VEINTE

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Lyra giró en un pasillo y volvió a La Guarida.

Había terminado su incursión nocturna después de recorrer por milésima vez los pasadizos que rodeaban las dimensiones de trabajo del Grupo XXI, y tras descubrir dos túneles nuevos había decidido volver. No quería arriesgarse tanto como aquella vez que se encontró con los dos guardias, por lo que, a partir de entonces, reduciría el tiempo de sus paseos. Lyra estaba agotada. Trató de calmar su respiración agitada mientras caminaba sigilosamente entre los recolectores dormidos, buscando huecos libres en el suelo para poder escabullirse por ellos. A pesar de haber ido dos veces más al despacho del supervisor Cygnus —sumando eso a la cantidad de noches que había perdido alrededor de aquel dichoso pasillo de puertas—, no había encontrado el túnel que conectaba con las duchas.

Se sentía frustrada por ello.

Lyra fue a meterse en el largo pasillo que conducía a la habitación que compartía con Hércules, pero algo llamó su atención. Se detuvo silenciosamente, y agudizó el oído. Escuchaba un suave murmullo cerca de ella, pero no lograba situarlo con exactitud. Se dio la vuelta y observó la amplitud de La Guarida, su profunda oscuridad. Y entonces lo vio.

Lyra se acercó lentamente y se agachó. El niño levantó la cabeza de sus rodillas, y se quedó mirando fijamente a la manos finas, sorprendido. La chica le observó. El pelo blanco le llegaba por los hombros, y lágrimas brillantes brotaban de sus ojos marrones.

Inclinó la cabeza.

—¿Qué te pasa? —le preguntó dulcemente.

El niño tragó saliva.

—Tengo mucha hambre —respondió en voz baja.

A Lyra se le partió el corazón en mil pedazos. Se puso en pie y le tendió una mano al pequeño.

—Ven conmigo —le dijo, sonriendo.

El niño aceptó su mano tímidamente, y Lyra le ayudó a levantarse. Echaron a andar hacia la habitación individual, ambos en silencio. La manos finas miraba de reojo al crío, que caminaba agarrado fuertemente a ella, como si no quisiera separarse nunca de su lado. Sintió una rabia infinita, una rabia que sacudió su cuerpo e inflamó su sangre, una rabia que quedó ahogada bajo el frío de La Guarida.

Ambos llegaron a la habitación, y el niño soltó una exclamación cuando vio a Hércules sentado junto a la pared, de cara a la entrada. Se escondió tras Lyra y la siguió sin dudarlo, mirando siempre de reojo al picador.

Hércules no dijo nada al ver a su compañera junto con aquel pequeño. Lyra se acercó a una esquina de la sala, y se agachó tras coger un par de objetos.

—Toma —le entregó un paquete de galletas al niño y sonrió. El supervisor Cygnus le había estado dando pequeñas cosas que podía esconderse en la ropa, tales como pan, carne seca y galletas. Lyra las había estado almacenando durante la última semana—. Para ti.

El pequeño recolector abrió los ojos como platos, y cogió el paquete rápidamente. Lo abrió con ansia, y se metió varias galletas de golpe en la boca.

—Ey, tranquilo —Lyra le pasó una mano por el brazo—. Ten cuidado o te atragantarás —él la miró, y sin decir nada empezó a comer más despacio—. ¿Cómo te llamas?

—Aquila —le respondió el pequeño entre bocados. A Lyra se le paró el corazón en el pecho cuando lo escuchó.

Hércules enarcó una ceja.

—Aquila es un nombre muy bonito —le respondió, aguantando su temblor de voz—. Tengo un amigo que también se llama así —Aquila se terminó las galletas, y la chica cogió el papel que las envolvía, tirándolo hacia un extremo de la habitación—. Yo soy Lyra, y él es Hércules.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora