VEINTIUNO

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Sangre.

Hércules no podía pensar en otra cosa.

La sangre manchaba sus manos, las embadurnaba en ese potente rojo oscuro que se pegaba a él con viscosidad. Fluía. Pintaba su ropa blanca y la transformaba; calentaba su piel fría y congelada. No podía respirar. El aire se quedaba atascado en su garganta y le asfixiaba; le ahogaba rápidamente, le mataba. Sus ojos marrones se llenaron de lágrimas, pero ninguna cayó por sus mejillas.

—No —murmuró, la voz rota, el alma fragmentado en mil pedazos, hecho trizas en un solo segundo—. No.

Aries sonrió con dificultad y tosió, ensuciando el rostro del joven Hércules de ardiente sangre. A él no le importó. La piedra que sujetaba contra el pecho del manos finas se le clavaba en los dedos, los hería.

—No —volvió a decir.

Aries se agarró a su camisa débilmente y le acercó a él.

—No ha sido culpa tuya, ¿me oyes? —pero la afilada roca negra, clavada en el corazón del recolector, encerrada entre sus propias manos, le decía todo lo contrario—. Ni tampoco suya. Recuérdalo, Hércules. Prométemelo.

Unos pasos resonaron en el pasillo. Hércules rompió a llorar con fuerza, inclinándose sobre el cuerpo caliente de Aries, acunándole entre sus fuertes brazos. Y alguien soltó un jadeo ahogado.

Hércules no tuvo tiempo siquiera de mirar a Cygnus antes de que los guardias llegaran.

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Hércules se despertó de golpe. El sudor impregnaba su piel y el corazón le latía desbocado en el pecho, tronando con furia en su interior. Al otro lado de la habitación, Aquila le observaba fijamente, acurrucado contra la pared.

Hércules se incorporó y le miró. La sala estaba a oscuras, y no había rastro de Lyra.

El picador se pasó una mano por el rostro, tratando de tranquilizarse.

—¿Qué haces despierto? —le preguntó al niño mientras se sentaba mejor, apoyando la espalda contra el muro de piedra negra que se erguía tras él. Aunque nunca lo reconocería, las palabras de la chica habían hecho mella en él.

Aquila tardó unos segundos en contestar.

—He tenido una pesadilla —murmuró en voz baja, casi inaudible. A Hércules le costó escucharle.

—Si me la cuentas no ocurrirá —contestó, ladeando la cabeza. Aquila frunció el ceño—. Te lo prometo.

El niño se acercó cautelosamente al joven.

—Estaba en Los Canales —empezó a relatar. Se frotó los ojos con las manos, como si aún creyera que se encontraba allí—, y por más que buscaba no encontraba la salida. Estaba atrapado, y...

Hércules asintió con la cabeza.

—Tranquilo —dijo, relajando el tono de voz—. A todos nos ha pasado eso. Yo también estuve en Los Canales.

Aquila abrió los ojos como platos.

—¿De verdad?

El picador volvió a asentir con la cabeza.

—Sí, pero fue hace mucho tiempo —esbozó una sonrisa tensa—. Y soñaba lo mismo que tú. Incluso peor, créeme —Aquila, lentamente, avanzaba hacia Hércules, inmerso en sus palabras. El joven se cruzó de piernas—. Pero siempre las contaba. Y mírame; aquí estoy.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora