SEIS

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Por las Estrellas, cada vez están más delgados.

Lyra se sintió observada por varios ojos desdeñosos y asqueados al entrar en la austera habitación tras atravesar la entrada central del vestíbulo y haber recorrido metros y más metros de ese infernal y oscuro túnel que llevaba a no se sabía dónde. La sala donde la habían metido a ella y a una docena más de jóvenes —entre ellos los hermanos de piel oscura— estaba vacía a excepción de una mujer de azul y cuatro hombres vestidos de rojo, pero no un rojo tan vivo como el de Corvus o Draco o el de los demás secuestradores, sino un rojo apagado, muerto. Tampoco era el azul del vestido de la mujer igual que el que llevaba con orgullo Casiopea en sus ropas y cabellos; este era un azul pálido, casi turquesa. Los soldados que los habían conducido hasta allí les dieron un último empujón antes de cerrar las puertas y desaparecer, encerrándoles en aquel frío cuarto de roca negra y poca luz, de miedo palpable y terror mudo bajo la piel.

La mujer hizo una mueca acompañada de una sacudida de mano.

—Quitaos la ropa —ordenó, imperturbable.

Lyra abrió los ojos de golpe, sorprendida. Ninguno de los jóvenes movió un solo músculo, ni siquiera cuando los soldados se acercaron a ellos con prendas dobladas que dejaron en el suelo frente a cada uno. Lyra tragó saliva con dificultad, observando con un enrevesado nudo en el estómago cómo sacaban los hombres puntiagudos cuchillos de sus cinturones marrones, letales y mortíferas amenazas que aceleraban su corazón e impregnaban su piel de sudor. La fuerza y la valentía que la habían embargado momentos antes para ser capaz de enfrentarse a Casiopea se habían esfumado de golpe, dejando únicamente un recipiente vacío y asustado. No podía protestar; solo rezarles a las Estrellas que todo aquello fuera una horrible pesadilla que estaba durando mucho, que la estaba manteniendo en la inconsciencia durante demasiado tiempo.

—He dicho —volvió a hablar la mujer—, que os quitéis la ropa. Ya.

El primero en reaccionar fue el chico de piel oscura. Sin dejar de observar a la mujer, se deshizo de sus pantalones andrajosos y de su camisa rota, amontonándolos a su lado mientras se erguía, ausente de temor, ante todos, exhibiéndose sin vergüenza. Otra chica le imitó. Poco a poco, los jóvenes de la sala comenzaron a desvestirse con temblores e hipidos, apartando la mirada los unos de los otros, concentrándose en la sencilla tarea que les habían ordenado. Lyra cruzó las piernas y se tapó el pecho con ambas manos cuando su vestido cayó al suelo, aguardando con miedo al siguiente mandato de la mujer. Ella sonrió con desprecio e hizo un gesto a la ropa doblada.

—Ahora ponérosla.

Y ellos no tardaron en hacerlo. Todos iban exactamente iguales: camisa blanca demasiado grande, pantalones del mismo color con una simple cuerda para ajustarlos a la cintura, zapatillas de tela embarradas y sucias. Lyra quiso echarse a llorar. La mujer asintió con la cabeza cuando todos estuvieron vestidos, y caminó hacia una puerta al fondo de la habitación, dejando que los guardias rodearan al grupo de jóvenes y les encerraran en su círculo de rojo y carne. Varios hombres más entraron en la sala, trayendo consigo pequeños cubiletes de metal, acercándose con rapidez hasta donde ellos estaban.

—Ahora os estaréis quietos —pronunció la mujer. Lyra no conseguía verla; únicamente tenía ojos para los soldados que portaban las cajas metálicas y los extraños pinceles que estaban sacando de sus trajes—. Si no queréis que nada malo os ocurra, por supuesto.

Uno de los hombres se acercó a Lyra. La chica retrocedió, pero otro soldado la agarró por los hombros y la mantuvo inmóvil en el sitio. Su respiración se aceleró. El hombre del cubilete —de ojos marrones y pelo rojo—, hundió el pincel en un líquido blanquecino, y después lo esparció sobre el cabello de Lyra, tiñéndolo de blanco con prisa y eficacia. El corazón de la chica se detuvo un segundo en su pecho mientras una gota del colorante se deslizaba por su rostro y el hombre terminaba con su tarea. ¿Por qué estaban haciendo eso? ¿Qué significaba que les vistieran de blanco, y que incluso cambiaran el color de su pelo? Lyra se sintió desfallecer.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora