Epílogo

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Había pasado un año desde que Maximiliano y Valeria se habían mudado al pueblo y se los veía más felices que nunca. Ella había empezado a estudiar su segunda especialidad —la cual adoraba— y trabajaba a medio tiempo en el hospital de la zona. Eso le daba más libertad para poder disfrutar junto a su novio y sus nuevos y tan queridos amigos. Él por su parte, se estaba volviendo loco con las últimas reformas, pero lejos de quejarse, le encantaba. Amaba vivir en ese lugar, amaba su nueva casa y por sobre todas las cosas, amaba a su chica.

Leonardo había cumplido, con éxito, su trabajo en el centro comercial y como resultado, numerosos proyectos comenzaron a llegarle, cual efecto dominó. Eso le permitió por fin independizarse de su tío y poner su propio estudio de arquitectura. Las remodelaciones en el complejo marchaban muy bien y gracias a la invaluable ayuda de su hermano, podía abarcar varios trabajos a la vez.

Micaela seguía dando clases en el mismo colegio y en su tiempo libre, había comenzado a escribir una novela. La psicóloga que había empezado a ver luego de lo sucedido, le había recomendado hacer algo creativo para que pudiese canalizar, de forma sana, todas sus emociones. Como amante de la literatura, se decantó, sin pensarlo, por narrar su propia historia. Material tenía de sobra.

Independientemente de los negocios, solían viajar al pueblo, al menos una vez al mes, para disfrutar de unos días de descanso. En uno de sus tantas visitas, habían tenido la oportunidad de conocer a toda la familia González Herrera y como no podía ser de otra manera, habían quedado encantados con ellos. Incluso su tío, quien se había hecho muy amigo de Martín y Federico, el padre de Gastón. Tan cercanos se habían vuelto que esa noche, todos se habían reunido en el complejo para celebrar la tan esperada boda de Antonio y Leticia.

Gastón y Sofía estaban felices de ser los anfitriones de semejante evento que, si bien habían decidido que fuese íntimo, era muy especial para todos. Liliana, su madre también se había acercado mucho a la novia. De hecho, había sido de ella la idea de que se casaran allí, en tan mágico lugar. Belén había crecido mucho y con un hermoso vestido en color verde esmeralda, se veía adorable, como una verdadera princesa. Con la madurez que la caracterizaba y extrema seriedad, sujetaba la pequeña canasta llena de pétalos de rosa, los cuales debía tirar en el césped justo antes de que los novios avanzaran hacia el altar. Nerviosa, esperaba que la ceremonia comenzara.

Juan, por su parte, había comenzado a dar sus primeros pasos haciendo que todos se turnasen para sostenerlo de sus pequeñas manos y estimularlo a caminar. Al igual que su madre, era un niño muy inquieto, por lo que era frecuente verlo en el piso a causa de alguna caída. Hacía tan solo unos meses que lo habían bautizado y, como era de esperarse, le habían pedido a Valeria y a Maximiliano que fuesen los padrinos. Por supuesto ellos habían aceptado gustosos.

Micaela y Leonardo estaban por acomodarse en sus asientos cuando Damián, el hermano de Gastón y su mujer, Virginia, se acercaron a saludarlos.

—¡Tanto tiempo sin verlos! ¿Cómo están? —preguntó Virginia con una enorme sonrisa en su bello rostro.

—Todo muy bien, ¿y ustedes? Ay Dios, Manuel está enorme —respondió Micaela al ver a su hijo quien ya pronto cumpliría los tres años.

—¡Viste! Estos chicos crecen por minuto —bromeó a la vez que sacudió el cabello de su pequeño.

El niño se escondió detrás de su madre. Al parecer, era bastante tímido. Al ver eso, Damián se inclinó hacia él y sin darle tiempo a escapar, comenzó a hacerle cosquillas. Su risa no se hizo esperar contagiando de inmediato a los demás.

A lo lejos, Laura intentaba detener a sus mellizos que habían comenzado a correr por el parque persiguiéndose uno al otro. Diego, con astucia, los esperó en el otro extremo para interceptarlos. Leonardo y Micaela se miraron al ver aquella escena y sonrieron. Belén no había exagerado al contarles, tiempo atrás, lo revoltosos que eran.

