Capítulo 7

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En medio del salón en el que solía entrenar con su hermano a última hora, Maximiliano golpeaba con furia la bolsa de boxeo que colgaba frente a él. Hacía tiempo que no hacía eso, pero en esa oportunidad era justo lo que necesitaba para descargar su frustración. Dos días habían pasado desde que la había vuelto a ver y, contrario a lo que había supuesto, sus sentimientos hacia ella se mantenían intactos. Siempre le había atraído, ya desde el instante en el que la vio por primera vez en el complejo de departamentos en el que vivía su hermano. Ese día, Leonardo lo iba a ayudar a trasladar unas máquinas para el gimnasio y por ese motivo había ido a buscarlo. Lo que nunca se imaginó fue que conocería a la mujer de sus sueños.

Debido a su trabajo, estaba acostumbrado a rodearse de chicas atractivas y llamativas por lo que no había forma de que su belleza lo tomara por sorpresa. Sin embargo, lo había hecho y de forma arrasadora. Además, ella no era solo una chica bonita. También era inteligente, divertida, simpática y, sobre todo, sencilla y natural. Vestida con ropa cómoda, con su rubio cabello recogido en un rodete y sin un ápice de maquillaje en su rostro, estaba preciosa. Y sus ojos, dos esmeraldas brillantes, resaltaban en su blanca piel dándole el toque angelical que la volvía irresistible y lo cautivaba por completo.

A pesar de estar ocupado, no dudó en ofrecer su ayuda cuando, al acercarse a saludarla, ella le contó el problema que tenía con la empresa que había contratado para el traslado de sus muebles. Su hermano también estuvo de acuerdo por lo que, al finalizar sus tareas, continuaron con la mudanza de ella. Esa tarde había resultado en verdad agotadora, pero sin duda, había valido la pena. Gracias a eso pudo conocerla más y compartir tiempo con ella, en especial durante la cena con la que la agasajaron para darle la bienvenida de forma oficial.

Cuando en los días posteriores, lo sorprendió al comenzar a asistir a su gimnasio, no pudo evitar ilusionarse. Podía notar que se sentía a gusto con él y eso lo llenaba de esperanza. En especial, cuando la descubría mirándolo de tanto en tanto mientras hacía la rutina que él mismo le había armado. ¡Qué hermosa postal resultaba verla correr en la cinta con sus auriculares puestos y su cola de caballo sacudiéndose hacia los lados con cada paso que daba!

Por su parte, él debía hacer un esfuerzo sobrehumano por no quedarse viéndola como un bobo cada vez que iba. Además, era consciente de que no era el único afectado por su presencia. Una mujer como ella no suele pasar desapercibida, mucho menos en un lugar así y en más de una oportunidad se vio obligado a contenerse ante la ira que le generaba ver la forma en la que sus instructores la devoraban con la mirada.

Asimismo, Valeria parecía estar ajena a lo que sucedía a su alrededor. Sin socializar más que con él y Leonardo —las veces que ambos coincidían—, apenas terminaba su ejercicio, se daba una ducha rápida y se marchaba a su casa. No fueron pocos los momentos en los que había estado a punto de decirle lo que sentía, pero siempre el coraje lo abandonaba justo antes de hacerlo. No entendía por qué le sucedía. Jamás había sido un hombre inseguro y, aun así, el miedo de que ella lo rechazara y arruinara la amistad que tenían, lo detenía.

Hoy se arrepentía de no haber hecho nada. Si no hubiese sido un cobarde, tal vez estaría con él en vez de con su mejor amigo. Igual, no podía recriminarle nada a Ignacio. Este ignoraba por completo los sentimientos que tenía hacia ella. Nadie más que Leonardo lo sabía y no precisamente porque se lo hubiese contado. Su hermano lo había deducido solo al observar sus reacciones.

Lo más difícil había sido disimular ante ellos la desilusión que sintió aquel día que los vio juntos tras llegar más tarde al gimnasio. Como era habitual en su amigo, la sedujo con eficacia no dándole otra opción más que caer rendida a sus pies. No era la primera vez que veía a Ignacio en acción, pero sin duda sería la que jamás olvidaría. Reprimiendo el fuerte impulso de meterse en medio, optó por mirar hacia otro lado. Después de todo, podía notar que ella no era en absoluto indiferente a los encantos de su amigo. No estaba seguro de si habría cambiado algo si él se hubiese sincerado antes, pero ya no tenía forma de averiguarlo.

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora