SIETE

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Lyra no sabía qué hacer, a dónde mirar.

No sabía qué pensar.

La Zona de Extracción —a la que los recolectores llamaban, coloquialmente, El Túnel— era un largo pasillo interminable. Y ya. Los techos eran bajos, y únicamente había un par de antorchas para alumbrar toda la anchura del corredor, tan grande que algunos lugares se quedaban a oscuras por la sorprendente inmensidad de su tamaño. Pero no hacía falta. Las piedras de las que había hablado esa mujer de azul, el tyrannus, brillaban con fuerza incrustadas en la pared, esperando ser retiradas y almacenadas.

A Lyra le recordó vagamente al cielo estrellado en una tranquila noche de verano, ese bajo el que se dormía en su granja, acunada por la hierba del campo y el suave sonido de las cigarras. Ese bajo el que bromeaba con Corona Australis hasta que el día despuntaba, ese bajo el que jugaba con Andrómeda.

Ese que tal vez no volviera a ver.

Varias mesas estaban colocadas a lo largo de todo El Túnel, donde esqueléticos recolectores trabajaban duramente, quitando la gravilla del tyrannus que encontraban y amontonando el preciado mineral a su lado. Debían de ser manos finas. Los picadores golpeaban las paredes con rudimentarias herramientas de metal pesado, y el clonc clonc que emitían al hundir el pico en la tierra de la montaña se clavó en los oídos de Lyra, sumiéndola en una especie de trance donde no había más sonido que ese. Avanzaron hacia unas mesas vacías. Clonc clonc. Colocaron a tres manos finas en cada una de ellas, con sus respectivos compañeros cerca. Clonc clonc. Les dieron herramientas a los nuevos picadores. Y el clonc clonc se hizo más fuerte, más potente, más melódico, más ensordecedor. El compañero de Lyra picaba en la tierra con saña, como si estuviera descargando toda su ira —esa que no se reflejaba en sus ojos muertos— contra la montaña. Se acercó a la chica con un trozo que se había desprendido de la ladera, y sin ni siquiera una advertencia, lo dejó caer de golpe en la mesa, frente a ella. El chico volvió a su trabajo, su mirada sin vida fija en el frente, su boca fruncida en la misma imperturbable mueca. Lyra miró con los ojos entornados la oscura roca, salteada por decenas de puntitos azules. Una mujer frente a ella le hizo un gesto que pasó inadvertido bajo la mirada de los hombres que estaban custodiando El Túnel, y Lyra, con los ojos vidriosos, levantó la cabeza. La recolectora desmenuzó con lentitud el pedrusco de tierra que tenía frente a ella, indicando cuidadosamente cómo apartar el tyrannus de lo demás. Lyra la imitó. Se le acumuló suciedad bajo las uñas y grava en la piel, pero continuó raspando y raspando más tierra, siguiendo con la mirada los movimientos de la mujer y su esbelta elegancia en una tarea tan simple para ella como difícil para la joven. Su compañero colocó otro trozo en la mesa, aún más grande y pesado que el anterior. Lyra asintió con la cabeza hacia la mujer, agradeciéndole en silencio.

Y notó una presencia a su espalda.

—Madre Estrella, pero si nuestro queridísimo Hércules ha vuelto —dos hombres vestidos de rojo y armados hasta los dientes se colocaron junto a la pared, mirando al compañero de Lyra con ojos burlones. Lyra dejó de lado su trabajo mientras que, al contrario, el picador seguía con la mirada puesta en la tierra—. ¿Hace cuánto tiempo que no nos vemos? ¿Dos semanas? Ya te echábamos de menos.

Hércules. Así se llamaba el chico de mirada muerta y expresión de piedra, quien había evitado cualquier interacción con Lyra en todo su camino hasta El Túnel, e incluso una vez ya allí. Lyra le observó con inquietud, primero a él y después a los soldados, apoyados despreocupadamente en la pared. No dejaba de trabajar; levantaba una y otra vez el pico por encima de su cabeza para después dejarlo caer y arrancar un pedazo más del vientre del Apicem Tenebris. Parecía que sabía lo que hacía. Lyra cayó en la conclusión de que él no era uno de los nuevos recolectores, y eso sin tener en cuenta que los soldados le conocían.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora