Capítulo 10

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Sentado frente a una mesa de aquel restaurante de comida rápida, se sentía nervioso. Su hermano le había pedido que cenaran juntos porque tenía una propuesta que hacerle y su intuición le decía que no iba a gustarle. No solía ser una persona negativa o cerrada en cuanto a negocios, pero tampoco podía ignorar que Maximiliano se había comportado de forma extraña en los últimos días. Eso sin mencionar el inusual silencio con relación a su viaje del que incluso, aún hoy desconocía el destino del mismo.

A pesar de que acababan de verse en el gimnasio, no había querido anticiparle nada y en lugar de entrenar al final de sus clases tal y como siempre hacían, le pidió que lo esperase allí. Por su parte, también tenía cosas que contarle. Mientras él se encontraba lejos, se había comprometido a pedirle ayuda con la organización de una fiesta sorpresa para Valeria. Sin embargo, su ocupada agenda no le permitió encontrar el momento para hacerlo hasta ese día. Con la obra ya en marcha, los días pasaban volando entre reuniones y negociaciones. Salía de su casa muy temprano en la mañana y regresaba tarde en la noche.

No veía la hora de que llegara el fin de semana para poder descansar como era debido y por qué no también, invitar a cenar a Micaela como modo de retribución por su aporte en el proyecto que se había vuelto todo un éxito. Nunca le había pasado el sentir esa necesidad de compartir sus logros con alguien que no perteneciera a su familia y eso lo sorprendía un poco. Pero desde que la había conocido, no podía dejar de pensar en ella. No había noche en la que no la pensara antes de irse a dormir. Se preguntaba qué estaría haciendo, si pensaba en él, si deseaba volver a verlo.

Muchas veces había estado a punto de llamarla, pero siempre algo se lo impedía. ¿Miedo? Tal vez. La verdad era que no quería hacerla sentir incómoda o presionada y por eso se estaba tomando su tiempo. Sin embargo, no sabía cuanto más aguantaría sin, al menos, oír su voz. Por esa razón, le urgía hablar con su hermano y así ya contar con un motivo válido para contactarla. "¿Dónde carajo estás, Maxi?", pensó con impaciencia ante su tardanza. Su humor comenzaba a empeorar cuando por fin lo vio entrar. En cuanto lo ubicó con la mirada, lo vio avanzar hacia él con prisa.

—Perdón por la demora —dijo a la vez que se sentó frente a él—. Uno de los instructores tuvo un problema con un tipo que insistía en levantar más peso del que era capaz y tuve que intervenir. Intenté explicarle, pero no había forma de que entrara en razón y cuando se puso violento, me vi obligado a echarlo. Habré perdido un cliente, pero no me importa. No pienso comerme una demanda por la culpa de un imbécil que no entiende razones.

Leonardo lo observaba con atención mientras relataba lo sucedido. Podía notar sus nervios y aunque lo que le acababa de decir era motivo más que suficiente para estar alterado, estaba seguro de que no se debía solo a eso. ¿Qué era lo que lo ponía así?

—No te preocupes, no hace mucho que espero. En cuanto a ese tipo, hiciste bien en echarlo. Si no está dispuesto a seguir las reglas y acatar las indicaciones de su instructor, que vaya a otro lugar. En tu gimnasio no necesitás gente así. Te está yendo muy bien y eso se debe en gran parte a la calidad del servicio que ofrecés.

Maximiliano lo miró a los ojos por primera vez desde que había llegado. Su hermano sabía lo mucho que le molestaba tener que enfrentarse a ese tipo de situaciones. Por lo general, era de tomarse las cosas con calma y actuar en consecuencia, pero había veces en las que la palabra no era suficiente y entonces debía recurrir a medidas más drásticas. No obstante, no le gustaba hacerlo y cuando eso sucedía, Leonardo siempre lo animaba.

—Cierto —acordó con un asentimiento. Sabía que tenía razón. Había hecho lo correcto no solo para su negocio sino también para el cliente. Ese hombre se habría lastimado a sí mismo si lo hubiese dejado hacer lo que quería.

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora