Capítulo 8

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El caos se había instalado en el hospital. Los casos de gripe ya eran preocupantes. Todos los noticieros del país hablaban de ello debido a las graves consecuencias del virus especialmente en la población de riesgo como lo eran niños, ancianos y mujeres embarazadas. Por otro lado, el mutismo del gobierno junto con la escasa y errónea información que se barajaba al respecto, no hacía más que alimentar el terror en la gente provocando que las guardias comenzaran a colapsarse de forma vertiginosa. ¿Cómo era posible que en 2009 se estuviesen viendo casos similares a los de la gripe española ocurrida noventa años atrás? Nadie parecía entenderlo, ni siquiera las autoridades pertinentes.

Hacía varios días que Valeria no se sentía bien. Ya desde su última guardia, cuando su amiga había ido a buscarla en busca de ayuda, fue capaz de reconocer los síntomas. No obstante, optó por no darle demasiada importancia. Odiaba estar enferma. Siempre lo había hecho. De chica había tenido la mala fortuna de contar con un sistema inmunológico demasiado débil lo cual la volvía propensa a todo tipo de enfermedades.

Sus padres, que también eran médicos, no dudaron en someterla a diversos y rigurosos tratamientos para fortalecerla y aunque los mismos la ayudaron, también le dejaron demasiados recuerdos negativos. Desde entonces, evitaba estar en la cama más tiempo del necesario. Si bien no estaba del todo segura, intuía que aquella experiencia había sido la responsable de que, una vez convertida en adulta, se decidiese por estudiar la carrera de medicina, más aún la especialidad de pediatría. Quizás era su forma de sentir control sobre un área de su vida que la había marcado mucho en su niñez, la salud.

Ese miércoles había ido a trabajar como todos los días. Su cuerpo empezaba a pedirle a gritos un respiro, pero una vez más, decidió ignorarlo y continuó con su rutina como si nada pasara. Con la situación de extrema alerta a la que se estaban enfrentando en el hospital, no podía darse el lujo de ausentarse. Todo el personal se estaba quedando incluso después de hora para poder contrarrestar la creciente demanda.

Faltaba menos de media hora para que su turno terminase cuando el jefe del Servicio de Pediatría convocó a todo el equipo a una reunión urgente. El Ministerio de Salud acababa de dar un comunicado de prensa confirmando lo que se había barajado desde un principio. Se trataba de una mutación de la cepa H1N1 Virus Influenza A y si no se trataba de forma efectiva y a tiempo, podía tener consecuencias mortales para aquellos que la padecían, tal y como había empezado a pasar en las últimas semanas.

La prioridad ahora era poder efectuar un diagnóstico rápido y certero a cada paciente para poder diferenciar los casos de Influenza de los de cualquier otra afección viral y administrar los medicamentos apropiados. En cuanto la reunión finalizó, todos se apresuraron a regresar a los consultorios. Valeria, en cambio, se dirigió al cuarto de baño. Necesitaba refrescarse un poco antes de continuar. Podía sentir que la temperatura empezaba a subir en ella a pesar de haber ingerido ya un analgésico. Le dolía mucho la cabeza y sus manos habían comenzado a temblarle, así como también el resto de su cuerpo.

Se mojó el rostro y el cuello y luego inspiró y exhaló despacio varias veces en un intento por calmarse. Tenía que reunir la fuerza necesaria para continuar con la jornada y ayudar a sus compañeros. Estaba decidida a terminar su turno y, si podía incluso, quedarse algunas horas más. Ya tendría tiempo más tarde para descansar. Abrió la puerta y caminó por el pasillo en dirección a donde se encontraba su pequeño consultorio, pero se detuvo en medio del mismo cuando un fuerte mareo la desestabilizó.

Sintió que su respiración se aceleraba mientras que un sudor frío le recorría la columna. La visión se le nubló tornándose blanca y los oídos comenzaron a pitarle con un zumbido agudo y estridente. Intentó dar otro paso, pero las piernas le fallaron provocando que se sujetara de una camilla para no caerse. Oyó gritos a su alrededor y como, de inmediato, varias manos la sujetaron. Todo sonaba lejano, distante. Lo último que vio antes de perder el conocimiento, fue a su jefe acercarse con expresión preocupada.   

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora