UNO

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10 años más tarde...

—¡Lyra! ¡Lyra, sal ya! ¡Esto no tiene gracia!

La pequeña Andrómeda cruzó los brazos sobre el pecho al no obtener respuesta alguna. Dio un par de vueltas más alrededor del corral y soltó un resoplido de impaciencia al ver que todo seguía exactamente igual.

—Hydra, ayúdame. No encuentro a Lyra.

La chica le lanzó una mirada indescifrable a su hermana pequeña y pasó la página. Se recostó sobre el tronco en el que estaba sentada y escondió aún más el rostro tras el pequeño libro que leía desde hacía horas.

—Paso.

Andrómeda se la quedó mirando fijamente, pero luego sacudió la cabeza. Ya estaba acostumbrada a los comentarios mordaces de Hydra, y, según Lyra, no debía hacerle caso cuando le hablara así. Hydra era un espíritu libre, un lobo solitario. Siempre iba por separado: nunca pedía ayuda e intentaba estar sola el máximo tiempo posible. Pero eso no evitaba que Andrómeda se ilusionara cada vez que Lyra y ella le preguntaran si quería acompañarlas en alguno de sus múltiples juegos.

Aunque la respuesta siempre fuera la misma: un simple y rotundo no.

Andrómeda le dio la espalda a su hermana mayor y volvió a buscar. Miró en el establo, tras los barreños de agua y hasta en el pajar, pero no había rastro de Lyra.

—¡Está bien! —gritó al aire. Hydra puso los ojos en blanco, aunque no dijo nada—. ¡Me rindo!

Y de repente algo se movió en el tejado. Lo que Andrómeda había pasado por una extraña piedra cuya función era sujetar las tejas para que el viento no se las llevara volando —siendo a contraluz una oscura figura irreconocible—, se movió, desperezándose, estirándose, despertándose. Andrómeda soltó una exclamación cuando Lyra se incorporó sobre el tejado y bajó al suelo dando una alegre voltereta para soportar mejor la caída.

—¡A plena vista, Lyra! ¡Estabas a plena vista y no he conseguido encontrarte! —Andrómeda saltaba de un lado a otro, boquiabierta, señalando una y otra vez al tejado y después a su hermana—. Pero, ¡¿cómo lo haces?!

La muchacha de pelo rubio se inclinó para hacer una burlona reverencia. No sabría contestar con sinceridad a la pregunta de Andrómeda. Cuando jugaban al escondite y a ella le tocaba ocultarse, únicamente tenía que mirar a su alrededor y ya sabía su refugio perfecto. Era como... como un sexto sentido. Como si una voz le susurrara qué tenía que hacer para no ser descubierta, para que no la atraparan.

Aunque solo fuera un juego de niños.

Hydra cerró el libro que estaba leyendo y sacudió la cabeza. Detestaba los espectáculos de Lyra.

—Venga, vámonos —les dijo a las demás mientras se ponía de pie—. La comida ya debe de estar hecha, y como me tengáis un segundo más aquí me voy a derretir con este espantoso calor.

Lyra hizo una mueca al escuchar el tono despectivo de su hermana mayor y le sonrió a Andrómeda.

—Anda, Med, metámonos en casa ya. Parece que alguien tiene el día torcido —le lanzó una mirada fulminante a la mayor de las tres mientras rodeaba los pequeños hombros de Andrómeda con el brazo.

Hydra la ignoró. Lyra sintió una punzada en el pecho, pero sacudió la cabeza y echó a andar hacia delante, impasible. Aunque se llevaran únicamente un año —algo que debería unirlas aún más sin contar el hecho de ser de la misma sangre—, ambas hermanas no se aguantaban. Tenían personalidades totalmente distintas, gustos incompatibles, objetivos diferentes para el futuro. Mientras que Hydra sólo pensaba en cumplir la mayoría de edad —los veintiuno, por lo que tendría que esperar doce meses más— para largarse de la pequeña granja donde convivía con su familia y empezar una nueva vida alejada de todo, Lyra buscaba lo mejor para sus padres y para Andrómeda.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora