Capítulo 23

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En un remoto pueblo en el interior de la Provincia de Buenos Aires, el vendaval desatado anunciaba la pronta llegada de una tormenta. El cielo ennegrecido se iluminaba de tanto en tanto por la explosión de blancos y vibrantes rayos y los truenos resonaban con fuerza haciendo que todo vibrase a su alrededor. Gastón González Herrera, el nuevo propietario del precioso y humilde complejo de cabañas ubicado frente al lago, se encontraba de pie frente al ventanal del pequeño gimnasio que había improvisado él mismo al mudarse. Absorto en sus pensamientos, sostenía un cigarrillo en su mano. Hacía tiempo que lo había dejado, pero lo ayudaba sentirlo entre sus dedos cuando se sentía estresado.

Al día siguiente, los visitarían los hermanos Vázquez con quienes, si lograba llegar a un acuerdo, podría sacar adelante el negocio. ¡Dios sabía cuánto lo necesitaban! Habían gastado todos sus ahorros cuando decidieron embarcarse en esta increíble aventura, pero el mismo se estaba agotando y la desesperación comenzaba a invadirlo. Tantos arreglos que no habían tenido en cuenta... Hacía unas semanas había conocido a Maximiliano y habían congeniado muy bien. Le agradaba su forma de ser y el hecho de que compartiesen los mismos gustos y tuviesen una visión similar. No obstante, aún no sabía nada de Leonardo y eso lo tenía bastante inquieto. Era consciente de que, sin el consentimiento y aprobación de este, nada podría llevarse a cabo. Después de todo, era el arquitecto que estaría a cargo de las refacciones que fuesen necesarias.

No podía evitar sentirse nervioso respecto a eso. Siete años atrás, su hija había nacido con problemas respiratorios y si bien la vida en el pueblo aledaño —donde aún vivía el resto de su familia— era mucho mejor para sus pulmones que la ciudad de la cual era oriundo, la cercanía con el agua y el aire fresco del bosque, era el ambiente perfecto para aliviar sus síntomas. De hecho, no había vuelto a tener otra crisis de asma desde que se habían mudado allí. Decidido a dejar de darle vueltas al asunto, se quitó la remera, la arrojó a un costado y se dirigió al centro del salón para ejercitarse un poco más. Para él no existía nada mejor que eso —a excepción del sexo, claro—, para descargar la tensión acumulada y despejar la mente.

No había pasado una hora siquiera cuando oyó que la puerta se abrió. Justo en ese momento, la enceguecedora luz de un intenso relámpago entró por las ventanas iluminándolo todo en segundos. Con la respiración aún acelerada, giró hacia el costado y fijó sus ojos negros en la misma. Lo primero que distinguió fue una enorme barriga asomándose para luego ver a su hermosa mujer caminar hacia él de forma extraña —típica de quien lleva más peso del que puede soportar—. A pesar de que no le gustó el que hubiese salido de la casa con semejante clima, sonrió ante esa imagen. ¡Estaba tan linda!

—¿Qué estás haciendo aún levantada? No deberías haber salido con esta lluvia —comentó con el ceño fruncido al ver que su cabello estaba un poco húmedo—. ¿Belén ya se durmió? —continuó en alusión a su pequeña hija.

—Sí, hace rato ya. Y lo que me costó... Tuve que leerle tres cuentos enteros hasta que por fin cerró los ojos.

—Solo quiere que estés con ella. Con lo del bebé, está celosa —dijo abogando por su pequeña princesa—. Aún no me dijiste por qué saliste con esta lluvia. Mirá si te resbalabas...

—Tuve cuidado —lo interrumpió a la vez que apoyó ambas manos sobre su pecho para serenarlo—. No puedo dormir si no estás a mi lado... La cama se me hace muy grande.

Entre sus palabras y las caricias de sus manos, ya no fue capaz de seguir molesto. Su contacto tenía un efecto sedativo en él. Siempre lo había hecho. Acunando su rostro entre sus manos, se inclinó hacia ella y cubrió sus labios con los suyos. La besó despacio, con ternura, dejando que el sabor de su dulce boca lo transportara lejos y lo hiciera olvidarse de todo por un rato.

Su mayor deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora