Libro 2 Serie Obsesión.
♡ Habiendo crecido en una familia que nunca la hizo sentir especial, Micaela lucha, desde su adolescencia, con un leve sobrepeso que solo incrementa sus problemas de autoestima. Ni siquiera el apoyo incondicional de su mejor...
Furioso, dio la vuelta y entró en el gimnasio. Cerró la puerta con tanta furia que el vidrio tembló debido al impacto. Ya no había clientes y los pocos instructores que quedaban estaban comenzando a marcharse. Él no se iría aún. Era consciente de que, si iba a su casa, no pararía hasta que ella lo escuchase y sabía que debía dejar que las cosas se calmasen un poco. ¡Qué difícil que era cuando podía sentir la adrenalina corriendo en su torrente sanguíneo! Su corazón había comenzado a latir de forma acelerada y su respiración se había vuelto acortada, rápida. Necesitaba descargar toda la ira que tenía en su interior o la misma lo desbordaría.
Miró a su alrededor. Sabía que Sabrina aún debía estar allí y la buscó con la mirada. Necesitaba, al menos, notar una pizca de arrepentimiento en sus ojos, un deje de culpa o remordimiento para aquietar un poco sus nervios. Contrario a eso, advirtió una maldita sonrisa de suficiencia en su rostro. Entonces, estalló. Era más que evidente que lo había hecho a propósito. Sabía que desde donde estaba, Micaela podía escucharla y aprovechó para meter cizaña. Estaba rabioso, destrozado y verla disfrutar de ese modo, simplemente lo llevó al límite. Apretando los puños para contener la horrible sensación que lo invadió de repente, caminó hacia ella.
—¡Quiero que te vayas ahora mismo! —exclamó con voz dura.
—Leo... perdón. Yo no sabía que ella...
—¡Basta! —la interrumpió a la vez que golpeó el mostrador con el puño cerrado.
Notó su sobresalto y la vio retroceder unos pasos. Se dio cuenta de que le temía y se odió a sí mismo por provocar eso en una mujer. Nunca antes había reaccionado así, pero no podía evitar sentirse colapsado por aquella poderosa ira que había comenzado a asfixiarlo por dentro. Quería golpearla. Jamás lo haría, por supuesto, pero el sentimiento estaba y la sola idea de planteárselo, le repelió por completo.
Uno de los pocos instructores que quedaba allí, advirtió lo que sucedía y se acercó de inmediato.
—Tranquilo, Leo. Estás demasiado alterado. Andá a golpear la bolsa o algo. Yo me encargo de que se vaya.
Por más que quería hacerle caso, no podía calmarse. La furia ya era incontrolable y eso lo hizo asustarse aún más de sí mismo. Nunca le había pasado algo semejante por lo que en ese momento era imperioso que se alejara lo más posible de ella. Asintió a su compañero y sin emitir palabra, caminó de prisa en dirección al salón en el cual solía entrenar con su hermano.
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Todo el viaje hasta el complejo había sido un poco incómodo. Era más que evidente la angustia de Micaela y aunque intentó contenerla, ella no le hizo demasiado caso. Podía notar como se esforzaba por contener las lágrimas delante de él y en silencio, mantenía su cabeza apoyada en el vidrio ocultando su rostro. El poco tiempo que hacía desde que había comenzado a tratarla le había bastado para darse cuenta de que era diferente al resto de las mujeres, incluso a su mejor amiga. Era tímida, temerosa y con muy baja autoestima y si bien no tenía un cuerpo esbelto, convencional, no por ello era menos hermosa. Sin embargo, era evidente que ella no lo percibía de ese modo y así como él lo había notado, también lo hacía el resto.