del momento en el que chocó contra él a la salida de aquel restaurante—, por lo que no la conocía. ¿Por qué entonces se mostraba tan preocupado por su bienestar? ¿Por qué la insistencia para que fuese con él a su departamento? ¿Qué lo motivaba a ayudarla? Aprovecharse de ella de seguro no sería una opción. Claramente no era la clase de hombre que tuviese que recurrir a ningún tipo de artilugio para seducir a una mujer y si lo hacía, de seguro no sería con alguien como ella. Quizás solo estaba intentando impresionar a Valeria. Una vez más, ese pensamiento le generó una sensación desagradable.

Leonardo abrió la puerta de su casa y se hizo a un lado para dejarla pasar. La notaba nerviosa y tensa lo cual era más que entendible considerando la situación. Una vez dentro, se apresuró a buscar una toalla en el cuarto de baño para que se cubriese con la misma y luego se sentó a su lado en el sofá. Intentó en todo momento que no se sintiese amenazada por su presencia. Sabía que, debido a su trabajo en el gimnasio, su cuerpo imponía un poco y aunque no sabía con certeza qué era lo que le había pasado, tenía una ligera idea y eso no hacía más que llenarlo de rabia. Conteniendo las ganas de preguntarle directamente quien era el cobarde que se había atrevido a herirla de ese modo, forzó una sonrisa y se presentó.

—Creo que en ningún momento te mencioné mi nombre —le dijo con voz pausada. La vio alzar la vista hacia él y de nuevo, se sintió conmovido por el dolor que veía en sus ojos—. Me llamo Leonardo.

—Micaela —dijo ella tras un asentimiento y luego bajó la mirada.

La observó por unos instantes. Sus temblores no habían cesado y a pesar de que mantenía firmemente cerrada por delante la toalla con la que se había cubierto, no parecía ser suficiente para lograr que entrase en calor. Al parecer, se había mojado más de lo que creía. Ignorando el repentino impulso que lo invadió de rodearla con sus brazos para confortarla, se puso de pie con celeridad.

—Iba a hacerte un té, pero creo que eso tendrá que esperar. Voy a prepararte el baño para que te des una ducha caliente. Es la única manera de que se te vaya el frío.

Estaba por alejarse cuando la sintió sujetarlo del brazo. Giró hacia ella justo al mismo tiempo en el que tanto la toalla que tenía alrededor de su cuerpo como el abrigo que llevaba debajo, se abrieron hacia los lados. Tragó saliva al vislumbrar el principio de sus pechos, apenas cubiertos con un corpiño blanco y apartó en el acto la mirada para no incomodarla. De pronto, sintió cómo su cuerpo se tensaba al caer en la cuenta de que tenía la camisa rota. Había sido capaz de ver los hilos que colgaban en el lugar donde debían estar los botones. Eso solo podía significar una cosa. Alguien los había arrancado al abrírsela con violencia.

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora