—¡Malditos recolectores, levantaos de una puñetera vez! ¡Arriba!
Lyra se despertó de golpe, asustándose mientras se incorporaba. La Guarida estaba a rebosar de guardias y vigilantes: los hombres de rojo se acercaban a los recolectores que aún estaban dormidos y les azuzaban con violencia hasta que abrían los ojos. Lyra se levantó rápidamente, en tensión, con el corazón latiéndole a toda velocidad en el pecho. ¿Qué estaba ocurriendo? La alarma no había sonado y las luces de la habitación principal seguían apagadas; eso quería decir que aún era de noche. Entonces, ¿por qué les despertaban? No tenía sentido.
—¡Seguidme! —gritó un soldado desde la puerta, haciendo gestos con su amenazante lanza—. ¡Por aquí!
Lyra se internó en la masa que avanzaba lentamente hasta la salida, engullida por la marea de recolectores que la empujaban. Vio a Hércules a unos escasos metros, caminando en silencio. No parecía sorprendido, no como ella. ¿Sabía a dónde les llevaban? Lyra estuvo tentada a correr hacia él y refugiarse tras su ancha espalda. En los días que llevaba en las Minas —fácilmente un mes— había desarrollado una rara dependencia de su compañero: a pesar de que Hércules no le dirigía la palabra e interactuaba lo más mínimo con ella, siempre se mantenía a su lado cuando no estaba con Fornax y los dos chicos, y eso era algo que tranquilizaba a Lyra. Los demás recolectores le tenían miedo —un miedo realmente irracional—, lo que evitaba que alguno se acercara a su alrededor, manteniendo así a raya las malas intenciones. Lyra se sentía segura a su lado, olvidándose momentáneamente de lo que los vigilantes de El Túnel le habían dicho sobre su compañero.
Aunque tal vez eso la pusiera aún más en peligro.
Llegaron a una amplia habitación, donde una plataforma se erguía en el medio. Lyra visualizó la cabeza de Perseo y la característica coleta de Cráter, y consiguió avanzar entre los apretujados recolectores hasta ellos. Fornax le sonrió amistosamente.
—¿Qué está pasando? —le preguntó a la mujer. Ella sacudió la cabeza.
—Lo de siempre, cielo —señaló con la mirada a la plataforma. Su expresión se había vuelto pétrea—. Lo de siempre.
Lyra miró hacia al frente, y no pudo evitar soltar en voz baja una oración a las Estrellas. Dos guardias arrastraban a una recolectora por la plataforma, susurrándole amenazas que la chica ignoraba. Ella se debatía con intensidad, pataleando y gritando y llorando. Lyra dio un paso hacia delante involuntariamente, pero Cráter la agarró del brazo y la mantuvo a su lado. La joven le miró fijamente, horrorizada.
—¿Qué le van a hacer? —susurró.
Él no respondió.
Un hombre subió a la plataforma también. Su traje tenía el tono rojo vibrante de los guardias, pero varias insignias plateadas recorrían su pecho, adornos con forma de estrella que refulgían sobre su cuerpo. Era un soldado intimidante, enorme, de mirada escrutadora y porte altivo.
—Es el Guardia Jefe —le explicó Cráter en voz baja—. Él comanda a prácticamente todos los soldados de las Minas.
El hombre se movió a lo largo de la plataforma, y se detuvo en la otra punta de la tarima.
—¡Recolectores! —gritó, atrayendo toda la atención de la habitación. Centenas de ojos asustados y resignados se posaron sobre él, unos conocedores, otros ignorantes. Su pelo rojo se sacudió cuando dio una vuelta sobre sí mismo, tratando de abarcar la impresionante magnitud de la sala circular y sus integrantes—. Tal vez algunos sepáis el motivo por el que os hemos reunido aquí. Tal vez algunos hayáis participado también. Pero ese es otro asunto que abordaremos más tarde —hizo un gesto con la mano, y un soldado subió a la plataforma rápidamente. Avanzó con prisa a través de la madera hasta el hombre, y le entregó algo con cuidado. El Guardia Jefe señaló a la chica arrodillada entre los dos hombres de rojo—. Esta recolectora ha intentado robar —alzó un brazo, y el pequeño fragmento de tyrannus azul refulgió entre sus dedos—. ¡Robar a nuestro rey! —escupió a un lado y se guardó de nuevo el tyrannus en la chaqueta, manteniéndolo así a salvo de las miradas muertas y los ojos idos. Tomó aire con fuerza—. Todos conocéis las normas de las Minas —dio un paso hacia la recolectora, y ella chilló de terror. Levantó un dedo por encima de su cabeza—. Obedeceréis a vuestros superiores —más cerca. Más cerca de la chica. Otro dedo se irguió en el aire, y Lyra trató de tragarse el nudo de su garganta que no le dejaba apenas respirar. No lo consiguió—. Trabajaréis cuanto se os ordene —a unos centímetros. El Guardia Jefe se inclinó hacia la muchacha y ladeó la cabeza, alzando entonces su tercer y último dedo—. Y no robaréis. Son tres simples reglas, y esta sucia recolectora las ha roto. Todas y cada una de ellas.
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La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}
FantasyEn un devastado mundo donde las estrellas son la única fuente de esperanza, el largo reinado de Universum permanece inamovible. Tras crear las espantosas Minas de Cornug hace cientos de años, de donde nadie ha conseguido salir con vida, el tirano co...