Un repentino relámpago iluminó fugazmente la sala. La tormenta que había comenzado la madrugada anterior y había continuado durante el día como una fina y continua llovizna parecía querer volver a desatarse con todo. El sonido de un lejano trueno estalló anunciando que no tardaría demasiado en llegar. Observó a la hermosa mujer que tenía en sus brazos. Aun no podía creer que le hubiese dicho que lo quería. Hacía tiempo que había perdido la esperanza de tener algo con ella, pero ese beso había vuelto a despertar todo el sentimiento que solo ella le provocaba.
La apretó más contra él como si no quisiera que se escapara y sonrió al recrear la sensación de sus cálidos labios sobre los suyos. La sintió estremecerse y descendió sus ojos a ella. No estaba lo suficientemente abrigada por lo que a pesar del calor que él le brindaba con su cuerpo, tenía la piel de gallina. El desagradable recuerdo de ella volando de fiebre a causa de la gripe invadió su mente y temió que pudiese volver a enfermarse. Debía acostarla y asegurarse de que no pasara frío durante la noche.
Sin encender la luz para no despertarla, avanzó por la habitación hacia la cama y apoyando una rodilla en la misma, la depositó sobre el colchón. Se apresuró a quitarse las zapatillas, se recostó a su lado y los cubrió a ambos con el cobertor. A continuación, la atrajo hacia su costado. Sabía que lo correcto hubiese sido dejarla y regresar al living para dormir en el sofá. Sin embargo, no podía, ni quería, alejarse de ella. Cerró los ojos e intentó relajarse, pero el aroma de su piel drenaba toda su fuerza y estuvo seguro de que no lograría pegar un ojo sintiéndola tan cerca.
A pesar de eso, el cansancio cayó con fuerza sobre él venciendo poco a poco la batalla y junto con el suave arrullo de la lluvia que caía en el exterior, sin darse cuenta, se fue quedando dormido. No supo cuánto tiempo había pasado, pero de repente, la oyó murmurar y preocupado de que se hubiese despertado asustada, se acomodó de costado y la observó con detenimiento.
—Maxi...
—Estoy acá, Vale.
Pero ella no pareció escucharlo.
—Maxi... —repitió ahora en un prolongado gemido que lo tomó por sorpresa—. Sí... así... Dios, no pares... Por favor...
Un latigazo de electricidad lo recorrió al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Valeria no se había despertado, más bien todo lo contrario. Se encontraba dormida y al parecer, estaba teniendo un sueño erótico en el que él era el protagonista. Todo su cuerpo reaccionó ante aquellas aisladas palabras pronunciadas en medio de sensuales jadeos y sonrió, complacido.
Por un instante, pensó en qué era lo que debía hacer ante eso. No quería aprovecharse de su estado, mucho menos si ni siquiera estaba despierta, pero ella tampoco se lo estaba poniendo demasiado fácil. Haciendo a un lado cualquier pensamiento que atentara contra la satisfacción del ardiente deseo que acababa de despertar en él, llevó una mano hacia el botón de su pequeño pantalón y lo abrió con delicadeza. Bajó el cierre lentamente dejando expuesta la delicada piel de su vientre y la recorrió con la yema de sus dedos advirtiendo de inmediato el modo en el que se estremecía bajo su tacto.
La oyó emitir un prolongado gemido a la vez que se arqueó ante sus caricias y ya no fue capaz de contenerse. Metió la mano por debajo de la fina tela y, con deliberada lentitud y suavidad, continuó su descenso hasta rozar su fuente misma de calor. Su miembro palpitó en respuesta. ¡Dios, estaba completamente mojada! La vio arquearse aún más hacia su mano conforme se volvía más atrevido y sintió la necesidad de que fuese consciente de él, de su presencia, de sus caricias. Se colocó sobre ella y le besó el cuello recorriendo con su lengua cada centímetro de su suave y tersa piel.
—Mirá lo que me hacés incluso estando dormida —le susurró al oído con la voz entrecortada—. Me tenés fascinado.
De pronto, un intenso relámpago, seguido de un fuerte trueno, iluminó la habitación permitiéndole tener una clara visión de aquella increíble mujer. Sabiendo que si seguía ya no podría detenerse, decidió apartarse. Sin embargo, ella lo detuvo al rodearlo con sus brazos. La buscó con la mirada y se sorprendió al advertir que sus hermosos ojos verdes estaban fijos en él. Aún en la oscuridad, podía notar el deseo que los desbordaban.
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Su mayor deseo
RomanceLibro 2 Serie Obsesión. ♡ Habiendo crecido en una familia que nunca la hizo sentir especial, Micaela lucha, desde su adolescencia, con un leve sobrepeso que solo incrementa sus problemas de autoestima. Ni siquiera el apoyo incondicional de su mejor...