Capítulo 6

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Valeria abrió los ojos sobresaltada. Al parecer, el agotamiento físico que sentía junto con la preocupación que la embargaba por su amiga no le permitían relajarse del todo y descansar. Miró su celular y se sorprendió de no haber recibido ninguna llamada o mensaje por parte de ella. Era casi mediodía y aunque su cuerpo le imploraba quedarse en la cama, necesitaba asegurarse de que Micaela estuviese bien.

Por otro lado, tampoco quería abusar de la hospitalidad de su vecino. Si bien lo conocía lo suficiente como para saber que en verdad no le molestaba ayudar en momentos de necesidad —más bien todo lo contrario—, quería ser ella quien se ocupase de su amiga. En parte, se sentía responsable por no haber sido más insistente con ella para que se alejase de ese idiota que nunca la había querido. Porque si en verdad la quisiera, jamás habría hecho nada para dañarla.

Se puso las zapatillas con apremio y abrigándose con su campera por encima del pijama, salió de su casa. Una vez fuera, una ráfaga de viento se coló a través de su ropa provocándole un repentino estremecimiento. "¡Qué día horrible!", pensó nada más ver el cielo denso y gris. La tormenta había pasado, pero no así la fina llovizna que continuaba cayendo sin cesar. Corrió hasta la puerta del otro departamento y tocó el timbre, pero no hubo respuesta.

Sabía que Leonardo tenía que trabajar con un plano porque él mismo se lo había dicho antes de despedirse horas atrás. Eso la hacía suponer que tal vez estuviese con los auriculares puestos y por esa razón no la escuchaba. Se apresuró a buscar su celular en el bolsillo para llamarlo, pero no lo llevaba encima. Resopló ante la idea de tener que regresar a su casa para buscarlo y golpeó la puerta. Nada. Siguiendo un impulso, giró el picaporte y empujó hacia adelante. Asombrada de que la misma estuviese abierta, se dispuso a entrar.

Aunque la sala estaba a oscuras, alcanzó a ver el sofá donde sabía que encontraría a su amiga. Sin embargo, ella ya no estaba recostada en él. Frunciendo el ceño, avanzó hacia la cocina. Apenas entró, vio dos tazas con restos de café sobre la mesa y supo que habían desayunado. ¡Qué raro! Hubiese apostado a que Micaela correría hacia su casa nada más abrir los ojos.

De repente, oyó música proveniente del estudio que Leonardo tenía en su casa y en el cual solía trabajar con sus planos. La puerta del mismo estaba entreabierta por lo que se dirigió hacia allí sin dudarlo.

—¿Mica? —llamó justo antes de empujarla levemente para poder entrar.

Los encontró a los dos de pie, uno frente al otro, a tan solo unos pocos centímetros de distancia. Ambos giraron sus rostros hacia ella en cuanto irrumpió en la habitación y retrocedieron un paso. Sus expresiones eran de sorpresa y desconcierto, pero también de incomodidad. Fijó la vista en su amiga quien, agitada y con sus mejillas encendidas, la miró avergonzada.

—Vale —susurró ella y corrió a su encuentro para abrazarla con fuerza.

Le devolvió el abrazo a la vez que fijó sus ojos en Leonardo. Podía notar que había algo diferente en él, su mirada había cambiado y aunque no podía precisar de qué se trataba, estuvo segura de que tenía que ver con Micaela. ¿Habrían discutido? No. ¿Por qué harían eso?

—Hola, hermosa —respondió centrándose ahora en ella—. ¿Cómo estás? —indagó separándose solo un poco para poder mirarla.

—Estoy bien —la oyó responder con voz trémula.

Acunó su rostro entre sus manos y la observó con atención. Notó de inmediato las marcas en su cuello y todo su cuerpo se tensó. La sensación de impotencia se apoderó de ella y por un instante, deseó tener en frente a Daniel para golpearlo con sus propias manos. Sin embargo, debía ser capaz de mantener la calma. Intercambió una breve mirada con Leonardo quien negó con su cabeza seguramente adivinando lo que estaba pasando por su mente en ese momento. Inspiró profundo y volvió a fijar los ojos en los de Micaela.

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora