La verdad era que Cygnus nunca se hubiera imaginado que a las Estrellas les gustara jugar a la ruleta del destino.
Hizo un gesto con la mano, y los custodios que siempre velaban por su seguridad desparecieron de su despacho, cerrando la puerta tras ellos. La recolectora —Lyra, creía que se llamaba— se quedó congelada en medio de la habitación, con una mueca de horror implantada en su rostro. Cygnus vio cómo sus ojos azules revolotearon por toda la habitación, admirando las estanterías llenas de libros, el escritorio tras el que estaba sentado, los papeles que se amontonaban sobre su mesa. El supervisor se recostó sobre su asiento y observó mejor a la joven. La primera vez que se habían encontrado había sido tan efímera su conversación que no le había dado tiempo a admirar sus rasgos, y en esa vez se tomó su tiempo. Frunció el ceño. La chica tenía el pelo blanco pegado al cuello por culpa del sudor que bañaba su piel, y Cygnus pudo reconocer la tierra negra del Apicem Tenebris que impregnaba su cabello por culpa de dormir en el suelo. La característica ropa de recolector le quedaba grande y ancha, y el joven vio los desgarrones que los guardias habían hecho en su camisa y pantalones, dejando a la luz tiras de piel pálida y amoratada a lo largo de todo su cuerpo. Pero en lo que más se fijó Cygnus fue en su rostro. Tenía una herida en el labio y la nariz un poco torcida, además de la mejilla roja y amarillenta por culpa del cardenal que le recorría media cara. Sin embargo, el verdadero centro de atención eran sus ojos. Azules, más azules que su ropa, más azules que el tyrannus de las Zonas de Extracción. Aunque en ese momento estaban asustados, Cygnus pudo ver bajo esa capa cristalina un odio profundo, una rabia duramente contenida.
Casi sonrió.
—Te llamas Lyra, ¿verdad? —la chica no le respondió. Cygnus echó un vistazo a un documento que reposaba sobre su mesa y se aclaró la garganta—. Tu hermana es Hydra, ¿no?
Y algo en la expresión de Lyra cambió. Cygnus pudo ver la preocupación asomarse en su mirada, y el anhelo también. La chica asintió con la cabeza, confundida.
Cygnus le indicó que se sentara.
—Necesito a alguien que escriba mis cartas por mí —dijo, desviando la mirada. No se sentía cómodo en presencia de esa recolectora, no con lo que sabía que había pasado—. La Supervisora General te ha recomendado dado el impresionante expediente de tu hermana —sacó papel de uno de los cajones de su escritorio y una pluma junto con su tinta, y se los entregó a Lyra—. Me imagino que tú tendrás su misma formación.
Cygnus se quedó petrificado en el sitio al observar a la joven. Lyra parecía a punto de echarse a llorar del... ¿alivio? La recolectora esbozó una media sonrisa que titiló en sus labios costrosos, y cerró los ojos unos segundos. Cuando los volvió a abrir, su mirada azul era de nuevo una máscara de apasionadas y desbordadas emociones.
Cygnus no supo cómo reaccionar.
—Contra antes empecemos, antes acabaremos —terminó diciendo, cogiendo él su propia pluma y garabateando algo en un formulario que Casiopea le había entregado hacía semanas. Por culpa de la visita de Piscis y su nombramiento como principal anfitrión para el representante, había dejado de lado el papeleo, y tenía que ponerse a ello enseguida—. Escribe: "Estimado Piscis..."
Pero Lyra mantenía la mirada fija en el papel, observando cómo caía la tinta de la pluma que sostenía en la carta en blanco, formando gotas negras que traspasaban el papel. Cygnus levantó la cabeza de sus documentos.
—No sé escribir —admitió la recolectora.
Tenía la voz ronca, como si se hubiera pasado horas gritando. O tal vez fuera por el frío de las Salas de Abastecimiento, donde dormían los recolectores.
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La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}
FantasyEn un devastado mundo donde las estrellas son la única fuente de esperanza, el largo reinado de Universum permanece inamovible. Tras crear las espantosas Minas de Cornug hace cientos de años, de donde nadie ha conseguido salir con vida, el tirano co...