Del otro lado, Eugenia y Cristian conversaban animadamente con Sofía y Gastón. Se veían emocionados y por la expresión en sus rostros, parecía que les estaban dando una linda noticia. Entonces, la vieron llevar ambas manos a su vientre a la vez que su marido sonrió, orgulloso. Al instante, Sofía pegó un grito de felicidad y se abalanzó hacia ella para abrazarla. Gastón le dio un par de palmadas a su cuñado y luego felicitó a su hermana. Era evidente que la familia seguía agrandándose.

—Está embarazada de tres meses —les dijo Virginia al advertir que miraban en esa dirección—. Euge quiso esperar a que se cumpliera el primer trimestre para contárnoslo. Solo su madre lo sabía.

—No sé cómo hizo para aguantarse, la verdad —agregó Damián, divertido—. No conozco persona más ansiosa que mi hermana.

Leonardo y Micaela rieron ante aquel comentario. Habían tenido oportunidad de compartir unos días con ella en una de sus tantas visitas, por lo que sabían que no exageraba.

De pronto, la marcha nupcial comenzó a sonar y todos se apresuraron a ubicarse en sus asientos. Antonio se acercó al altar y junto al cura, esperó, ansioso, la llegada de su futura esposa. Leticia apareció en el otro extremo, aferrada al brazo de su padre. Estaba absolutamente preciosa y radiante. Su vestido, de color natural, se amoldaba a su esbelta figura. El escote era sensual y refinado, mientras que el resto insinuaba delicadamente sus curvas cayendo en una sencilla falda de seda hasta sus tobillos.

Con una sonrisa que quitaba el aliento, comenzó a caminar por el pasillo hacia su futuro esposo quien no apartaba los ojos de ella. Belén la precedía mientras que, con delicadeza y suavidad, dejaba a su paso una delgada capa de pétalos rojos sobre el verde césped. Antonio inspiró profundo sintiendo cómo su corazón saltaba desbocado dentro de su pecho conforme la veía acercarse. Una vez que estuvo frente a él, la tomó de las manos para no volver a soltarla.

Micaela suspiró cuando, luego de varios minutos, los vio colocarse mutuamente los anillos mientras el "Ave María" sonaba de fondo. Siempre se emocionaba en las bodas, pero esta era especial. Sabía lo difícil que había sido para ellos llegar a esa instancia y no podía menos que sentir orgullo y felicidad por ambos. Leonardo, a su lado, parecía compartir su emoción ya que se frotaba, nervioso, las manos.

—Los declaro marido y mujer —dijo, solemne, el cura y todos comenzaron a aplaudir luego de que la pareja se besara.

Con el "Aleluya" sonando alto, los recién casados recorrieron juntos el camino de regreso. Todos se apresuraron a acercarse a ellos para felicitarlos y darles su bendición.

Micaela se disponía a unírseles cuando sintió que Leonardo la tomaba de la mano, deteniéndola. Volteó hacia atrás y lo miró intrigada. Él fijó los ojos en los suyos.

—Quiero esto para nosotros —declaró, de repente—. Sé que no nos hace falta un papel para saber que nos pertenecemos, pero me encantaría vivir esto con vos. Quiero dártelo todo. Demostrarte lo importante que sos para mí y que todos sepan que sos la mujer que quiero a mi lado para toda la vida.

—Leo... —susurró, ella, emocionada.

Él inspiró profundo en un intento por serenarse. Quería hacerlo bien para que, con el paso del tiempo, ambos pudiesen atesorar tan preciado recuerdo.

—Estaba esperando el momento ideal, pero ya no puedo postergarlo más —confesó mientras sacó de su bolsillo una cajita de terciopelo azul con dos alianzas de oro en su interior—. Necesito saber que pasarás el resto de tu vida junto a mí. ¿Querés casarte conmigo?

Micaela sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas a causa de la inmensa emoción que colmaba su corazón. Desvió la mirada hacia los anillos por un instante y luego regresó a sus ojos, aquellos hermosos y pacíficos ojos del color del cielo.

—¡Sí, claro que quiero! —respondió, entre sollozos de felicidad.

Leonardo sonrió al oírla y acunando su rostro entre sus manos, la besó con todo el amor que sentía en su interior sellando, con ese compromiso, el comienzo de una hermosa y feliz vida juntos.

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¡Y llegamos al final de esta historia!
No se imaginan la felicidad que siento en este momento.
Otro proyecto terminado, otra meta cumplida... ¡Y a seguir por más!

¡Espero que les haya gustado!
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