Capítulo 17

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Con el celular aun pegado a la oreja, Leonardo avanzaba a gran velocidad por las calles de la ciudad. Podía sentir la adrenalina corriendo de forma vertiginosa por su torrente sanguíneo y la tensión en cada músculo de su cuerpo. Odiaba conducir de esa manera, le traía los peores recuerdos, pero no podía soportar la idea de que alguien le hiciera daño a Micaela.

Luego de unos minutos en los que procuró calmarla y le hizo prometer que no se movería de allí hasta que él llegase, le indicó que debían cortar para que pudiese llamar a la policía. Le resultaba insoportable despedirse de ella porque sentía que la estaba dejando indefensa, pero era imprescindible liberar la línea para poder solicitar ayuda. Tendría que haberlo hecho la vez que los había encontrado forcejeando en la puerta del complejo. Sin embargo, no lo hizo porque sabía que sería demasiado difícil para ella. Ahora, la cosa había cambiado y ese tipo representaba un peligro real. Muy real.

En cuanto estuvo seguro de que enviarían a un patrullero, cortó la comunicación y llamó a su hermano. No entendía por qué carajo no estaba con ella siendo que le había prometido recogerla cada día. Estaba nervioso, furioso y asustado, y necesitaba, con urgencia, una explicación.

—Hola, Leo —lo oyó saludarlo como si nada.

—¡¿Dónde mierda estás, Maxi?! —rugió.

—Por subir al auto para ir a buscar a Mica. Hoy me pidió que fuese más tarde. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Leonardo sintió un repentino deseo de golpearlo. Sabía que no tenía la culpa —como así tampoco obligación alguna—, pero a él jamás se le hubiese ocurrido hacer caso de esa absurda petición. No importaba si se demoraba, la hubiese esperado afuera el tiempo que fuese necesario.

—Pasa que ese hijo de re mil putas está afuera del colegio acechando y aprovechó el momento en el que no estabas para amenazarla.

—¡No! Ya mismo voy para allá.

—No te molestes. Ya estoy yendo yo.

—Lo siento, Leo. Jamás me imaginé que... Voy a llamar a la policía.

—También lo hice yo —recriminó con furia y sin siquiera despedirse, le cortó.

De inmediato, volvió a llamar a Micaela. Necesitaba saber que estaba bien. El miedo y la desesperación que había percibido antes en su voz lo estaban volviendo loco. Un tono... dos tonos... tres tonos... ¡Dios, ¿por qué mierda no atendía?! Una horrible sensación de impotencia lo invadió tensándolo aún más, si acaso eso era posible. ¿Y si ya era tarde? ¡No! No debía pensar eso. Volvió a insistir a la vez que hundió el pie en el acelerador. Esta vez, respondió al primer tono.

—Leo... —susurró con voz temblorosa.

Exhaló, aliviado, al oírla.

—Sí, amor, soy yo —dijo, por acto reflejo, sorprendiéndose a sí mismo.

Un breve silencio se formó entre ambos indicándole que no había sido el único sorprendido. No obstante, no era el momento indicado para ponerse a hablar de ello.

—Tengo miedo —declaró ella entre sollozos—. Si él me encuentra...

Aquella frase, expresada con tanto temor, provocó que cerrara con fuerza las manos alrededor del volante. Faltaban tan solo unos minutos para que llegase, pero se sentían como si fuesen una eternidad. Necesitaba estar a su lado y tenerla en sus brazos otra vez.

—Eso no va a pasar —la interrumpió intentando calmarla a la vez que contenía su propio miedo—. El personal de seguridad sabe que no debe dejarlo entrar. No hay forma de que se te acerque a menos que seas vos la que salgas —señaló mientras giró el volante con brusquedad y sobrepasó, a toda velocidad, al vehículo que iba delante de él. Su corazón se disparó al divisar a lo lejos la fachada del edificio. Estaba a nada de estar con ella—. Estoy llegando. Por favor no salgas hasta que yo te avise.

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora