Epílogo 3: El inicio de los HEREDEROS. (Final).

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Aquella era la primavera más brillante de todas.
Nunca antes la tierra había florecido tanto; o eso era lo que Totosai e Irasue decían.
Las sakuras coloreaban el paisaje, rebosantes de rosadas flores y todas aquellas que nacían en el firmamento parecían brillar con luz propia. Tal parecía que el cielo había tocado la tierra durante el atardecer más celestial.

Junto con las flores y los árboles, floreció también la paz.
Parecía increíble que, a penas unos meses después de que la guerra había terminado, la tranquilidad y la armonía llegaran a cada rincón de los cuatro puntos y sus confines.
Cada hombre, Yokai y hanyou habían salido de sus amurallados territorios y habían viajado durante días y noches para reverenciar a aquellos que llamaban sus libertadores.
Aquel que había sido el gran Lord del este, temido por todos y enfrentado por ninguno, se convirtió en la máxima figura de poder de los cuatro puntos y fue reverenciado con respeto por humanos, demonios e híbridos.
Facil hubiera sido para el gran Sesshomaru seguir con sus antiguos planes e imponer su poder y dominio sobre cada ser... Pero no lo hizo y todos le mostraban respeto y gratitud por ello.
Sesshomaru detestaba toda la fama que había ganado. Detestaba tener a un montón de individuos a las puertas de su hogar todos los días, haciéndole amplias reverencias y llamándolo: "gran unificador y libertador". Pero su actitud ante eso cambiaba cuando aquellos mismos  que lo reverenciaban a él, reverenciaban también a Rin y a los pequeños descendientes de ambos.
Rin era respetada como la ama y señora de los cuatro puntos; libertadora y pacificadora. Su belleza física inigualable no se equiparaba a la belleza que por dentro llevaba y eso habría de quedar escrito en la historia. Mujer de demonio, pero portadora del corazón más puro de la tierra, Rin brindaba ayuda a quienes lo necesitaban e intercedía por ellos ante su amado. Ellos daban equilibrio al nuevo funcionamiento del nuevo territorio.
Y Yûdai y Aiko, a su sumamente corta edad, eran igualmente conocidos y reverenciados por todos.
Llamados príncipes y respetados como tal, se convirtieron en nada menos que en la promesa  de un futuro sin diferencias entre individuos; ambos eran el símbolo y la prueba viviente de que, aún los más opuestos de los linajes; aquellos por los cuales se había iniciado la guerra, no eran más o menos dignos de vivir que el otro y por ende, abrían de coexistir en la misma tierra, siempre con respeto mínimo de por medio, pero claro, el nacimiento de Yûdai y Aiko Taisho se había convertido en la prueba universal de que, mas allá del respeto entre especies, el amor fácilmente puede nacer entre ellas, trayendo consigo la paz. Y justamente eso significaban esos bebés para el también recién nacido mundo: Nacidos del amor entre dos linajes que habían estado en guerra durante decadas, Yûdai y Aiko eran conocidos como príncipes de paz, y tal cual eso habían traído al momento de nacer, eso habrían de heredar.

Sesshomaru había logrado lo que ninguno de sus antecesores había hecho: unificar los cuatro puntos en un solo territorio, pero a diferencia de todos aquellos antes que el, el lo había conseguido a base de pacificación y no de imposición. Y todo gracias a la nueva visión que la humana que amaba y los hijos que ésta le había dado, le otorgaron.
Todo lo que su difunto padre había deseado al final, Sesshomaru lo había cumplido con creces.

Aquella primavera, siendo las más hermosa de todas las que se hayan visto, ameritaba, desde luego grandes celebraciones, y la primera de ellas, debía celebrar nada menos que aquello por lo que todo había florecido: la unión entre humanos y Yokai; y que mejor manera de hacerlo que celebrando la unión de los que ahora eran los máximos representantes de éstas dos especies?...

------Rin, querida, estás lista? ----Preguntó la voz de la anciana Kaede mientras entraba a la habitación ayudada por un bastón. -----Oh...santo cielo...-----Expresó la mujer al ver a su protegida; Rin estaba parada en medio de la habitación, asistida por Kagome e Irasue, quienes acomodaban minuciosamente la hermosa prenda que la más joven llevaba puesta: portaba una yukata de un reluciente color blanco, con flores rosadas y Rojas bordadas en los bordes de las amplias mangas, el cuello y la cola, así como en la capucha que se extendía sobre la cabeza de Rin. Completamente hecha del más fino satín y la más suave seda, parecía pesar una tonelada, pero era ligera como una pluma.
La imagen de Rin en ese momento, era sin duda la de la divinidad hecha mujer.-----Mi niña... Estas hermosa.

Aclisolar: El final de la historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora