El comienzo

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-Le declaro culpable-. Sentenció el juez dando por finalizado el juicio.

Otro caso cerrado, por fin se había acabado el caso que llevaba meses defendiendo, y para no variar, he vuelto a ganar, con este ya son más de... ¿quinientos casos ganados en lo que llevo de carrera? Puede ser, la verdad hace tiempo que he perdido la cuenta.

Para ser honestos, no me extraña, aquí en Nueva York las demandas nunca se acaban, es normal que al ser millones de personas concentradas en una gran ciudad, cada día salgan nuevos casos de los que ocuparse y como siempre, nunca los pierdo. Esta fama me ha convertido, según los periódicos y el resto de medios de comunicación, en una de las abogadas más famosas de toda la ciudad, puede que no la mejor, pero por lo menos estoy dentro del top 5, además de ser una de las más jóvenes...

Pero no penséis que soy de esas abogadas que resuelven crímenes, encierran asesinos y buscan pistas que salen en las series policíacas de la televisión, no, no, no, no. Más bien soy abogada especializada en divorcios. Ya lo sé... Puede que no tenga una vida tan emocionante y excitante como las de los abogados de las películas, pero, por lo menos me llena de satisfacción poder ayudar a las personas a hacer justicia.

Hoy, para no variar, era un día como otro cualquiera, me levanté por los molestos rayos del sol y como siempre, a hacer la misma rutina.

Me metí al baño para darme una ducha, deje que el agua cayera hasta que estuviera a mi agrado y me metí, no hay nada como una relajante ducha para desperezarte por las mañanas.

Salí de la ducha y me puse una falda de tubo negra por encima de las rodillas y una camisa blanca con unos elegantes tacones negros, donde trabajaba necesitaba estar elegante e impecable las veinticuatro horas del día, gajes del oficio...

Apenas hay tráfico cuando salgo de mi casa en el centro de la ciudad. Es temprano y no tengo que estar en la otra punta de Nueva York hasta las dos del mediodía.

Me dirijo a la sede principal de mi bufete, un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica, todo él de vidrio y acero. Son las dos menos cuarto cuando llego. Entré al despacho, y tras acomodarme y prepararme un café, me encontraba en estos momentos sorbiendo de mi taza con la mirada perdida en ella, mientras repasaba mentalmente mi vida, últimamente lo hago muy a menudo.

-Odio cuando usted hace eso.- Eché un vistazo a través de mi oficina a mi ayudante ejecutiva.

-¿Qué haga el qué?

- Que mire a la nada con su café pensando en sus cosas.

-Mi taza y yo tenemos una relación muy cercana.-. La contesto con una pequeña sonrisa.

Jessica empujó sus cristales lisos para arriba, dejando claro que mi humor es penoso.

-Entonces tendrá que dejarla para otro momento. Llegará tarde para su reunión de las cuatro si usted no se va ahora.- Me levanté de la silla y me puse mi chaqueta que reposaba en el respaldo de la silla.

-¿Cuál es mi agenda de hoy?- La pregunte desinteresada

-La reunión es a las cuatro y llegar a Caldwell es un mínimo de dos horas de más con este tráfico, así que su coche le está esperando abajo. Ah, y recuerde que esta tarde su madre la espera a las cinco y media abajo.- Me dice sin despegar la vista de la pantalla del ordenador.

-Gracias Jessica. ¿Has ordenado?...

-He ordenado y repasado los documentos de su siguiente caso, el lunes por la mañana vendrá su cliente a concretar los hechos-. Me interrumpe.- Y sí, los he revisado y no me impresionan.- Pasé al lado de un montón de papeles apilados. Seguramente ese sería uno de los tantos casos que se me asignan en tan poco tiempo.

-Gracias Jessica, algunas veces me pregunto qué haría yo sin ti, acabaría muerta entre tanto papeleo

-Es normal que los abogados de éxito estén ocupados

-Muchas gracias de nuevo

-Que tenga un buen día señorita Granger-. Me despido de ella con un simple gesto con la cabeza. Bajo por el ascensor y llego a la planta baja. Allí hay un mercedes negro esperándome para ir a la que sería mi reunión. Me monto, y mientras llego me entretengo a mirar por la ventana, las aceras de las calles estaban húmedas y me inundaba un cierto olor a mojado, seguramente había llovido hace poco.

Al fin llego al que es mi destino, entro en el inmenso vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca.

Muy aliviada por no haber llegado tarde. Subo de nuevo al ascensor que me lleva a la penúltima planta.

Detrás de la puerta de madera oscura, hay una gran sala de reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande, y al menos veinte sillas a juego. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo que ofrece una vista de toda Nueva York prácticamente. La vista es tan impactante que me quedo momentáneamente paralizada. ¡Wow!. "Nota mental: debo trasladarme a un despacho con estas vistas ".

Al no ver a nadie, me empiezo a pasear por la sala canturreando alguna canción que se escuchaban en la radio, hasta que entra el que es mi jefe con una docena de hombres detrás suya. Rápidamente, dejo de hacer lo que estaba haciendo y me siento en una de las sillas de cuero. Me erguí todo lo que pude y pongo los papeles, perfectamente colocados encima de la mesa.

-¿Qué hace aquí tan pronto?-. Me pregunta extrañado

-Simplemente he llegado antes de lo previsto señor- contesté lo más seria y profesional que pude.

Sin decir ni una sola palabra más al respecto, procedimos a sentarnos en nuestros sitiales y la reunión comenzó, reconozco que no le prestaba demasiada atención, por no decir prácticamente nada, yo solo si me preguntaban algo hablaba con propiedad o asentía con la cabeza esperando que no se me notase que aunque mi cuerpo estuviese presente en la sala, mi mente estaba en otro lugar.

Al fin, termina la dichosa reunión, y para variar no han dicho nada que ya no supiera. Nuevo caso, nuevo cliente y nueva historia. Por suerte, soy mujer precavida y empecé con mi investigación una semana antes.

Despreocupadamente miro el reloj, son las cinco y veinte, y había quedado con mi madre al otro lado de la ciudad en menos de diez minutos, ¡genial! ahora tengo que ir corriendo si quería llegar a tiempo... Así que, cual pájaro que acaban de soltar de una jaula, me dirigí al ascensor.

Llegué a la planta baja y salgo en cuanto se abren las puertas. Con suerte de no tropezar y hacer el ridículo delante de toda la empresa. Miro el reloj de la pared, son las cinco y media. Genial, ya llego tarde. "Malditos ascensores". Cojo un taxi lo más rápido que puedo y me recorro media ciudad. Respiro hondo intentando calmarme, ser una abogada de éxito es lo que tiene, estrés y más estrés y nunca parar de trabajar. Algunas veces pienso que será de mí si acabo loca por tanto trabajo, pero es lo que más me gusta, o más bien lo único que hago...

Miro despreocupadamente por la ventanilla, todavía me queda un largo viaje por recorrer y acabo de pegar un bostezo como el león de la metro goldwyn mayer, tengo sueño, por culpa de mi caso actual no dormí casi nada anoche. Por lo que aprovecho el viaje en taxi para cerrar los ojos y descansar un poco, hace mucho tiempo que no llego a dormir una noche completa y estoy realmente cansada, solo espero que todo esto haya merecido la pena para ganar...

Amor a JuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora