DIECISIETE

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—Oh, querido, ya estás aquí —Cygnus mantuvo una expresión neutral cuando Casiopea se acercó a él—. Te estábamos esperando.

Tucana sonrió desde el sofá, recostada con su vestido azul oscuro. Casiopea había reunido a todos los supervisores de Ala en su despacho, y él era el último que faltaba. Horologium y Pavo charlaban a un lado de la habitación, mientras que Austrinus y Tucana, con sus fríos y despreciativos caracteres, admiraban al joven con maldad y picardía. Cygnus se tragó su odio con dificultad y avanzó hacia delante, posicionándose junto al escritorio, justo al lado de la Supervisora General. Era una sala grande y amplia, con el espacio bien aprovechado y distribuido: había una mesa, dos sofás y varias estanterías, todas repletas de libros encuerados y documentos. El despacho no se encontraba en un Ala como tal, sino en el propio Vestíbulo de las Minas: escondido, oculto a los ojos de los que entraban en el Apicem Tenebris.

Casiopea, como siempre, iba impecable: su vestido azul casi negro se deslizaba hasta el suelo, y su rostro estaba perfectamente maquillado con suaves tonos azulados. Llevaba el cabello —del color que entreveía su alta e importante posición—, recogido en un alto e intrincado moño, y sus uñas estaban recortadas y cuidadas.

A Cygnus, pese a todo, le pareció una Estrella.

—¿Ha pasado algo? —preguntó el joven, apoyándose sobre el escritorio. Casiopea sonrió.

—Claro que no, querido —le pasó una mano por el brazo con afecto—. Solo quería informaros de que los buscadores acaban de salir. Pronto llegará otro cargamento.

—¿Cómo iba a ocurrir algo aquí, Cygnus? —añadió rápidamente Tucana. La chica se levantó del sofá y caminó hacia el supervisor lentamente, dejando apreciar sus enrevesadas curvas y largo cabello. El joven apretó la mandíbula. Tucana era cruel; tal vez incluso superara a Casiopea—. Las Minas son inexpugnables. Lo único extraño ha sido la orden que has ejecutado para despedir a esos dos guardias hace tres días —se detuvo y jugueteó con unos papeles que había sobre el escritorio—. ¿Por qué lo has hecho?

Cygnus se apartó el pelo de la frente.

—Iban a abusar de una chica —el supervisor recordó la inolvidable expresión de aquella recolectora, su cuerpo encogido en el suelo—. Es lo mínimo que puedo hacer.

—Son animales, Cygnus —intervino Pavo. Dio unos pasos hacia delante e hizo un gesto con las manos—. Dejemos que nuestros leales trabajadores se diviertan un poco, ¿no? Se lo merecen por tanto esfuerzo y dedicación.

—Cuidado, Pavo —ronroneó Tucana. Sus ojos azules relampaguearon—. Que no se te olvide que Cygnus era uno de esos animales —inclinó la cabeza y sonrió—. Quizás tal vez lo siga siendo.

—Tucana —dijo la Supervisora General. La mirada de la mujer se centró en ella, y su mueca divertida se desvaneció al segundo—. Ya está bien.

—¡Oh, Casiopea! —la supervisora rio—. Que no se te note el favoritismo, por favor. Me voy a poner celosa y todo.

La mujer bufó.

—Por las Estrellas —masculló. Casiopea se sentó tras su escritorio y los observó fijamente, pasando sus ojos verdes por los rostros de los cinco supervisores. Meneó la cabeza—. A veces sois como niños pequeños, que el rey Universum me crea cuando lo digo —cogió unos documentos que aguardaban en un cajón de su mesa, y le entregó una copia a cada uno—. Rellenadme esto con vuestras bajas de Ala, y apuntadme también qué es lo que necesitáis más, si aseguradores o transportistas —se apoyó totalmente sobre el respaldo de su silla y cruzó los brazos sobre el pecho—. Y no quiero más disturbios en los pasillos de mis Minas. Estáis rebajando la seguridad, y eso es algo que los trabajadores van a aprovechar, sobre todo en el Ala Tres y Cinco —dirigió su mirada hacia Pavo y Horologium—. Esto no puede seguir así.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora