CINCO

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Lyra no había tenido tanto miedo en su vida.

Le temblaba todo el cuerpo de puro terror. El pequeño carromato ascendió por una colina empedrada durante varios minutos, y después siguió su recto recorrido hacia el este. Lyra no sabía cuánto tiempo llevaban ahí metidas Hydra y ella, solo que ya debía de haber pasado el mediodía. El sol les daba de lleno en el rostro, y su calor enrojecía las pieles de las dos jóvenes y hacía que les escociera. Pero eso daba igual. Daba igual que ambas estuvieran sedientas y quemadas; daba igual que estuvieran doloridas por la incómoda postura en el espantoso carro donde las retenían; daba igual que incluso Hydra estuviera llorando.

Solo importaba a dónde las llevaban.

Lyra ahogó un jadeo entrecortado cuando las montañas Altiorem aparecieron ante ellas. En el imponente paisaje de puntiagudas rocas y vidas arrebatadas, el Apicem Tenebris se alzaba sobre lo demás como un poderoso monstruo gigantesco hecho de burla y oscuridad, de sombra y negra niebla. Sus cortantes salientes y empinadas laderas le daban un aspecto terrorífico, y a Lyra, desde lejos, la chimenea de la montaña le pareció un horrible volcán a punto de entrar en erupción, de estallar en miles de fragmentos de fuego y brasas. El humo cargado de hollín y suciedad comenzaba a tiznar el rostro de Lyra, tiñendo su blanco vestido y provocando que tosiera con fuerza. La más joven se pasó una mano por la frente, y se miró los dedos manchados de ceniza.

Hydra lloró con más fuerza, hundiendo el rostro entre sus manos. Lyra solo pudo mantener la vista anclada en sus dedos, admirando el polvo negro de su piel, sin respirar, sin ser consciente de nada más.

Junto al rudimentario camino se deslizaba un río, rojo y negro, ancho y lento, que descendía por el camino en la dirección contraria a la que iban ellos. Lyra, desde el carro, pudo ver que diversos bultos flotaban en el agua, hinchadas siluetas que se sumergían y aparecían, se volvían a sumergir y volvían a aparecer. Apartó la mirada, sin querer saber qué eran.

Corvus bufó.

—Joder, qué asco —escuchó Lyra que decía. La chica miró a Hydra, pero su hermana tenía la cabeza metida entre sus rodillas, atrapada en el histérico trance que la había dominado desde que se había despertado—. Esta mierda siempre me mancha el traje.

Lyra no podía verlos, solo escuchar sus voces. Los dos hombres estaban sentados en el asiento del conductor, guiando al único caballo que tiraba del carro por turnos, pasándose las riendas entre ellos al cabo de un par de horas. Desde que había abierto los ojos, no había escuchado sus voces hasta ahora.

No sabía si eso era algo bueno o malo.

—¿No te has dado cuenta de que cada vez que pasamos por aquí siempre dices lo mismo? —Draco rio—. Por la Madre Estrella, te repites más que mi abuela. Y mira que ella nunca se acordaba de lo que decía.

Corvus le hizo burla.

—Pero qué gracioso —murmuró entre dientes. Su tono de voz cambió—. Draco, mira el río —hubo un silencio—. Parece que Casiopea estaba inspirada. Espero que no haya otro atascamiento.

—Y que lo digas. La última vez le tocó a Tucana coordinar la limpieza. Se escaparon tres recolectores.

—Ahí te equivocas, amigo —Corvus detuvo al caballo, y el carromato frenó bruscamente. Alguien se bajó de un salto del asiento del conductor—. Intentaron escapar. Te aseguro que no lo hicieron.

Y Corvus se puso frente a los barrotes que constituían la parte trasera del carro. Lyra ahogó un grito y se alejó rápidamente, colocándose junto a Hydra en el lado opuesto. Corvus era un hombre alto, fuerte, tal vez estuviera rozando los cuarenta. Tenía la piel bronceada y sin una sola cicatriz que la estropeara, y su pelo rojo, teñido, brillaba bajo la eterna lluvia de hollín y ceniza. Una barba recortada y cuidada decoraba su recta mandíbula, y la sonrisa que enmarcaba su rostro era atractiva, perfecta. Su mirada de ojos azules, fría, calculadora, poseía una profundidad tan intensa que Lyra se quedó petrificada en el sitio, paralizada.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora