Introducción

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Las cosas se habían ido al carajo de forma vertiginosa. Ella no había querido escucharlo en todo este tiempo y las consecuencias, por supuesto, fueron catastróficas. ¿Por qué tenía que haber aparecido ese tipo en su vida? Si tan solo hubiese sido capaz de mantenerla alejada de él, nada de eso habría pasado. Sin embargo, el tiempo no volvía atrás y ya no podía deshacer lo sucedido. Debía hacer a un lado la culpa y el dolor que lo atormentaban. Tenía que encontrar el modo de seguir adelante. Al menos, eso era lo que repetían una y otra vez sus padres desde hacía semanas.

La había perdido para siempre y una sensación de impotencia no tardó en invadirlo con ansia devorándolo por dentro, carcomiéndolo, nublándole por completo el juicio. Su comportamiento se volvió impredecible, peligroso —incluso para sí mismo—, y decidido a vengarse, fue en búsqueda de quien estaba convencido de que era el culpable. No obstante, hacerlo fue un error. ¿En qué estaba pensando? No, no estaba pensando. Solo había reaccionado de la forma más primitiva a lo que percibía como una amenaza. Ahora entendía que había sido en vano. Nunca habría podido ganarle ya que no solo lo superaba en edad sino también en tamaño y para peor, nadie creía en su palabra.

Sus padres, preocupados por su actitud indomable, errática y sin saber qué más hacer para mantenerlo a raya, decidieron llevarlo un tiempo lejos, a la ciudad, donde vivía su tío. Sin esperar a que el día siguiente llegase, se subieron al auto y se dirigieron a la ruta en medio de la noche. Su hermano, cuatro años menor, dormía a su lado ajeno a la furia que bullía en su interior. Sus padres, en el asiento delantero, iban en absoluto silencio. Estaba muy enojado, preso de un intenso odio que le oprimía el pecho impidiéndole respirar con normalidad. Odiaba no haber podido evitar el daño que le habían hecho a ella. Odiaba que no le creyeran después de eso. Odiaba que decidieran por él obligándolo a irse. Lo odiaba todo.

Molesto, apartó sus ojos celestes de la ventanilla y miró al frente. A pesar de la oscuridad reinante, no tardó en hallar la mirada de su padre fija en él a través del espejo retrovisor. En verdad no lo culpaba. Sabía que simplemente estaba desesperado, que no sabía cómo actuar y por eso se había puesto en contacto con su único hermano a quien hacía años que no veía. No tenía idea de por qué se habían distanciado tiempo atrás y su padre tampoco quiso contárselo cuando se lo preguntó. Sonrió a la vez que negó con su cabeza. Era evidente que esa era la manera en la que este lidiaba con lo que no podía controlar. Tomaba distancia, tal y como lo estaba forzando a hacer a él en ese momento.

—¿Acaso todo esto te divierte? —le preguntó de repente.

Lo sorprendió el tono duro, seco y cargado de reproche que utilizó.

—Rodolfo, por favor —oyó que su madre suplicaba con voz ahogada.

—¡No, Elena! ¡No lo sobreprotejas más! Ya no es un niño. No puede ir por la vida acusando y golpeando a la gente solo porque imagina cosas.

—¡¿Que imagino cosas?! —exclamó furioso provocando que su hermano se despertara sobresaltado—. ¡Vos no estuviste con ella ese día! ¡No viste lo que yo vi! ¡No te atrevas a decir que imagino cosas!

—¡No me hables así! Soy tu padre y merezco que me trates con respeto.

Pero él ya no podía callarse más.

—¿Respeto? Mi respeto lo perdiste en cuanto preferiste creerle a un extraño en lugar de a tu propio hijo. No podría respetar jamás a una persona que se esconde de los problemas en lugar de enfrentarlos.

—¡Dios, sos un inmaduro y un desconsiderado! Espero que este tiempo lejos te haga recapacitar. No pienso permitir que tu conducta destruya nuestra familia.

Cerró los ojos ante la furia que lo invadió de repente y trató de serenarse. En pocos meses cumpliría la mayoría de edad y entonces podría hacer lo que le diera la gana. Mientras tanto, se prepararía para volver a buscar al responsable de todo y terminar de una vez por todas lo que había empezado.

—No te preocupes por eso —susurró con los dientes apretados—. A partir de ahora ya no son mi familia. ¡Están muertos para mí!

Se arrepintió en cuanto oyó el brusco jadeo de su madre, pero no pensaba retirar lo dicho. Después de todo, ella también era responsable por ese absurdo viaje. Giró la cabeza hacia su hermano quien en ese momento lo observaba sorprendido y dolido a la vez. Le dedicó una mirada apenada. No quería que se asustara. A él jamás lo dejaría. Estaba por decírselo cuando una repentina e intensa luz proveniente del frente los cegó por completo.

—¡Papá! —atinó a decir antes de que se produjera el inevitable impacto.

Todo sucedió demasiado rápido. Un fuerte estruendo seguido por el sonido del metal arañando el asfalto lo hizo estremecer. Su corazón se disparó y sus ojos se cerraron con fuerza al sentir la horrible sensación de centrífuga con cada trompo que daba el vehículo. Cuando por fin todo se detuvo, intentó abrirlos. Necesitaba asegurarse de que su familia estuviese bien. Pero no pudo hacerlo. Los párpados le pesaban y la cabeza le latía debido a los múltiples golpes recibidos. Entonces, una densa bruma comenzó a cernirse sobre él confundiendo sus sentidos. Sin poder resistirse a su efecto, se dejó llevar hasta sumirse por completo en la oscuridad más fría y profunda que había experimentado alguna vez. 

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