CATORCE

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Miedo. Terror. Culpa.

Arrepentimiento.

Eso era lo que sentía Lyra.

La chica llevaba horas sin dormir, inmersa en un constante bucle de pensamientos que nunca acababan. La Guarida estaba a oscuras desde hacía rato, y los recolectores del Grupo XXI dormían profundamente, incluso algunos roncaban. Lyra estaba en un apartado extremo de la habitación principal, alejada de todo el gentío, sumergida en la oscuridad y el silencio de la sala. Tenía la espalda apoyada en la pared y las rodillas recogidas contra el pecho, pero, a pesar del calor que trataba de infundirse a sí misma, el frío penetraba a través de su piel y se anclaba en su interior.

Había abandonado la protección de Fornax, y con ello la seguridad que la astuta mujer podía proporcionarle. ¿Por qué lo había hecho? Pensándolo bien, el salir de La Guarida en compañía de Cráter no era tan peligroso como parecía. Ya lo había hecho una vez, ¿no? Y se había perdido. Lyra sacudió la cabeza, recordando la presión y el pánico que había sentido en ese momento, la histeria que la había dominado y sometido. No, no había tomado una mala decisión; dejar a Fornax era la mejor cosa que podía hacer.

«Pero de alguna forma me tendrás que pagar, niña. Que no se te olvide».

Lyra estiró el cuello cuando vio a dos figuras familiares salir de uno de los túneles que conducían a las habitaciones individuales, deslizándose entre los recolectores de la habitación principal hasta ella. La chica sonrió y bajó la guardia. No había visto a Cráter ni a Perseo desde su conversación con Fornax, y, en cierto modo, les había echado de menos. Hizo una mueca cuando las tripas le rugieron débilmente; después de semanas comiendo regularmente algo más que pan y carne seca, el pasar prácticamente un día entero con el estómago vacío había hecho mella en ella. A partir de ahora, se las tendría que ingeniar para conseguir algo de comida, de esa que descendía por el conducto. Los azulados ojos de la chica se iluminaron cuando Cráter y Perseo se detuvieron a sus pies, respirando superficialmente por el ejercicio, tomando aire exageradamente.

Lyra se pasó una mano por el pelo blanco.

—Hey, chicos —les saludó. Ninguno de los recolectores contestó. Lyra frunció el ceño y siguió hablando—. Ya le he dicho a Fornax que no saldría esta noche, lo siento. Pero igualmente podemos...

Perseo, en un ágil movimiento, se agachó rápidamente y la agarró por la pechera de la camisa, levantándola del suelo en el acto. La voz de Lyra se cortó de golpe cuando el chico la empujó contra la pared, arrebatándole el aire de los pulmones.

—Lo siento, Lyra —murmuró Cráter desde detrás de Perseo. Bajó la mirada con tristeza—. Pero esto es lo que hay.

Y arremetiendo con toda su furia y fuerza, descargó un puñetazo que impactó contra el estómago de la chica. Lyra soltó un aullido de dolor. Perseo la lanzó contra el suelo y le dio una patada en la espalda mientras el otro recolector se acercaba por delante.

—¿Qué... qué estáis haciendo? —consiguió articular la chica. La caída había hecho que se golpeara las sienes contra la negra tierra, y durante unos instantes se encontró desorientada, perdida en La Guarida. Cráter le atizó un golpe en el costado que le hizo ver las estrellas, devolviéndola de súbito a la desagradable realidad—. ¡Parad! ¡Parad!

Un pisotón provocó que se revolviese, que gritase; provocó que las lágrimas brotasen de sus ojos.

—Te lo advertí, Lyra —habló Perseo—. No te convenía enfadar a Fornax. Y no me has hecho caso. Este es el precio que debes pagar ahora.

Lyra trató inútilmente de escapar; Cráter la agarró de los pantalones y volvió a tirarla al suelo. La chica se encogió sobre sí misma mientras los otros dos recolectores la golpeaban, llorando, suplicando que se detuviesen. No lo hicieron. Cráter golpeó una y otra vez su abdomen con la puntera de sus zapatillas de tela blanca; aunque Lyra no pudo verlo, presa de su agónico sufrimiento, la cara del muchacho era un fiel retrato del dolor que estaba causando: una máscara pálida y disgustada, un rostro de dientes apretados y ojos cristalinos. Pero Perseo, ignorando los sentimientos de su amigo, no se quedó atrás. Descargaba toda su energía sobre la parte superior del cuerpo de Lyra, haciendo que esta se quedara sin respiración, sumergida en su propio ahogo. Sangre. Eso era lo único de lo que Lyra era consciente, lo único que podía sentir. Sangre descendiendo por su frente, sangre bajando por su nariz, sangre en su lengua. Sangre en su piel, sangre en su uniforme blanco, sangre en el suelo. En las zapatillas de Cráter, en las manos de Perseo, en su cabello. Rojo, rojo, rojo, negro. Negro. Negro.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora